#SexoParaLeer: Amigo Secreto

Esta vez el juego tradicional navideño de los regalos en la oficina fue placentero para Valerie, siempre atenta de quién le podría tocar en la elección de los famosos papelitos para el intercambio

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En esta oportunidad una sonrisa pícara se dibujó en su rostro al ver en nombre que por fortuna había escogido. Le había tocado el de finanzas, Ignacio, cada vez que él llegaba a la oficina ella saboreaba sus labios, con solo mirarlo se estremecía sentada en su silla.

Regalitos eran dejados en su puesto de trabajo, chocolates, gomitas y hasta libretas que iban con su personalidad, conseguía Valerie todas las mañanas en su escritorio. Este año no solo tuvo la dicha de regalar bien sino de ser muy bien regalada. Estaba emocionada, fantaseaba con su amigo regalándole cosas con noticas insinuantes como “me encanta el chocolate de leche, pero para ti dejo estos caramelitos mentolados para que los uses muy bien”. Estaba decidida, quería hacer realmente suyo a “su” amigo secreto. Quería que con el caramelito en la boca se metiera en su entrepierna y la hiciera sentir el frío que salía de su lengua.

Llegó el día, el intercambio final. La dinámica de entrega de regalos consistía en que cada quien imitara a su “amigo secreto”. Ignacio se paró y con modismos imitó a una mujer. Valerie casi se para de un brinco, pero no, no era ella. Quien le regalaba a ella resultó ser otra mujer. Desilusionada cuando le tocó entregarle a Ignacio, ni siquiera hizo la imitación. Él, extrañado y gratamente sorprendido, le sonrió al recibir el regalo. Temblaba y sudaba frío, sin embargo cuando lo abrazó, y le dio su respectivo beso en la mejilla, se le acercó lo suficiente como para rozarle y sentir su miembro al tiempo que lo agarró por la cabeza con los dedos entre su pelo y deslizó sus manos por el cuello acariciándolo. Ignacio un poco tímido no supo cómo responder.

Terminó el show y continuó el día de trabajo. Era día de cierre fiscal y los números no terminaban. La oficina se fue quedando sola, después del almuerzo la mayoría de los empleados dejaron solos sus escritorios. El aire acondicionado no tenía clemencia con Valerie endureciendo cada vez más sus pezones. Ignacio estaba por terminar su trabajo pero notando lo inquieta que estaba su “amiga secreta” prefirió alargar sus tareas.

Llegaron las cinco de la tarde de ese día, era hora de irse. Los dos habían quedado solos en la oficina. Ella, después de pensarlo varias veces, se levantó de su silla, desabotonó su camisa y fue hasta el escritorio de su “amigo secreto” y le dijo:

-Además del regalo que te di, quiero darte este.

Lo besó, se sentó en sus piernas y lo tomó fuerte por la cabeza. Él la miró de arriba bajo, le acarició la espalda, le devolvió el beso y paró. Ella decidida a no aceptar un “no” por respuesta, se acercó a su oído, lo rozó con sus labios, mordió el lóbulo, le pasó la lengua y murmuró:

-Déjame regalártelo anda…

Estremecido se paró y la agarró por la cintura. Metió la cabeza entre sus senos besándolos, los manoseó sobre la camisa hasta deshacerse de ella llegando a su brassier desabrochándolo para dejar sus tetas al aire. Valerie comenzó a bajarle el pantalón. Él hizo lo mismo, quitando botón por botón casi a modo de tortura, la dejó en un hilo de encaje negro, bajó sus manos hasta su vulva y con sus dedos tanteó el líquido que salía de ella. Apretó sus nalgas, mientras la besaba le dio una nalgada y saboreó el gemido que salió de sus labios.

Gimiendo con ganas de ser penetrada se avalanzó sobre él para sentirlo más cerca, así lo dejó caer sobre uno de los puffs que había en la sala de estar de la oficina ubicada justo al lado de su puesto casi perfecta para la ocasión. Ignacio, aún con los pantalones sobre los zapatos, una camisa con corbata desarreglada y desabotonada a medias, cayó esplayado en aquel irregular mueble. Ella se volteó y parada de espalda a él se inclinó con las piernas abiertas en un ángulo mayor a 90 grados y viéndolo desde esta posición chupó uno de sus dedos y lo pasó entre sus nalgas, se contoneó de un lado a otro y comenzó a bajar el hilo negro que ataba su cosita.

Ignacio comenzó a masturbarse viéndola moverse frente a él. Valerie mientras, hacía lo mismo. Metiéndose dos de sus dedos al tiempo se tanteaba con el anular. Él sin poder aguantar más como espectador quiso no solo unirse a la función, sino ser parte de ella. La tomó delicadamente por los muslos y la ayudó a sentarse sobre él cuidadosamente. Así entró su pene en su vagina, centrímetro por centrímetro. Ella bailaba sobre él, se movía hacia delante y hacia atrás, daba brinquitos. Él la acostó sintiendo su espalda en su pecho y teniendo acceso a sus pezones erectos y su monte de venus. La tocó, tocó todo su cuerpo jurungando y urgando cada espacio mientras ella hacia lo suyo.

La excitaba cada vez más. Rozando sus pezones con la punta de los dedos bajó la mano para palmear la entrada de los labios vaginales. Así haría que juntos llegaran a botar esa nieve líquida no precisamente navideña. Valerie se movía casi electrocutada, Ignacio enterraba la yema de sus dedos en sus senos y en su ingle… y ¡oh fortuna!, gotitas blancas comenzaron a correr por el entrepierna de ambos, los movimientos y gemidos pararon y el tornado cesó.

Inmóviles pero satisfechos se quedaron unos minutos disfrutando hasta que el frío invadió a Valerie. Sin ganas de pararse, se apartó cuidadosamente y viendo que aún su “amigo secreto” se encontraba con fuerzas, se arrodilló ante él y besando su miembro le dijo:

-Te dije una vez que me gustaba el chocolate de leche ¿verdad?

Y él respondió:

-Sí, pues aquí está, déjame ser yo esta vez tu amigo secreto para regalártelo… –dijo alzando su pelvis- aunque a mí me provoca un caramelito mentolado que me regaló mi amiga secreta.

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