Viciosidades

Esos segundos antes del orgasmo

La pregunta que no debió ser hecha. Esos segundos antes del orgasmo

Texto: Irina López | Carolina Sandoval
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Edna, sexóloga diplomada, especialista en eso de diferenciar una causa orgánica de una psicológica y ofrecerle a sus pacientes terapias efectivas para superar las disfunciones, estaba esa tarde como cualquier otra, sentada detrás de su escritorio, escuchando preocupaciones, analizando un caso. Su paciente era un hombre cercano a los 40 años, deportista, casi que la armadura de Julio César fundida y hecha gualla de oro sobre el pecho, cabello corte platabanda que tenía escrito «El Champion» en la parte de atrás, cuerpo de José Canseco y cara de Héctor el «Bambino» que presentaba un problema de eyaculación tardía.

Esa suerte de Sansón de la lomita y del reggeaton era capaz de alcanzar la eyaculación con tan sólo sentir fracciones del polvo de pes rubia cayendo sobre sus partes íntimas, la brisa batir su copa protectora, verle el vestidito multicolor a Arcoiris Rainbow Brite. Eyaculaba con todo, menos con la Dalila que tenía en casa: su esposa. Y claro que ésta lo excitaba, sólo que había algo en la expresión de su rostro, cuando hacían el amor, que causaba en él un hondo y denso terror.

Sabiendo que debía enfrentar a sus demonios de la misma forma que ponchaba cuartos bates en cada juego, inclinó su cuerpo sobre la silla, se acercó más al escritorio y con gesto de profunda preocupación entrelazó los dedos con ambas manos para sacar el valor y preguntarle a la doctora: «¿En qué piensan ustedes los culitos cuando uno, el hombre, está acabando?»

Edna, que en todos sus años de oficio nunca había escuchado a alguien inquirir eso –menos de esa forma–, se vio con expresión de pánico descubriendo lo que ella misma pensaba y que por ética profesional, humanidad, jamás de los jamaces debía confesarle a ese pobre hombre.

– La psique femenina está compuesta por procesos y fenómenos que la hacen muy intrincada. Créame, usted no quiere destejer ese pandemónium de alpaca, macramé y estambre. Cada mujer es muy distinta.

– Pero usted no ve que esa es la culebra que yo tengo, que no deja que el muchacho escupa.

– Señor Mogollón (respirando profundo), confíe en mí, usted por nada del mundo quiere saber eso.

– ¿Cómo que no? ¡Yo no me voy de aquí sin saberlo! Yo sé que esa cara de pánfila que ella pone es por algo.

– ¿No será que su señora, por cuestiones de ignorancia, cree que usted está fingiendo el orgasmo?

– ¡¿Qué fingí ni que ná?!

– Está bien, hagamos lo siguiente. Permítame hacer una encuesta entre un grupo de mujeres para ver si hallo una matriz de opinión y en la próxima cita le garantizo que le tendré una respuesta.

Esa noche la doctora Edna llegó a su casa esperando dar con una sentencia que la ayudara a cerrar el caso, y qué mejor que el Messenger, esa herramienta electrónica en la que sus amigas se la pasaban hablando antes que comenzara la telenovela.

Encendió el computador y apenas el muñequito azul con el agente encubierto de la Disip vestido de verde que siempre tiene atrás empezaron a alumbrar, Edna soltó la gran pregunta:

Edna dice: (7:09:54 PM)

Durante las relaciones sexuales ¿Qué les pasa por la mente cuando el hombre está orgasmando?

    Bea (carita feliz) dice: (7:09:59 PM)

Tantas cosas… Todo depende. Si una hace la cosa ahí sin ganas, una se dice: ¡hasta que por fin terminó! Éste como que creía que estaba competiendo en la Bailanta Sensacional. Si por el contrario una lo que quiere es más y el tipo se viene antes: ¿ya? ¿Fin? ¿Se acabó la función? ¿Eso era todo? Ahora, si el tipo dura lo justo y de paso es un dios en la cama, una lo que se siente es como cristiana en la Roma Antigua, lista para otra crucifixión (carita roja con apariencia de diablo).

Rafaela (murciélago volando) dice: (7:13:15 PM)

Eugenio del Valle y yo estamos tan sincronizados que yo sólo pienso en lo divino que la estoy pasando, y cuando terminamos no puedo dejar de decirme: ¿quién lo ve, con esa papada del gallo Kellog’s?

Tamara dice: (7: 15: 07 PM)

Rafaela, juro que me provoca cargar una pistola con balas de plata y dientes de ajo, y matar a la rata con alas que tienes volando por todo el chat ¡Borra ese vampiro que me está volviendo loca!

      Rafaela dice: (7:16:23 PM)

¡Van Helsing!

  Tamara dice: (7:15:39 PM)

Ya que el Conde Drácula se fue al sarcófago, paso y te cuento… Desde que tuve a Samuel estoy en piloto automático. No tengo tiempo libre para nada. A uno le tengo que dar la teta, y el otro lo que está pendiente es de agarrarme una nalga, así que descubrí que los polvos son la oportunidad perfecta para organizar la agenda. Mientras Félix jadea, se viene como tres veces, yo resuelvo todos mis problemas, y encima me gano el Pulitzer: que a tal hora tengo que entrevistar al alcalde, terminar el reportaje de la Copa Davis, conseguir el número de teléfono de Carlos Fuentes, que menos más compré más pañales, porque otra vez los aumentaron, que el miércoles me lanzo para San Martín para ver si consigo crema de leche, que la ansiedad que estoy sufriendo es por las tres horas de cola que me calo en la Fajardo, que a que el chamo se despierta llorando, porque parece que tuviera un radar para saber cuando estamos tirando…

Luciana. Woody Allen: «En verdad prefiero la ciencia a la religión. Si me dan a escoger entre Dios y el aire acondicionado, me quedo con el aire», dice: (7:20:40 PM)

Yo la mayoría de las veces la paso riquísimo con Paco ¡Ese hombre es un Apolo!, por lo que mi mente está en blanco, sólo que… Ajá, viene un «sólo». Desde el viernes pasado lo que tengo son como quinientos puntitos y rayas, todo el alfabeto del código Morse en la cabeza.

Estábamos en la primera ronda, ya saben, haciendo el misionero, cuando el hombre emocionado comenzó a gemir. Hasta allí todo bien, sólo que en una de esa fracciones de segundos y con esta visión infrarroja –que ni los marines en Bagdad–, vi unas cositas negras en la parte de atrás de sus dientes, que en un principio juraba que eran vainas mías. Nada, comenzó a gemir más duro, pelé el ojo y lo que vi fue un desfile de sarro. Y cómo no sé cómo decirle que se cepille la boca, juré nunca más meter mi lengua en eso. Desde ahí tengo que cerrar los ojos y hacer meditación trascendental para llegar al orgasmo. Es que yo me calo cada vaina…

Celeste dice: (7:26:01 PM)

¡Mana, te entiendo! ¡El mío tiene mal aliento y cuando está terminando me respira en la cara! (carita que bota un chorrero de lágrimas). Un día de estos voy a salir del hotel en collarín, de las volteadas de cuello que echo buscando pegar la nariz en la funda de la almohada.

    Antonella dice: (7:28:50 PM)

Yo casi siempre estoy pensando en lo divino que se siente ver a Octavio sacudirse, decir que ya no aguanta, terminar por mi culpa, aunque hay veces en las que me acuerdo del cacho, si en ese momento hay uno, o de Ámbar, la tipa con la que tuvimos el trío ¡Es que los dedos y la lengua de esa mujer eran sobrenaturales! Casi que me orino entre las piernas de Octavio cada vez que la recuerdo, claro que él cree llevarse todos los laureles de la gloria, porque el vehículo es ese pene recio, hermoso que se gasta, pero el fin son los pezones rojitos de Ámbar.

A la semana siguiente, tal como lo habían fijado, el paciente Macario Mogollón entró de nuevo por la puerta del consultorio. Se sentó en la misma silla, inclinó otra vez su cuerpo, se acomodó los siete kilos de 24 kilates que seguramente le estaban maltratando una vértebra y sin rodeos le preguntó a la sexóloga:

– ¿Qué? ¿Me averiguó el negocio? Mire que mi matrimonio y la buena reputación de La Mole (personaje de los 4 Fantásticos con el que con modestia decidió llamar a su pene) dependen de usted.

– Sí, efectivamente, hice mi investigación y le tengo una respuesta: las mujeres durante el acto sexual están tan absortas en sentir placer que rara vez piensan en algo. Esa cara que pone su esposa, le aseguro que es de pura concentración. No tiene nada de qué preocuparse. Vaya a su casa, anime a La Mole y rescate su matrimonio.

– ¿En serio? ¿Usted está segura de eso? ¡Muchas gracias, doctora!

Y viendo aquel hombre contento, cerrar la puerta del consultorio, Edna entendió que había roto el Juramento Hipocrático, todo con tal de evitar un divorcio y quizás, un posible suicidio.

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