Sexo para leer

#SexoParaLeer: MILF alquila habitación

Fotografía: Diana Mayor
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Tengo 37 años y una hija adolescente que vive con su papá en el extranjero. Mis preferencias sexuales cambiaron desde que volví a vivir sola. Me gusta la libertad y poder experimentar cosas nuevas. Siempre compartí mi casa con jóvenes universitarias, lo hacía para reducir gastos y sentirme acompañada. Pero había una condición: teníamos que compartir la única cama que existía. El cuarto era inmenso. Tenía todo lo que necesitaba para divertirme: un hermoso baño, una pequeña cocina y  un jardín de flores que rodeaba la casa y que me encantaba cuidar.

Hace un par de años conocí a una hermosa catira. Se llamaba Rubí. Estaba en búsqueda de una habitación en alquiler y llegó a mí a través del periódico. Estudiaba enfermería, por lo que coincidíamos solo por las noches. Al principio era misteriosa y creía que tenía una personalidad algo alocada, pero pronto nos hicimos grandes amigas. Después de unos meses me di cuenta que no tenía novio, salía contadas veces con chicos y chicas diferentes. Se bañaba con la puerta abierta y salía completamente desnuda para acostarse a revisar los canales de tv. Jugábamos cartas en la cama y en esos momentos le gustaba abrir las piernas dejando ver su recién afeitada cosita rosada. A veces, la envidiaba por tenerla tan perfecta.

Tenía los senos de una joven virgen y unas nalgas paraditas,que cuidaba haciendo ejercicios desnuda frente al espejo. Me gustaba ver lo natural que era. La mayoría de las veces dormíamos sin nada encima. Debía esperar a que se durmiera para masturbarme pensando en ella. Quizás todo estaba en mi mente, pero cuando hablábamos sobre los novios, yo mantenía mi distancia para no parecer que la acosaba sexualmente.

Como de costumbre preparaba la cena para recibirla y no se dedicara a cocinar. Así podía estar libre para disfrutarla nuevamente desnuda después de haberse dado una buena ducha. Esto se había convertido en una diversión para mí. Una noche abrió la puerta y al verme me dijo que celebraríamos sus notas del semestre. En ese instante la note diferente, con una seguridad extraordinaria de sí misma, de su inteligencia, su belleza, su atractivo. Con sus manos detrás de la espalda me pidió que adivinara que traía escondido. Si lo hacía me daría un premio, pensé que podría ser una botella de vino. –¡Sí! pero ese no es el premio– respondió con sonrisa pícara.

Decidimos dejar el fulano premio para el final de la noche y abrimos la botella de vino. Estaba ansiosa por lo que me tenía y no sabía cómo pedirlo. Se terminó la botella pero seguimos con otra que tenía guardada y que le quedaba para un par de copas más. Terminada la bebida apagó la luz,  y se acercó para desnudarme lentamente. Me quede paralizada al sentir como me recostaba a la cama y tocaba sutilmente mi clítoris. Estábamos pasadas de tragos, pero conscientes de lo que hacíamos. Comenzó a chuparme. Sacó su lengua al darse cuenta que lubrico a chorros. Abrí más mis piernas y las levanté para que me besara como solo las mujeres pueden hacerlo.

Se subió encima y frotó su húmeda vagina contra la mía. Con sus labios mojaba la punta de mis pezones. ¡Era una delicia de mujer! Me pidió que la besara despacio, lo hice hasta comenzar a lamer su gordita recién afeitada. No sé cuánto tiempo pasó, pero su sabor era delicioso. Continué embelesada hasta hacerla acabar en mi boca.Disfrutaba verme sobre ella.

Le gustó tanto que decidió ser una ramera agradecida. Me pidió que me volteara y me colocara en cuatro puntos. Sin pensarlo abrí mis piernas en posición de perrito y comenzó a lamer mi culo hasta verme retorcer de placer.

Pasamos el resto de la noche acostadas, una sobre la otra. Besos tras besos. Toqueteos y chupones. Las ganas volvían y crecían cuando pasaba su lengua por mis pezones y dulcemente mordisqueaba mis tetas. Me tocaba tan rico que me erizaba y nuevamente eso le daba pie a besar mi gordita hasta hacerme empapar.

Nunca metió sus dedos, solo me frotaba. Hacía lo que quería y sabía cómo hacerlo. Debajo de su almohada tenía el premio que tanto esperaba: un juguete que sobresalía por su tamaño. Siempre quise tener uno igual pero pensaba que me volvería adicta, por eso nunca lo había comprado.

Jugaba con él, introduciéndolo en su boca. Me pidió que la masturbara. Poco a poco lo metió delicadamente en su vagina. Era grande y yo quería probar, así que abrí las piernas. Empecé suavemente. Ella lo lamía para ayudarme. Y no fue hasta que dejé de verlo que me di cuenta que me había penetrado completica. Adentro y afuera, una y otra vez. Estaba por correrme. Lo hice con tanta fuerza que lo expulsé de golpe, nos quedamos inmóviles por un rato sin decir media palabra. Al despertar, no sabíamos quién rompería el silencio.
«A partir de hoy ya no eres más mi inquilina», alcancé a susurrar. Ella con una sonrisa aceptó el cumplido.

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