Exclusive: Así rumbea la “crema y nata” de Caracas

VIP. 40 mil Bs. por mesa. Smoking. Trajes largos. Camionetas blindadas. Pierre Jouet. The Midas. Old Parr. No es la discoteca City Hall en el año 85, tampoco se trata de un opulento matrimonio en el Círculo Militar. No. Con más de 600 asistentes, la fiesta “Exclusive Session: Black Tie” en la Quinta Esmeralda, convocó a todos aquellos que tienen mucha plata pero no encuentran a donde irse de fiesta. Vigilados, blindados, protegidos y recluídos, los jóvenes más acomodados de esta capital del infierno si que saben pasarla bien. Los detalles, en esta crónica "Epa chama, el viernes que viene hay un rumbón en la Esmeralda. Avísame si quieres venir porque tengo reservada una mesa”.

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Dos veces al año, Caracas celebra, de un tiempo para acá, fiestas exclusivas en locaciones privadas, donde se reúnen las criaturas nocturnas más aristocráticas de la capital. Un grupúsculo de jóvenes entre 20 y 40 años que parecen ser el último recodo de la desprestigiada alta sociedad caraqueña. Escenarios como Galipán, El Castillo de San Román, La Quinta Esmeralda y La Lagunita, han servido de recinto para el dance y el descontrol, a puerta cerrada, con escoltas armados, alarmas y vigilancia satelital. Por si acaso.
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Rumbear en Caracas no es ni la sombra de lo que fue hace cinco años. Para empezar, trasladarse de un lado a otro requiere de un chofer y preferiblemente un vehículo blindado. Pedir un servicio de estos puede variar de forma escandalosa. Opción uno: la noche cuesta Bs. 14.000. Opción dos: Bs. 4.000 más otros 4.000 por cada recorrido. Al final, conseguimos un chofer de confianza con quien se llegó a un acuerdo más “sensato” de 5.000 Bsf por todo el viaje. Era viernes en la noche y la convocatoria invitaba al lujo: los hombres en smoking y las mujeres en traje largo. Como esas peticiones son un tanto excéntricas para un país como este, la flexibilidad era negociable con flux y coctel. El Lugar: la legendaria “Quinta Esmeralda” en Campo Alegre.
Capítulo I: la lista
Existe una lista. Algunos pasan gratis, otros 3.500 sin derecho a nada, y otros reservan una mesa completa.
Viernes. 11:00 pm: varios jóvenes de “protocolo” esperan las cédulas de los asistentes para confirmar que están en una lista previamente anotados y registrar a los nuevos en su base de datos. Una vez adentro, el aforo se concentraba sobre una especie de alfombra roja en donde los asistentes “juegan” a que son famosos. Ellas sonríen y buscan su pose más sexy, mientras que ellos saludan con ritmo “presidencial” a cámaras y teléfonos. Se sienten importantes, reconocidos, aunque no han hecho nada en la vida, más allá de pagar el billete que cuesta la entrada.
Cinco discoballs disparan rayos desde el techo de la agencia. Varios sofás rojos ordenan la decoración y un stage colosal, digno de David Guetta sirve de olimpo para los dj´s de la noche. Ahí, fundidos sobre una gigantesca pantalla de LED, los “musicalizadores” desafían al buen gusto con sus propuestas de Reguetton, Technno, Merengue y Techno-Merengue, indiferentemente. La gente goza eufórica.
Capítulo II: el servicio
“Éjele mi pana, te digo que el servicio de whisky Old Parr está en 20.000, el de vodka Grey Goose en 18.000, los tequeños en 750, el gramo de “perico” en 6.000, el de “creepy” en 2.500 y la caja de cigarros Belmont en 1.000”. ¿Qué vas a querer que te traiga?, preguntó un mesonero al aire, sin dirigirse a nadie en particular.
Tal desparpajo me dejó fuera de base. Desde hace mucho tiempo, no veía tanta “apertura” con respecto a esos temas ilícitos y extraños para mi. No me quedo otra que mirarlo con mala cara y pedir que me atendiera otro mesonero menos “malandro”. El lugar ameritaba la máxima etiqueta y para algo, mis amigos y yo estábamos pagando 40 mil bolívares por la mesa reservada. Sin embargo, también se podía pagar un trago de vodka en la barra por Bs. 1800.
Con el primer whisky con agua, me detengo a observar lo que me rodea. ¿Estoy en Miami?, ¿Ésta es la fiesta de las hermanitas Brendt, en Weston?
Capítulo III: ¿Quiénes van a estas fiestas?
La convocatoria es un arroz con mango: de 18 años hasta 55 si somos más precisos. Aquellos que extrañan la movida caraqueña y no tienen a dónde ir. La fauna contemporánea de esta ciudad destartalada en pleno: “bolichicos”, “permuteros”, hijos de magistrados, amigos de “huguito”, escoltas con aspiraciones de ascenso social, “pre-pagos” y algunos clásicos “sifrinos” de antaño, que hoy por hoy, son una verdadera especie en extinción.
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Siendo justos y a decir por el público predominante, se trataba de mucha gente “bonita” y con ganas de rumbear.
Cerca de las 1:00 am, ya había dos personajes con lentes oscuros bailando solos, en el medio de la pista. En ese momento, varias Go-Go dancers hacen lo suyo moviéndose sensuales al ritmo de los beats. Son ellas misma también las que merodean ofreciendo botellas heladas de Pierre Jouet y The Midas, en hieleras decoradas con luces de béngala al módico precio de 120 mil bolos. Son varios los que compran las suyas.
Pero algo no me cuadraba y yo seguía sin entender la razón, el porque pues de ese evento. Quien me invito se esfuerza en explicarme: “bueno, la verdad es que aquí uno no tiene a donde ir. A mi me gustan las rumbas que montan estos chamos y por eso aprovecho ‘dos veces al año’ de venir a un sitio donde hay seguridad , gente bonita y buena música”, Pero agrega: “Aunque te voy a decir algo… algunas demostraciones de “nuevoriquismo” me dan asco. Eso de andar montándose en un sofá y estar abriendo botellas de champaña con bengalas está de más”. Condena.
Ciertamente la inseguridad ha dsitorsionado las perspectivas de todos los aspéctos de la vida social de los ciudadanos. Pocos eventos, incluso conciertos, han estado tan vigilados como la fiesta de ese día. Era una sensación de irrealidad que flotaba en el aire: escoltas circundando el perímetro para garantizar la integridad de los asistentes, cámaras, radios, detectores de metal, etc. Pero todo el mundo estaba tranquilo, nadie buscaba pelea.
Entre tragos y conversaciones estériles, otro amigo llama mi atención con un comentario: “recuerda que muchos de los que fueron a esa rumba, en cierto momento fueron “cadiveros” o hicieron plata con otros negocios. Cambiaron en dólares y los sacaron del país. Si sacas la cuenta de cuánto te cuesta un pasaje, más hospedaje, más traslados…Te sale mucho más caro rumbear afuera que traerte unos dolaritos, cambiarlos y rumbeártelos aquí mismo en Caracas”.
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2:30 am. Mi pana le dice al mesonero asignado que me atienda. El joven agarra mi vaso, me da la espalda, sirve un trago y se lo entrega a un tipo en otra mesa. Me quedé en shock. No obstante y después de haberlo visto ofreciendo además de los tragos, otras “bebidas” con las que nosotros no compartimos, preferí no decir nada y dejar que se lo dieran a otro.
Cinco veces intenté ir al baño. Colas más largas que las de «Farmatodo» antecedían la entrada. La frase clásica “…marica estoy rascada (cosa que jamás es verdad), las que caminan en zigzag, las que no paran de “batuquearse” el pelo, las niñas más bellas, trajes de luces, lentejuelas, telas hermosas, todas se arreglaban, admiran su belleza, aprovechan para hacerse un selfie, dos selfies, tres selfies y un snapchat para compartir con sus followers.
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Cual Cenicienta apocalíptica, mi carroza blindada llega a las 4:30 am. Salimos de la burbuja y solo veo camionetas último modelo ,más guardaspaldas, armas… siento el temor usual de lo que podría encontrar en mi recorrido de regreso a casa. Me encomiendo a Dios. A la virgen. Se terminó la fiesta.
Y  la cosa no quedó ahí. Según me dicen, los más «excéntricos» esperaron al amanecer del sábado para subir a sus avionetas privadas y seguir el after party en Los Roques. Si, así mismo. A ese nivel. Y duró hasta el martes..
No sé. No me consta. Pero a esta gente si que le gusta pasarla bien. Y pueden.
Reseña: Camila Fortique]]>

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