La cantidad de gaveras que se acumulan en cualquier expendio de Venezuela forman edificios enteros llenos de botellas, llenas o vacías, ya sean tercios, premium y las no tan bien ponderadas del tipo light. Somos un país cervecero, eso no tiene discusión. No hay excusa para no tomarse una «fría» y hablar de la vida o el país, ver el juego, o escribir una nota como esta en medio del sabor amargo y espumante de este brebaje milenario.
Mientras millones de venezolanos destapamos hoy viernes nuestra cerveza de rigor, deberíamos pensar en lo que viene en un país que, ya en medio de un desabastecimiento inocultable, podría quedarse sin cerveza. Ya el Washington Post incluye el tema como un notorio indicador de bancarrota.
No debemos escatimar el impacto social que esto implica. La cerveza en Venezuela establece un dinamismo de proporciones gigantescas. Se trata de una cadena extensa de relaciones que oscila entre lo colectivo y lo individual. En este país, para bien o para mal, se trabaja por y para la cerveza y hay una industria que cala profundo en la dermis nacional desde hace más de siete décadas.
Como bien diría un amigo sociólogo de cuyo nombre no quiero acordarme: «la cerveza es el motor de la historia».
¡Salud!