Opinión

Guaidó, te debo la empanada que te tumbé

¿Quién lo iba a decir? El flaco ese al que conociste en una reunión informal y que se tomó la molestia de hablarte antes de irse resulta que es el político del momento: y le debes una

FOTO: Miguel Gutiérrez/EFE
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***Diez meses atrás***

“Ese se llama Juan Guaidó”, me soplaron. Para mí solo era el flaco con dermatitis. Yo seguía con mi tic nervioso: campanear los hielos del vaso de refresco al ritmo de la ansiedad de mis rodillas. Estábamos en medio de una reunión entre diputados y comediantes, en casa de uno de los humoristas más importantes del país (un encuentro bastante experimental para compartir ideas). Obvio, yo estaba intimidado. Estuve callado todo el tiempo. “Sobre el techo debe estar un dron del Sebin”, me dije asustado cuando vi que en la misma sala estaban: Miguel Pizarro, José Manuel Olivares, Stalin González, Juan Andrés Mejía y el chamo al que le tumbé la última empanada que pusieron en la mesa: Juan Guaidó.

Su nombre sobrevivió al incendio que achicharró a la MUD el año pasado, ventajas de haber estado escondido en el sótano del anonimato. Tiene pinta de galán sin pulir. Su porte es de actor de reparto de “House of Cards”. Su cara es un remix entre Obama, Marc Anthony y Perry el Ornitorrinco. Su carisma es intermitente, se le perdona, es un líder autodidacta que estuvo en el curul indicado, en el momento indicado. Nos ahorró la carnicería entre la vieja guardia. Un tipo que se da a entender sin gritar, que nos devolvió la capacidad de sorpresa. Juan Guaidó nos demostró que se puede confiar en un desconocido.

***Madrugada del 23 de enero de 2018***

No pegué un ojo en toda la noche. Me metí en Twitter para buscar compañeros de insomnio, pero el internet estaba caído. Conté ovejas, conté a los amigos que se fueron, conté los fracasos de Roque Valero, y nada que me dormía. Me puse a hacer memoria, a pensar en mi mantra durante todo este tiempo: “esto se va a acabar cuando menos lo esperemos”. Ese era el susurro que se activaba cada vez que mi mente gritaba “¡vámonos!”. Así fue. Cuando menos lo esperábamos la Tortuga alcanzó a la Liebre Roja, David agarró por las bolas a Goliat, Guaidó puso en jaque a Nicolás (quien sigue apostando por jugar ajedrez con la mano pesada).

Nos intrigaba pensar si de verdad la muerte del chavismo iba a ser silenciosa. Apenas comenzaba el día. Nada de esto estaba claro a las 8 de la mañana del 23 de enero de 2019. Habíamos esperado tanto por este dia que no sabíamos si estábamos preparados para cualquiera de los dos escenarios: el momento histórico o el coñazo colosal. La salida definitiva del chavismo o la cadena perpetua que implicaría su permanencia (Cancelado y transmutado / Va de retro, Satanás / Toco madera). Salía el sol y Caracas tenía la misma cara de siempre.

De repente, empezaron las señales divinas (no solo por lo celestiales sino por el placer que me despertó cada una). Mientras estaba en el baño lavándome la cara de resignado, escuché un gemido metálico que en un par de minutos se transformó en un rugido de ollas. “¿Cacerolazo a las 9 de la mañana aquí en la boca de Petare?”. Sonreí de lado (el gesto del escéptico que empieza a ceder) y, por primera vez en mi vida tomé un sartén. Le di con tanta fuerza que ahora mi mamá me lo está cobrando. No importa, no me arrepiento. Sentí esa catarsis que nace de chocar el metal contra el metal, me perdí en esa bulla que espantaba a las palomas de los techos y a los chavistas de la zona. Solo se escuchaba el canto de las ollas de un pueblo que tiene hambre de comida y de cambio.

En los edificios cercanos se asomaban más pares de ojos. Las ventanas sostenían esas banderas que hasta esa mañana olían a las cenizas de protestas frustradas. En los techos se montaron los perros eufóricos y los gatos curiosos (los únicos que sí mantuvieron su cara de incrédulos). Desde los balcones los bebés bailaban y brincaban emocionados, sin entender demasiado por qué la gente grande estaba tan contenta.

***Vas a crecer en democracia, niño. Eso es lo que pasa. Disculpa el spoiler. Sigue viendo Disney Channel***

No podía creer lo que estaba pasando. Me vestí apurado y salí a la calle para corroborar que todo lo que estaba viendo por la ventana era cierto. En efecto, el asfalto de la avenida Francisco de Miranda apenas se veía en medio de ese reencuentro de ciudadanos sin cultura de guerra, de sobrevivientes del ego de un monstruo. La sensación era la del náufrago que está aliviado por no haber nadado en vano (aunque muchos estábamos a la deriva). Ya empezábamos a ver tierra firme.

Hubo un momento en el que mi contentura era tal que me distraje. Demasiada gente hermosa. Es impresionante la cantidad de culos divinos que uno ve en las marchas de oposición (bueno, ahora somos oficialismo). Hombres y mujeres. Decirlo en voz alta no nos quita valor como demócratas. Al contrario, aceptar nuestro queso es la prueba de que el chavismo no acabó con nuestra líbido. Mantener una vida sexual activa es un derecho constitucional también. Artículo 69 y 71. Y si quieres cambio de proveedor, puedes declararte en desobediencia civil contra tu marido. Invoca el artículo 350.

“Iván”. Me gritaron. Me asusté cuando volteé y no vi a nadie. “Ey, Iván”. Me llamaba una señora que yo no conocía. Era menudita. Me le acerqué como si fuera tía mía. “Me llamo Sonia. Soy fan de todo lo que haces. ¿Nos podemos hacer una foto?”. Se me aguaron aún más los ojos mientras la hermana de Sonia abría la cámara del celular.

El amigo con el que yo andaba se me acercó al oído:
-No te vayas a hacer una foto riéndote
-¿Por qué, pues?
– Porque…bueno. No sé. ¿Ya podemos ser felices?

(Faltaba poco para serlo…)

Voceros de distintos gremios eran los teloneros de Juan Guaidó. La tarima se calentaba con las consignas que reventaban en las esquinas, las sonrisas fueron las banderas que más ondearon. Nos maravillamos con obviedades. Por ejemplo, miramos al cielo, el azul era intenso, recordamos que es infinito. Sentimos que nos habían quitado el domo que nos aisló del mundo por 20 años. Estábamos vivos, lo sabíamos. Se me erizó la piel bajo el sol del mediodía. Faltaba poco para la hora del cambio, es decir, la una y pico de la tarde.

Guaidó subió, saludó y dio una primera indicación: “Levantemos la mano derecha”.

***Sustico en el corazón***

“Hoy 23 de enero de 2019.
En mi condición de presidente de la Asamblea Nacional.
Ante Dios Todopoderoso, Venezuela.
Juro…”

***Primer grito de sorpresa que lo interrumpió***

“…asumir formalmente las competencias…”

***Segundo grito de sorpresa y piel erizada al máximo***

“…del Ejecutivo Nacional como el presidente encargado de Venezuela”.

Explotamos. Lloré. Ahora que lo reescribo, vuelvo a llorar. Estaba llorando en público y no me importaba. Me estaba liberando de tanto peso. Sentimos un agradecimiento inmenso por bañarnos de esa energía sanadora. En el día fuimos soñadores tímidos, con temor a la alegría, pero en la tarde la felicidad nos ganó. Yo solo pensaba en el borrador del país que tengo engavetado en la cabeza desde hace rato. Pero aún falta, solo recuerda que todo lo que llores el día que caiga definitivamente el chavismo debes ingerirlo en ron. La misma cantidad de litros.

La estocada final al chavismo fue una coreografía entre los de aquí y los de allá. Gracias a la comunidad internacional (mención aparte a Estados Unidos y a Olga Tañón) y a nosotros: los que estuvimos más cerca de la tarima porque estábamos en Caracas y los que estaban acompañando con el corazón, el órgano teletransportador de los venezolanos en el extranjero. Si alguno se regresa, que me traiga unas Pringles y unos M&M, que yo se los pago acá.

Estamos en un punto de no retorno, el más lejano al que hemos llegado. Los venezolanos recuperamos la capacidad de sorpresa y la fuerza. Pase lo que pase, el chavismo no podrá darle «Control + Z» a nada. Seamos felices, sin confiarnos, pero seamos felices. Saboreen este momento, permítanselo. Suéltense un rato del escepticismo. Está pasando. Nadie me lo contó. Yo estoy aquí.

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A las 5 pm del día en el que se proclamó el Presidente interino de Venezuela, Globovisión hablaba de disfunción eréctil. Saquen sus conclusiones. Este ha sido el mejor sexo de reconciliación de los venezolanos. Me alegro de que a todos se nos hayan caído las quinielas. El 23 de enero de 1958 se repitió seis décadas después. El back to back de la democracia.

¡Marica, ganamos!

ESCENA POST CRÉDITOS

***Fin de la reunión entre comediantes y diputados de la que les hablé al principio***
***Todos nos despedimos dándonos la mano***

-Nos quedamos con ganas de escuchar tus propuestas. Estuviste muy callado toda la reunión, dijo el flaco con dermatitis.
-Es que en realidad soy agente del Sebin. ***Risa automática por chiste predecible***. ¿Recuérdame tu nombre? Juan, ¿no? ¿Cómo es que se pronuncia tu apellido?
-Guaidó
-Iván Zambrano, hermano. Un placer. Estamos a la orden.

Reitero la oferta, Juan.
Estamos a la orden. Te debo una empanada.

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