Viciosidades

El día que fui a un burdel por primera vez

"El día que..." es la premisa de esta serie en la que articulistas invitados cuentan alguna anécdota curiosa, extraña y preferiblemente divertida. Arranca con el comediante, periodista y guionista Ricardo Del Búfalo confesando que no entra en la categoría de macho alfa y su visita a un puticlub

TEXTO: RICARDO DEL BÚFALO @RDELBUFALO COMPOSICIÓN GRÁFICA: @JUANCHIPARRA
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Era la despedida de soltero de un amigo. Fuimos a un prostíbulo común y corriente, de esos donde hay padres de familia con sobrepeso aburridos por la rutina semanal. Yo entré como un adolescente a punto de perder su virginidad. Ya era adulto y ya la había perdido años atrás, pero todo el lugar me hacía sentir los nervios del estreno.

Claro, era mi primera vez en un burdel.

Entramos una manada de machos alfa que iba a divertirse viendo culos, pero había un problema: yo no soy macho alfa, y tenía que ocultarlo para evitar chalequeo. Era raro. Siempre es raro ver mujeres desnudándose con panas al lado, porque hay que actuar como que estás excitado, pero no puedes sentirte muy excitado. Estás como viendo un partido de fútbol: “Uh como domina esas nalgas, es una crack”.

Lo siguiente raro de un burdel es el licor. Es carísimo, tan caro que una botella de whisky costaba apenas un poquito más que la de ron. Como éramos once carajos, la compramos y con eso compramos el pase al VIP. En realidad estábamos pagando como un trago por cada uno, lo cual lo hacía el trago más caro que había pagado en mi vida. Pero la ocasión lo ameritaba. Eso me dije a mí mismo varias veces para convencerme. “¿Cuánto tiempo vamos a estar aquí, dos horas? Si me lo sirvo puro, me dura como dos horas”.

Inmediatamente entraron once mujeres, una para cada uno, uniformadas con el mismo baby doll blanco y con un profundo deseo sexual por nuestro dinero. Eran como el equipo titular del burdel. Varios pagaron su baile privado de inmediato; sabían exactamente qué hacer apenas entraron. Yo pensé que venían a vendernos sexo, no bailes. Obviamente también querían eso, pero primero intentan venderte una entrada y luego el plato principal.

Yo estaba sentado hacia una esquina, solo. Veía las tetas en la cara de los panas y me sentía raro, porque me excitaba ligeramente, pero luego veía sus gestos de excitación y se me pasaba. Tomaba un traguito. Me regañaba.

Llegó una estríper a sentarse a mi lado y buscarme fiesta. “¿Cómo te llamas? ¿No quieres un baile?” Pero se encontró con un italiano que juega al catenaccio. A mí no me meten gol tan rápido.

—“¿Qué hacés acá tan solito?”, me dijo mientras me acariciaba la pierna.

“Es colombiana”, pensé de una vez.

—Nada, estoy acá tranquilo, ¿de dónde eres?
—De Medellín, soy paisa.

Y pensé: “Como el queso que te tengo”. Pero no iba a decirle ese chiste malo.

Además, no me daba mucho queso, tenía un culo operado gigante y no soy fan de los culos operados gigantes. Y no era bonita; para que me guste una mujer tiene que gustarme la cara. Ya les dije que no soy macho alfa.

Las diferencias entre un macho alfa y yo son muchas: casi no me gustan los deportes, no juego dominó, no sé nada de carros, no fumo vape… La única semejanza es que a ambos nos gustan las estrípers, pero tenemos límites distintos, porque si una de ellas le dice a un macho alfa “cógeme” probablemente lo haga, en cambio yo le diría: “Vamos a conocernos primero… Cuéntame, ¿qué estudiaste?”

No recuerdo su nombre, pero pongámosle Laura, por el bien de la historia. Laura me buscaba conversación para intentar lograr su cometido, pero yo tenía mis propios intereses: buscar material. “Esto va a ser una buena anécdota para un show o para un artículo de UB”, pensé.

—Contame de ti, ¿qué te gusta hacer? Tenés cara de que te gusta beber.
—No, me gusta tocar guitarra.
—Ay sí, tenés cara de músico.
—No, no soy músico.

Yo era Cannavaro en el mundial del 2006: por aquí no pasas, por aquí tampoco.

—¿Y en qué trabajas?
—Soy comediante
—Tenés cara…

Laura me contó que pasaba unos meses en Panamá y otros en Colombia porque tiene allá a su hijo y su mamá. Eso realmente me impresionó. Seguramente muchas estrípers o prostitutas tienen hijos, pero era la primera que conocía. Lo peor es que su hijo sabía cuál era su trabajo y al parecer no le gustaba.

—Yo trabajo para darle una mejor calidad de vida, para pagarle Internet para que juegue sus videojuegos… Y él pelea conmigo porque estoy afuera mucho tiempo y eso me duele.

Yo sentía que se estaba desahogando y tenía que apoyarla.

—Sé fuerte, Laura.

Me cambió el tema y se sentó en mi pierna. Su culo gigante operado estaba prensado sobre mi muslo derecho, como cuando uno se sienta encima de un globo para reventarlo. Dije “en cualquier momento esto va a explotar y yo no quiero recoger el desastre”.

—¿Qué estás tomando?
—Whisky.
—¿Y no me vas a ofrecer?

“Coño, ¿por qué?”, pensé. “¿Por qué no me pide una cerveza, una vaina barata? No, whisky” Le serví un trago, escurrido del culito de botella que quedaba para los once sedientos machos, con aquella arrechera. Seguimos hablando un ratico, ella todavía en mi pierna y con el brazo sobre mis hombros. Y mientras me seducía, yo pensaba: “me hizo servirle whisky y no ha tomado ni un traguito”.

Después de intentar cazarme con miel, Laura me puso la pistola de vinagre en la cabeza y me preguntó de frente:

—¿Vas a querer un baile?
—No.
—¿Tienes novia?
—Sí.
—Pues, me tengo que ir a trabajar.

Se paró y se fue. Así, como si nada. Me sentí hasta utilizado. Mientras caminaba alejándose, me provocó decirle: “¡Laura!, ¿me puedes devolver el trago?”

Pero no dije nada y no la vi más. Me terminé mi whisky con algo de arrechera, pensando que ella seguramente fue al baño a tirar el suyo en la poceta, molesta porque le hice perder el tiempo.

Fui un mal cliente, lo sé, pero en mi defensa, yo también estaba intentando trabajar. Le jugué al catenaccio y no me ganó, pero se llevó el trago más caro que he brindado en mi vida. Fue empate.

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