Viciosidades

¿Hombre nuevo...o con ropa nueva?

"Si no tiene sentido del humor no pase", decía el titular original de esta nota pero decidimos cambiarlo, porque sentimos que una vez extirpada la Radio Rochela del imaginario cultural venezolano, somos cada vez más propensos a ofendernos por ignorancia. Aquí, nuevamente, el culpable de la desaparición del águila arpía del Parque Del Este, con una estrambótica columna: "Partes Privadas"

Fotografía: Luis Boza
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Ironía (def): dícese del plato mental, risible y agridulce solo degustable por la aristocracia del pensamiento. Clases medias incultas, nuevos ricos, marginales del alma, igualitaristas sociales formateados en Hollywood, extraviados en glorias pasadas y congelados intelectuales, por favor, abstenerse de su consumo.

Uno se queda en un restaurante por el ambiente o por la atención. Sí se ve limpio, sí huele convenientemente, sí resulta agradable. El nivel de simpatía hacia el lugar -y hacia el momento- aumenta sí te tratan de manera cordial. De la misma manera, valga la imagen, uno se mantiene en una relación de pareja por el ambiente, por la atención… o por ambas.

Nada peor que los excesos en un restaurant, y no nos referimos a los precios -que eso ya es cosa de una aritmética más cercana a la astrofísica que a la economía familiar- sino a la capacidad de servicio del local. Un mesonero obsequioso, por no decir ladilla, es el que cree que colmar la copa es buen servicio. Llenar el vaso de whisky con hielo y refill cada 30 segundos no es atención; son simples ganas de rascarte, para que te pongas en modo reyezuelo y pidas el siguiente frasco. Creer que ponerte “alegre” en tiempo récord es el mejor negocio del planeta, solo habla de lo acertada de la frase: pan para hoy, hambre para mañana.

Un mesonero decente debe profundizar en el desiderátum del mayordomo promedio inglés–pensemos en Alfred, maestresala de los Wayne o Jarvis, fiel servidor de los Stark-, esto es: “que se vea la pintura, pero que no se note el pintor”.

Y es importante, que aún teniendo todos los números en contra de la cultura o la moderación, insistamos en la actividad civilizatoria como forma de vida.

Ya sabemos que hay una nueva fauna Neoboleada que visita cualquier restaurante promedio y lo convierte en su zona liberada de turno. Los descubres por el look, los accesorios y por el combo afianzador del estatus. ¿Cómo se visten? Colaboremos a partir de algunos «Starter Pack» que ya son memes clásicos: camisa Columbia manga larga, metida por dentro del pantalón; collares o pulseras santeras –con o sin pepitas de color o en su versión, a base de orfebrería caracolera-; uno o dos bolsos, casi siempre Victorinox, zapatos y pantalones feos, pero importados–comprados regularmente en Aruba, Curazao, Panamá o Miami-; afuera del local: dos o tres guardaespaldas, que pasan el sol y el hambre hereje y que solo responden al nombre de “curso” o «culso», junto a un motorizado, adicto a los SMS que escolta la camioneta blindada.

Al sentarse a la mesa aplica el ritual: sacar tres celulares de última generación –un Huawei, un IPhone y un Blackberry para no perder el PIN, que pudiera haber bajado, sí supiera lo que es una App-; despliega un porta habanos de doble cañón, con puros de 100 dólares el promedio, y que, valga la exageración, coloca al lado de un Churchill en su estuche de esplendor socialista.

Arranca la fiesta con una botella de 18 –o 25- años de whisky. Hágase la salvedad que este espécimen -no importa donde vaya- pide siempre lo mismo, por eso desde las taguaras más populares, hasta los de estética Cuisine arman su “kit corrupto”, al cual cariñosamente llaman tras la cocina, aquellos que viven con menos del sueldo mínimo: la “Tropilonchera endógena”. El Ipad también aparece, de vez en cuando, para recordar junto a la hetaira de turno las fotos en el full day en Los Roques… o el taller de afinación ideológica, dictado en los hoteles de la corona española en Varadero.

Durante su larga estadía, en donde el botiquín se convierte en despacho –a la vieja y criticada usanza adeca- visitarán a nuestro prócer, personajes de distinta ralea: office boys de colectivos, “gochos burócratas” –que es la manera, como los nuevos funcionarios públicos llaman despectivamente a las personas, que se visten con algo distinto a la franela de marcha de turno, incluya dentro de ese apelativo a las oficinistas aseadas y en tacones-; y claro está, no hay que olvidar al más importante de los visitantes: el agente de servicios financieros, quien le echa el cuento, de cómo va engordando la cuentica de ahorros en los paraísos fiscales.

Que no nos tome por sorpresa, el hombre nuevo junta todas las raciones en el plato, las pica y entrompando de jeta su sambumbia, deja ver diferentes pistolas, pacas de Bolívares Fuertes y dólares –en formato ladrillo- desde el koala. Por lo pronto, entre curda y papas millonarias, estos eternos soñadores frente a vitrinas de Bahia’s adelantan su tarea de expulsar al viejo imperialismo anglosajón, para abrirle la cancha a la nueva hegemonía habanera y china. Ya tú sabes –que nunca “ya sabes tú”- : una propina… dos propinas… tres propinas… como si la mesa tuviera sabor a Vietnam de Lego.

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