Sexo para leer

#SexoParaLeer: la vecina complaciente

Desde su encuentro con el carpintero los deseos de Silvia habían cambiado, la pasión había regresado a su mente y los sueños lujuriosos pasaron a ser el pan de cada día

Texto: Diana Mayor
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Fue una tarde de marzo cuando Luis su carpintero la visitaba por tercera vez para terminar el trabajo en la cocina. Mucho coqueteo y algunos términos insinuantes por parte de Silvia terminaron en placer sobre el mesón.

Él estaba para comérselo con los dedos, era casado al igual que ella, aunque no había impedimento para ser infiel a sus parejas, su pantalón abultado y la camisa apretada dejaba ver un cuerpo provocador.

Silvia no perdió la oportunidad de hacerlo suyo ese día. Vistió de shorts, los más cortos que tenía, una camiseta transparente que sobresalían los delicados pezones en el que Luis se perdía en miradas.

Logró lo que quería cuando el carpintero no aguantó el deseo tan provocador, la besó, ella respondió con las mismas ganas y empieza aquella acción en el que los dos terminaron en sexo desenfrenado. Él agarra sus nalgas, la sube al mesón de la cocina, como puede mete sus dedos por dentro del short, logra tocar su cosita mojada y caliente.

Ella lo chupa, lo muerde por todo su cuello mientras le quita su camisa y el olor a sexo se eleva entre los dos. Luis se arrodilla, la besa muy suavemente, se apodera con ambas manos de sus senos y se los acaricia de tal modo que consigue enloquecerla.

Le quita el short, al mismo tiempo ella facilita el trabajo quitándose la camiseta. Su boca recorre sus labios vaginales sin mucha prisa pero con destreza. Con los dientes quita su panti lentamente en el que se ahoga en placer del olor de Silvia mojada por tanto gozo. Ella al verlo tan excitado con su panti en la boca le dice suspirando,–Me enloquece verte hacer eso y saber que te gusta-.

Luis se concentra en lo que esta sintiendo y se quita los pantalones para mostrar su grande y poderoso miembro. Sus labios están en la entrada de su vagina, que saborea con avidez aquel néctar delicioso y dulce. Hubo otras tardes iguales a éstas, en el que los encuentros entre Silvia y su carpintero se hacían cada vez más seguidos.

Ella piensa menos y se sume más al cúmulo de sensaciones simultáneas, que poco a poco la van arrastrando a un estado único, donde solo tiene sentido el placer desmedido por aquel amante que penetra su cuerpo hasta hacerle perder la conciencia. El esposo de Silvia siempre trabajaba por lo que no se enteraba de lo que hacía su amada.

Una mañana vuelven a tocar la puerta, ella se prepara para la ocasión, sabía lo que le esperaba; esta vez fue directo al punto, abre su bragueta, lo saca, se lo mete a la boca, mientras el se estremecía por el roce de los labios y la lengua. Lo saborea y succiona a la vez lo que provoca que le tiemblen las piernas, es el momento perfecto para tocar sus nalgas.

Sigue hasta hacerlo eyacular sobre su boca tomando hasta la última gota caliente. Cuando él logra reponerse la empuja hacia la cama, le arranca las pantaletas, abre sus piernas y se sumerge encima de ella. Mordisquea sus pezones y hace que llegue al orgasmo al sentir ese trozo de carne estremecedor y palpitante penetrar entre sus nalgas.

Esta vez no es Luis su acompañante infiel. Es César su vecino más cercano, que era soltero, y de quien no era capaz de rechazar una propuesta tan placentera.

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