Viciosidades

Melao, la incomprendida banda que le abrió a Queen en Caracas

La película Bohemian Rhapsody no llegó al país, pero Queen sí lo hizo en 1981. Melao, uno de los primeros proyectos musicales de Ilan Chester se enfrentó como agrupación telonera a una enardecida fanaticada rockera en una pesadilla de tres noches. Esta es su historia

TEXTO: FLORANTONIA SINGER @FSINGERF
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Cuando Freddie Mercury, con pantalones rojo patente, chaqueta de cuero negra, camisa de Súper Man y bigote bien peinado salió al escenario y dijo “Hola, Caracas. ¿Qué tal? ¿Bien?”, la masa de 7.533 fanáticos de Queen recibió un high luego de una larga abstinencia drenada con furia. En ese momento Eddie Pérez corría detrás del escenario y se tapaba los oídos: sentía que reventarían por el potente sonido de la banda inglesa que el 25 de septiembre de 1981 dio el primero de cinco conciertos programados en Venezuela en el marco de The Game Tour, su primera gira por Latinoamérica.

Eddie Pérez era el guitarrista de Melao, la agrupación a la que minutos antes le había tocado resistir una lluvia de vasos, salvar una de las congas de una caja de fósforos encendida que lanzaron desde la olla y tragarse estoicamente el coro de abucheos e insultos del violento y enardecido público que, aunque no alcanzaba a llenar el Poliedro, los apabullaba.

Pérez, el saxofonista Ezequiel Serrano, Carlos “Nené” Quintero con su multipercusión, Lorenzo Barriendos en el bajo e Ilan Chester y su voz, habían tenido apenas 15 minutos para probar un sonido de radiecito viejo, humillado frente a las 16 cornetas conectadas a una consola de 32 canales, los 6 amplificadores del bajo de John Deacon y otros 11 a los que estaba enchufada la guitarra de Brian May, el gong de 2.500 kilos y las siete grúas que movían paneles de 56 reflectores al antojo de los movimientos de Mercury por el escenario, según la reseña de Fernando Salazar publicada en media página de El Nacional, junto a avisos de un país que buscaba personal y ofrecía becas para cursar postgrados en la UCV.

“Fue una experiencia traumática en el momento”, es lo primero que suelta Pérez. “Eso fue terrible, no le dieron chance a Melao”, recuerda con nebulosa Quintero. “Lo peor que hay para un músico es estacionarse entre una fanaticada enloquecida y el artista que quiere ver”, dice Serrano con la voz experimentada de quien un año antes de enfrentarse a Queen ya le había abierto a Peter Frampton con la banda Esperanto.

Los karatecas y los indios
La reunión inicial se dio en Da Pipo en La Castellana. “Yo fui el único que se negó a participar, porque sabía lo que era estar como opening band y Melao era un proyecto muy bonito como para enfrentarse a eso. Primero no nos iban a pagar y por ahí ya era una ofensa. Los productores del show decían que era un regalo para nosotros tocar con Queen. Ilan insistió y ofreció repartir su parte de los derechos de autor que pagaba Sacven (Sociedad de Autores y Compositores de Venezuela) entre todos y al final aceptamos. Nos metimos una buena plata”, recuerda Ezequiel Serrano, destacado productor musical, saxofonista y flautista, arreglista y parte de los más variados proyectos musicales desde Frank Quintero, Yordano, Franco De Vita, Daiquirí, Soledad Bravo, Vytas Brener, Menudo, Aditus, Elisa Rego, Natusha, Barranco Mix, Malanga y Bacalao Men, entre otros.

En ese encuentro Chester convenció al grupo de presentarse como teloneros. Tenía los contactos con Enzo Morera y Tonny De Lucca, quienes habían traído a Queen con boletos a 125 bolívares, previos al primero de muchos viernes negros venezolanos. “Buscaban una música de calidad y algo que fuera distinto y ellos consideraron que Melao era la propuesta más idónea para abrirle a Queen. Ahora pienso que estábamos a destiempo, no estábamos en la sintonía de la música de los años ochenta, pero fue un proyecto musical muy bonito”, dice Pérez, también con una extensa trayectoria musical y actualmente al frente de la dirección musical de A todo volumen, un show basado en esa música venezolana de los 80 que entonces desentonó con Melao.

Luego de esa reunión se vieron por primera vez con “el Queen” -como les decían en ese tiempo- en un coctel en Tarzilandia. Entre guacamayas y morrocoyes, en el restaurante al pie del cerro Ávila al que Ilan Chester le hizo un tema luego, se conocieron la banda de rock británica y Melao, una particular fusión de jazz, latin pop y música académica, con letras que hablan de flores, pavos reales y amor. “Música caribeña que no es salsa”, define Quintero. Una belleza de música, insisten, por separado, Serrano y Pérez. En Radio Capital había comenzado a sonar “Estimada flor” de los debutantes. El single de Queen para ese momento en que ya se encaminaban a la consagración era el furioso “Another one bites the dust”.

Con el guitarrista Brian May y el baterista Roger Taylor pudieron hablar durante el coctel. Quintero recuerda el momento en que Ilan, con cierta ingenuidad, les pidió usar el potente sonido que trajeron en un Boeing 747 desde Los Ángeles. Mercury, que poco hablaba para cuidar sus agudos, muy sobrado, rodeado de guardaespaldas, respondió con una grosería, dice Eduardo Dávila, músico y amigo íntimo de Ilan, quien lo acompañó en ese momento y fue el primer fan de Melao.

Llegó el viernes 25 de septiembre de 1981. Cuando Serrano entró al Poliedro entendió inmediatamente de qué se trataba ser telonero: “Me llamó la atención el coñazo de luz que había del lado derecho donde decía ‘Queen’, había unos tipos con smoking blanco, como mesoneros, detrás de las bandejas de un buffet. Del otro lado estaba nuestro camerino. Los bombillos quemados, una laguna de agua estancada y unos boxeadores entrenando en el lugar que era para nosotros”.

Serrano recuerda que el furor de la venida de Queen a Venezuela hizo que Andrés Lazo, hermano del locutor Henrique Lazo y entonces cinta negra, se ofreciera con otros 20 karatecas para trabajar ad honorem en la seguridad del evento, más por faramallería que por necesidades del espectáculo. Pero sus labores no estuvieron centradas en la fanaticada enardecida sino en el propio equipo de logística que había traído la banda inglesa. Eran una especie de guardaespaldas de los locales. “El comportamiento de la empresa de logística de Queen era tan desagradable, tan déspota y tan agresivo, que los karatecas ya tenían vistos a un par de gringos a los que les iban a meter una coñaza antes de que se fueran. La cosa estaba muy fea, Ilan estaba echando chispas desde el principio porque no nos dejaron probar el sonido sino 15 minutos”.

Tocaron la primera noche. Tocaron la segunda. “Sin temor a exagerar este ha sido el mejor espectáculo de música contemporánea que ha visto el país”, escribió el periodista de El Nacional en su reseña. “Esa fue la peor experiencia de mi carrera”, refuta Serrano y recuerda la conversación que tuvieron con Brian May y Roger Taylor en Tarzilandia antes de los shows.

−No saben cuánto lo sentimos, de verdad, lo sentimos. Nosotros también fuimos una opening band −recuerda Serrano que dijo un May empático que evocaba los tiempos en los que le abrían a Mott the hoople.
−¿Pero qué es lo que tanto lamentan? −les preguntó un Ilan entre intrigado y molesto por esa insistente lástima previa.

“¡Ellos ya sabían lo que nos iba a pasar!”, cae en cuenta Serrano 37 años después. La tensión de las primeras dos noches obligó a una mediación entre el manager de la banda inglesa y Serrano. “El tipo me preguntó que qué era lo que estaba pasando. Y yo le dije que esta era una tierra de indios que tenían flechas y que a ellos se les podían quedar dos o tres de su equipo en un hospital de Caracas si no mejoraban el comportamiento. Le dije que habíamos visto a gente de su crew lanzándonos cosas mientras tocábamos”.

Como para conciliar, recuerda Serrano, el mánager les preguntó qué tipo de música era la que ellos tocaban. “Le dije que hacíamos una fusión de ritmos y me dijo que nunca había visto a Brian y a Roger quedarse dos días detrás de la tarima oyendo a una primera banda”. La tercera y última función la pasaron mejor, al menos desde el backstage.

En 2014 en una entrevista con Jaime Bayly, Chester dijo contar por primera vez lo que para él también fue un trauma. Dijo que Freddie Mercury le tiraba taquitos desde atrás del amplificador, que por su monitor solo escuchaba el bajo y se sentía un Marcel Marceau con micrófono, que fue un completo desastre. “Esa experiencia me pateó duró y no me gustó”, le confesó al periodista peruano.

En la memoria de Pérez y Quintero solo tocaron una noche, pero en realidad fueron tres funciones -larguísimas como para cualquiera que está en un paredón- que no se extendieron a cinco por la muerte del expresidente Rómulo Betancourt. El decreto de duelo nacional por el padre de la democracia los había salvado de la prolongación de la tortura frente a la fanaticada de Queen.

Ese sería un tropiezo más en una accidentada gira reseñada en documentales sobre la banda. Queen había pasado por Argentina y Brasil y había lidiado con la censura de discos, restricciones y la excesiva custodia policial de las dictaduras militares. Antes del toque en Buenos Aires tuvieron que reunirse con el general Roberto Eduardo Viola, muy preocupado por si alguien en medio del concierto gritaba “¡Viva Perón!”.

México fue la última parada de la banda luego de pisar Caracas. En ese país, de las nueve fechas anunciadas solo se hicieron tres. En la presentación en Puebla, Mercury se puso un sombrero de charro con la equivocada intención de empatizar con el público mientras cantaba “Bohemian Rhapsody”. Recibió medias llenas de tierra, zapatos y botellas en rechazo. “Thank you for the shoes, Mexico”, dicen que así se despidió el cantante. Los mexicanos le habían dado a Queen una cucharada del amargo melao que recibieron sus teloneros en Caracas.

El arcoíris y las palmeras
Eduardo Dávila recuerda que Melao nació en una pensión en La Florida, donde vivía Ilan Czenstochowski, el Ilan Chester que hoy tiene más de 30 discos y dos Grammy, que en ese tiempo era un venteañero con el que había ido a la India tras los pasos espirituales del beatle George Harrison y que siendo judío se hizo hare krishna. “Teníamos esa inquietud, nos hacíamos preguntas profundas, oíamos ‘Let it be’, estábamos en una búsqueda, probamos drogas”, cuenta el saxofonista de 66 años, padre de las pianistas Prisca y Marieva Dávila.

En esa pensión también cultivaron su gusto por la música. Allí escucharon, por ejemplo, The Mahavishnu Orchestra, una banda multicultural de jazz-rock fusión formada en los setenta en Nueva York. Una novedad del momento. Dávila solía pedir discos a todo el que viajara a Estados Unidos y un día pidió uno de Electric Flag, pero le trajeron otro, el que considera que fue el sonido inspirador de Melao: “Era una banda con oboe, teclado, guitarra y percusión. Cuando escuché Oregon quedé impactado y le dije a Ilan que tenía que oírlo y a él le pareció como una iluminación. Me lo pidió prestado porque quería hacer algo con eso. Él estaba buscando un sonido original y Melao es una de las cosas más originales que ha hecho”.

En ese tiempo Ilan Chester estaba con un grupo que amenizaba el bar de la piscina del Hotel Tamanaco. Ezequiel Serrano era del conjunto que tocaba en la boite del mismo hotel. Ahí se conocieron. El resto de Melao se armó sumando a quienes eran habituales de otros ensambles. Hicieron el primer ensayo con los ocho temas compuestos por Chester en el apartamento de Álvaro Serrano, productor de la banda y hermano de Ezequiel. Grabaron el disco con el sello Color y lo mezclaron en Abbey Road, en Londres, el estudio de The Beatles.

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Al Poliedro llegaron con “Nuestra magia”, su primer y único disco, bajo el brazo. Luego de la tortura de tres días de conciertos, el quinteto se disolvió de facto. Chester se fue a Londres y el resto se integró en la Sección Rítmica de Caracas, la banda donde primero cantó Giordano Di Marzo y que luego fue la banda de Yordano.

Diez años después, la vocación de Chester para las despedidas y los regresos, volvió a reunirlos para una pequeña gira. Pasaron varios días en unas sesiones de ensayo y spa en la Hacienda La Concepción, de Efraín Hoffman. Serrano recuerda especialmente la hidroterapia del colon a la que se sometió y los cuatro días de ayuno en los que la comida no hizo falta para tocar. Se presentaron en unas cinco ciudades y la gira tuvo que suspenderse porque Chester se enfermó de la garganta y no pudo seguir cantando, recuerda Quintero. Melao quedó ahí, como un nombre más en la extensa entrada de Wikipedia de Chester y, en los periódicos, como la incomprendida banda que le abrió a Queen.

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Estos días, la música de Queen ha roto un récord de descargas en Spotify. Una banda del pasado, con un cantante ya fallecido, destronó a Shakira, Maluma, Nicky Jam y Becky G de los primeros lugares del servicio de streaming. La película Bohemian Rhapsody de Bryan Singer, que no se estrenó aquí porque Fox se fue del país el año pasado, ha revivido el furor por Queen.

En YouTube solo hay dos videos en donde se pueden escuchar temas de Melao. Serrano en su casa conserva uno de los LP. En la carátula aparece un arcoíris que sale de un tamborcito y atraviesa las letras del nombre de la banda con siluetas de palmeras, que luce como una versión tropical, en fondo blanco, del clásico Dark side of the moon de Pink Floyd. Carlos “Nené” Quintero dice que hace años vio un disco de Melao tirado en Los Caobos entre los puestos de vendedores de discos viejos. Eddie Pérez quien creía tener el disco en un Dropbox que se le borró, al final me envió tres audios de WhatsApp con las canciones con las que enfrentaron a Queen 37 años atrás. Y son de una melosa belleza.

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