Viciosidades

7 asesinas seriales más descarriadas de la historia

Siempre que escuchamos sobre un asesino serial, nos imaginamos a un hombre. Posiblemente porque el modus operandi de los asesinos seriales masculinos tiende a ser más crudo, sangriento y desastroso

INFORMACIÓN: MUDERPEDIA E IMGUR | COMPOSICIÓN GRÁFICA: PEDRO AGRANITIS
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Las mujeres, por otro lado, han arrasado con miles y miles de víctimas a lo largo de la historia pero de una forma menos caótica -con excepciones, claro está. Sin embargo, vende más una película sobre un psicópata que despedaza a sus víctimas y se pone la piel de sus rostros como máscaras o una familia de rednecks caníbales, que una enfermera que mata a pacientes terminales con arsénico o cianuro.

Pero no se dejen engañar por eso; las mujeres también tienen su lado visceral, incluso si no siempre se les ve corriendo ensangrentadas con un cuchillo por el medio de la calle.

A continuación, una lista de 7 de las asesinas seriales más descarriadas de la historia:

Amelia Elizabeth Dyer, “La granjera de bebés”

Dyer

Nacida en Inglaterra en 1839, Dyer nació en una familia normal y se dedicó a estudiar enfermería, pero decidió que ser una baby farmer sería más lucrativo. Esto era un empleo irregular que consistía en el mantenimiento y crianza temporal de niños abandonados hasta que fuesen adoptados por buenas familias en el futuro.

Fue sentenciada a trabajo comunitario durante seis meses por negligencia: un doctor se percató de que habían muerto muchos niños bajo el cuidado de Dyer y la reportó a la policía. Al salir, pasó meses en consultas psiquiátricas antes de seguir trabajando, aunque allí comenzó su adicción al alcohol y los opiáceos, sustancias que podían afectar sus facultades mentales.

No pasó mucho tiempo antes de que pequeños cuerpos inmóviles aparecieran flotando río abajo en el Támesis, siete en total, todos con notas amarradas en el cuello con la dirección de Dyer. “Sabrán de los míos por las notas en sus cuellos”, dijo al confesar sus crímenes.

La asesina dejaba morir a los niños por negligencia e inanición. De esta forma, cuando recibía los pagos gubernamentales para la manutención temporal de los bebés, dejaba que murieran y así se quedaba con todo el dinero. Incluso reemplazaba bebés de algunas personas que no podían cuidarlos por sí mismos, ya que el niño legítimo habría muerto tiempo atrás.

Fue sentenciada a la horca, método por el que fue ejecutada en 1896. La policía sospechaba de 20 posibles víctimas más.

Delphine LaLaurie

LaLaurie

Nació en Nueva Orleans en 1775 dentro de la élite de la ciudad. En su tercer matrimonio, LaLaurie compró un terreno para después construir en él una mansión de tres pisos, con todo y habitaciones para esclavos. Allí vivió con su esposo y dos de sus cinco hijos.

A lo largo de la ciudad se comentaba sobre la condición de sus esclavos: maltrechos, descuidados y desnutridos. Hasta se vio a una pequeña niña negra saltar a su muerte desde el techo de la mansión mientras LaLaurie la perseguía con látigo en mano.

En 1834 un incendio en la mansión provocó la llegada de la policía y los bomberos. Al llegar, vieron a la cocinera encadenada al horno, quien dijo que intentó quemar la casa para evitar ser llevada a la “habitación de arriba”, ya que nadie que entrara allí, salía.

Mientras evacuaban el recinto, los bomberos derrumbaron la puerta trancada de dicho cuarto, en el que encontraron a siete esclavos torturados, con las extremidades desgarradas, suspendidos del cuello y con los cráneos abiertos a golpes. Los que podían hablar, declararon que estuvieron encerrados por meses.

LaLaurie fue perseguida por una multitud de gente enfurecida que destruyó su casa mientras ella huía a Alabama y después, a París.

Leonarda Cianciulli

Cianciulli

Nació en 1893 en Emilia-Romagna, Italia. A lo largo de su vida tuvo diecisiete embarazos; abortó tres, diez niños murieron poco después de nacer y los otros cuatro se convirtieron en la luz de su vida.

En 1939, el hijo mayor se unió al ejército y su madre, para protegerlo, se dedicó a hacer sacrificios humanos con tres amigas que hacía tiempo le habían pedido ayuda debido a la crisis por la que estaban pasando.

Y la ayuda llegó, sólo que no esperaban que tuviese la forma de un hacha. Después de matarlas, la madre preocupada descuartizó los cadáveres, vació la sangre en recipientes y disolvió los trozos en lejía. La sangre fue utilizada para cocinar pastelitos que daba de comer a sus visitantes y enviaba a su hijo soldado.

El último sacrificio, sin embargo, no sólo terminó en el horno; Cianculli convirtió los restos de su “amiga” en barras de jabón que regaló a vecinos y conocidos. La cuñada de la última víctima se extrañó por su ausencia y dijo a la policía que se le había visto por última vez entrando a la casa de su asesina.

Cianculli fue arrestada e inmediatamente confesó sus actos. Dijo que la última víctima sabía mucho mejor que sus otras dos vecinas.

Aileen Wuornos

Wuornos

Nacida como Aileen Carol Pittman en 1956, abandonó el colegio a los 14 años de edad para trabajar como prostituta autostopista.

Entre diciembre de 1989 y septiembre de 1990, se encontraron los cuerpos de seis hombres a lo largo de las autopistas del norte y centro de Florida. Algunos artículos de las víctimas fueron empeñadas por Wuornos bajo un alias, el cual fue rastreado junto a las huellas dactilares que la asesina había dejado en artículos de las tiendas de empeño.

Wuornos fue capturada y admitió los seis asesinatos, alegando que en cada ocasión el hombre con quien habría estado trabajando la intentó violar. Sólo uno de ellos tenía antecedentes de intento de violación.

Casi todas las víctimas fueron encontradas en zonas boscosas aledañas a las carreteras con disparos a quemarropa en el abdomen, pecho o cabeza; desde 2 a 9 tiros, en un caso particular. Uno de los cuerpos había sido despojado de todas sus pertenencias a excepción de una gorra de béisbol.

En 2002, Wuornos fue sentenciada a muerte por inyección letal. Tiempo antes de morir negaba que los asesinatos no hubiesen sido en defensa propia, pero después admitió: “Los robé y maté a sangre fría, y lo haría de nuevo, y sé que mataría a otra persona porque he odiado a los humanos por un largo tiempo”.

Delfina y María de Jesús González, “Las poquianchis”

Gonzalez

Las hermanas nacieron en la década de 1910, dos de cuatro hijas de un padre abusivo y violento. Cansadas de vivir en la pobreza, Delfina y María de Jesús compraron un bar y lograron sobrevivir un tiempo. Sin embargo, querían más dinero y se dedicaron a la gestión de un burdel en Purísima del Rincón, Guanajuato, con todo y sobornos a los policías y oficiales gubernamentales.

Con ayuda de sus hijos y otros cómplices, las hermanas contrataban (o secuestraban) jóvenes mujeres para que trabajaran como “mesoneras”. Al llegar al burdel, les prohibían la salida y les daban forzosamente cocaína o heroína para deteriorar su salud, y si alguna quedaba embarazada, obligaban a las otras a golpearla con palos hasta que abortara.

Si se enfermaban, contraían una enfermedad venérea, quedaban muy débiles después de un aborto, ya no satisfacían a sus clientes o perdían sus buenas apariencias, eran asesinadas por inanición o golpeadas hasta morir por las otras chicas, bajo órdenes de las poquianchis.

Las hermanas también asesinaban a hombres quienes mostraban tener mucho efectivo. Cuando se les cuestionó por ello, alegaron que “la comida no les sentó bien”.

Una de las jóvenes logró huir del burdel, posteriormente llamado “el burdel del infierno”, y fue a la policía, afortunadamente a unos oficiales que no estaban en la nómina de las hermanas. Tomaron sus testimonios y se dirigieron al burdel a revisar las premisas.

Allí encontraron alrededor de una docena de mujeres golpeadas y malnutridas encerradas en un cuarto. Ellas les señalaron un lugar del patio en el que encontrarían los cuerpos. Los policías obligaron al chofer de las González, quien les ayudaba a disponer de los cadáveres, a excavar las fosas en las que se encontraron 91 cuerpos de hombres, mujeres y fetos.

Fueron condenadas a 40 años de prisión; Delfina se volvió loca pensando que sería linchada por manifestaciones violentas y María de Jesús cumplió su condena y desapareció.

En 2002, haciendo construcciones en la zona de Purísima del Rincón, se encontraron alrededor de 20 esqueletos que parecían haber sido enterrados en los años cincuenta o sesenta. Si es el caso, la cuenta de las poquianchi habría aumentado a al menos 111 víctimas.

Olga Hepnarová

Hepnarova

Nació en la actualmente disuelta Checoslovaquia en 1951. Su familia era normal, habiendo tenido un padre banquero y una madre dentista. Olga desarrolló problemas psiquiátricos y a los 13 años intentó suicidarse con pastillas, por lo que fue internada por unos años.

En 1973 decidió arremeter con su camión contra un grupo de 25 personas que esperaban un tranvía. Tres víctimas murieron instantáneamente, otras tres murieron más tarde el mismo día y otras dos, pocos días después. Otras doce personas de la multitud quedaron heridas, seis de gravedad.

Antes del atentado, Hepnarová envió una carta a dos periódicos Svobodné slovo (Libertad de expresión) y Mladý svě (Mundo joven), en las que manifestaba su odio hacia su familia y la sociedad: “Soy una solitaria. Una mujer destruida. Una mujer destruida por la gente… tengo una elección – suicidarme o matar a otros. Elijo –VENGARME DE MIS ENEMIGOS. Sería demasiado fácil dejar este mundo como una suicida desconocida. La sociedad es muy indiferente, y con razón. Mi veredicto es: yo, Olga Hepnarová, la víctima de su bestialidad, los sentencio a pena de muerte”.

Durante la investigación y las consultas psiquiátricas posteriores, los doctores la encontraron en completo control de sus facultades psicológicas. Ella sabía lo que hacía, ya que incluso aprovechó el impulso de una bajada para ganar velocidad.

Fue sentenciada a muerte por la horca; última mujer ejecutada en Checoslovaquia antes de su disolución y una de las últimas por este método de ejecución. Se dice, considerando una posible falta de veracidad, que el verdugo confesó años después de la ejecución que renunció porque Hepnarová hizo de su trabajo algo “asqueroso”: peleó, vomitó y defecó previo a la horca.

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