Opinión: Tenle paciencia al “Guachimán” *

Los apellidos se asumen con dignidad. A menos que el tuyo sea Hitler, pues. Ahí sí como que conviene un cambio en la jefatura. Aunque la dignidad, he aprendido, no aplica al momento de entrar a una caseta de vigilancia en una zona residencial. Ningún vigilante ha podido anotar mi apellido

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texto: Toto Aguerrevere | @totoaguerrevere
–Aguerrevere- en una planilla sin decirme “¿Cómo se escribe eso?” Aguerrevere, señor. A-g-u-e-doble erre-e- v de Venezuela- ere-e. En esta parte siempre envidio a los que se apellidan García o Pérez. Los García entran derechito. Los Pérez son una gente VIP.
Siempre me he preguntado a dónde van a parar las hojas con los datos de los visitantes que esos vigilantes se fajan en rellenar. Entiendo la función de seguridad de saber quién entra y quién sale pero con toda honestidad, ¿alguien revisa esas planillas? No puede haber Presidenta de Asociación de Vecinos tan fastidiada en la vida como para hacer un cotejo de los que visitan su calle. Es una pena, francamente. Con esas hojas de datos sabríamos quién tiene amantes en la urbanización y quién no.
Buscar por ejemplo a Nina, mi compañera de noches, es un calvario. Espantados por dos que diecisiete atracos en la zona, los vecinos de su calle decidieron amurallarse dentro de lo que parece la represa del Guri. En la garita hay un foco de luz que nada tiene que envidiarle al faro de Puerto La Cruz y la luz es digna de una sala de interrogatorio policial. Eso siempre me lleva a la pregunta, ¿por qué no hay faros en los clubes de estríper? Es la única ocasión en la que se me ocurre que sería bueno tener las pupilas dilatadas.
Como polilla cegada por bombillo rabo de cochino, acelero con trepidación hacia el poste de seguridad que me tranca el paso hacia la represa del Guri. Es un palo estándar lleno de cartelones con prohibiciones tipo: favor identifíquese; no toque corneta; no insista, los guardias no cantan cumpleaños. Ahí me espera un guardia que me alumbra con una linterna que me indica que debo bajar las luces de mi carro. Cosa ilógica, porque con el faro y la linterna en esta urbanización siempre es de día.
El guardia se acerca con su tablita y la hoja para anotar mis datos. Aquí no sirve, como en otras urbanizaciones cerradas, el clásico “sí-buenas-amigo-voy-a-Residencias-Endora”. En esta calle el guardia es de los que se asoma adentro del carro. De los que me ordena prender la luz interna de mi carro y de los que se molesta porque no puede entender que el bombillo del techo no sirve desde el 2007.
Nina está avisada que yo estoy en la garita desde hace tres esquinas cuando le mandé el muy caballeroso mensajito de “baja”. Yo la puedo ver en la distancia esperándome frente a la puerta de su edificio pero no hay forma de que el guardia me deje pasar sin antes anotar mi nombre, cédula, y color del vehículo. Entiendo que me pregunten por mi signo zodiacal pero ¿color del vehículo? ¿Acaso no lo ves?
Lo irónico es que tres nanosegundos después de culminar el interrogatorio, atravieso la garita, Nina se monta en mi carro y ya estoy fuera de la represa. Eso me pone a pensar, 15 minutos de preguntas para un quickie en la búsqueda es una falta de respeto. Siempre le digo a Nina que deberíamos comenzar la noche dándonos los besos en la calle para compensar por la demora.
Entiendo que con la inseguridad esto de la vigilancia es un trabajo respetable. Y me gusta que los vigilantes se tomen en serio su trabajo. Pero algunos se pasan. Mis favoritos son los “wachimanes” que están en la entrada de los edificios. Todos con postgrado en la “Escuela de Wachimanes” donde aprendieron a tener sueño y acostumbrarse a la pantalla minúscula de un televisor años 80. Siempre me parece un crimen despertarlos con un “buenas” o con tres toquecitos cada vez más frenéticos en el vidrio. Pero como yo lo veo, más seguros están ellos de lo que estoy yo afuera.
Me entretienen los “wachimanes” sabiondos. Los que saben dónde vive cada quién. Detesto a los que no tienen idea en cuál torre es que vive la familia García. Yo no sé donde vive la familia. No me interesa, solo vine a buscar a una García y me largo. Pero ahí tengo que esperar a que se encuentre el piso. Siempre es el 1-B. Y aunque si yo fuera guardia gritaría: “1-B TE VINIERON A BUSCAR, ¡BAJA!” para ahorrar tiempo, siempre espero con paciencia mientras el vigilante llama por el intercomunicador y dice: “aló, sí buenas, aquí la andan buscando de parte del señor Toto Ague- ¿Cómo es que me dijo que se pronuncia su apellido?”
Los apellidos se asumen con dignidad… aunque cualquier visitante a una zona residencial te dirá que si no te llamas García o Pérez, tú ahí no vas a entrar con rapidez.-

*Modismo venezolano. Viene del anglicismo “watch-man”. Guardia, vigilante, gendarme, sereno.]]>

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