Tú, venezolano echador de vaina que te quejas de las restricciones del venta de licor en días electorales y que te motiva seguro el hecho de ir a Los Ruices a comprar curda a sobreprecio, lee:
Estados Unidos vivió 13 años de Ley Seca. A pesar incluso de que Woodrow Wilson, Presidente en el momento en que tuvo efecto la XVIII Enmienda de la Constitución, estuvo en contra de la ley, no pudo hacer nada. Mientras que la prosperidad multinacional del país norteamericano comprendía, en muy buena parte, de irlandeses y alemanes para quienes, por asuntos culturales, tomar cerveza era habitual, por ejemplo, hubo grupos antialcohólicos liderados por puritanos que lograron la abolición de las bebidas alcohólicas desde 1920 hasta 1933. Ley de Prohibición Nacional se llamó a la medida que tuvo lugar en una explosiva década de post-guerra y de sensaciones culturales muy notorias para el resto del mundo, en donde el jazz estaba en pleno auge. Los locos años 20.
La denominada Ley Volstead se aplicó en la totalidad del territorio estadounidense en 1920. Sin embargo, las destilerías aficionadas empezaron a hacer de las suyas con una sustancia llamada gin de bañera, una peligrosísima mezcla de alcohol de grano con distintos sabores. También abrieron expendios clandestinos llamados speakeasy. Muy pronto el negocio ilegal del licor se transformó en una rentabilísima forma de ganarse la vida. Solamente en Nueva York habían 10.000 bares controlados por mafias criminales.
El resultado: contrabando, crimen organizado, homicidios en masa, cárceles llenas, notorias figuras delictivas como Al Capone en Chicago. La sociedad tardó poco más de una década para darse cuenta de que la prohibición sólo traía problemas. Así como muchas prohibiciones ahora en el mundo hacen lo propio.
Trece años de Ley Seca. Fueron 13. ¿Se imaginan ese panorama? No.