Sexo para leer

#SexoParaLeer: Un polvo entre innings

Texto: DIVA DIVINA
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Fueron Paola y Sandrita quienes me calentaron la oreja y una vez que me dejé convencer, quedé atrapada. Es que la vanidad es muy arrecha y exhibirme en ese Estadio, frente a tantas personas, me convertía en diva y me inflaba el ego.

-Chama, ¿pa qué te montaste esas tetas si no vas a mostrarlas? –Me solían decir ellas. –Vamos al estadio a ver si pescas a un pelotero.

Esa no fue nunca mi intención, pero cuando finalmente accedí, debo confesar que me gustó la atención que recibía junto a mis amigas, quienes eran abonadas en el béisbol. A mí nunca me llamó la atención eso de ir a pescar peloteros, pero ellas sí habían sido novias de algunos cuantos.

Pero aquel día fue distinto, era un juego de domingo por la tarde, mis favoritos, ese estadio full de fanáticos, mi escenario para hacer lo que en ese momento me gustaba más, dejarme desear.

Me encantaba ser buceada, que me silbaran y me gritaran cosas, ese par de lolas me habían conseguido las bebidas y comidas que quisiera en ese estadio, cada dos o tres sillas salía un nuevo caballero que quería brindarme.

Ese día me puse mis zapatos deportivos, un jean azul clarito bien pegado y bajito en la cintura así mostraba la línea de bronceado— una camisita de tiritas con el ombligo fuera y las lolas bien escotadas.

Pero lo que más me gustaba era ver la cara de envidia de mis amigas. Con el paso de la temporada me había convertido en el centro de la atención, el cuarto bate de la alineación perfecta como muchos me llamaban.

Los asientos de abonado de Paola y Sandrita los tenían desde hace años cuando con 10 y 9 años sus papás las llevaban a ver los juegos, a tres filas de la cueva del visitante, el tiro de cámara siempre nos captaba.

Me encantaba pararme con mis dos amigas entre innings a bailar, farandulear y exhibirme, era una adicción mostrarme ante tanta gente y el pudor que me habían caracterizado hasta ese momento quedaba a un lado.

Pero ese domingo fue distinto, ese importado no me quitaba los ojos de encima y yo estaba atrapada en su color de piel playero, ojos verdes y mechas doradas que parecía no querer esconder bajo su casco marcado con el número 4.

-Marica se te va a salir la baba. –Me dijo Paola entre risas.

El tipo no dejaba de verme, era un nuevo jardinero boricua que habían traído para el fin de la temporada, pero yo solo pensaba en los músculos de sus brazos cuando apretaba el bate, mientras trataba de esconder mi rostro detrás de mi larga cabellera negra.

-Disculpe señorita –Me interrumpió alguien a mi lado. –Esto se lo envían. –Dijo un hombre bajito, gordito y calvo mientras me entregaba un papel.

-Quiero conocerte, sigue al utilero que te acaba de entregar esta nota al finalizar el inning. –Firmaba número 4.

Mi cara debió ser un poema, porque las chismosas de Sandra y Paola no dejaban de preguntarme, mientras yo volteaba y veía al hombrecito que me entregó la nota parado en el pasillo, por primera vez notando que tenía una chemise del equipo puesta.

-Nada nenas voy un momento al baño y vengo –Dije ante sus miradas incrédulas.

Subí las escaleras y al llegar al pasillo seguí al hombrecito que no decía ni una palabra, me llevó a la entrada del clubhouse y con una seña al seguridad me dejó pasar.

Bajé con él las escaleras y entramos a un cuarto de entrenamiento, el utilero me dijo que esperara en lo que parecía un cuarto de masajes. Mi corazón se aceleraba y no me creía lo que estaba haciendo, pero ese tipo me gustaba demasiado.

Al coro del rugido de la gente supe que el inning terminaba, a los pocos minutos escuché unos pasos a las afueras de la puerta y enseguida entró al cuarto de masajes el número 4, con una mirada de sus ojos claros por encima de esas rayas negras que se pintan los peloteros en los días soleados debajo de sus ojos, me miró intensamente.

Le hizo una seña al utilero para que cerrara la puerta con una sencilla ventana de vidrio en su parte superior. Mi corazón aceleraba mientras el tipo se me acercaba, antes de que pudiera decir nada, puso su dedo en mi labio y me dijo al oído.

-Solo déjate llevar muñeca. –En un marcado acento boricua.

Beso mis labios y contuve mi respiración mientras se acercaba a mi cuerpo, me tomó de la cintura con sus brazos musculosos y subió mi franela por encima de mis lolas antes de liberarme del sostén, metiendo en su boca mis 450cc.

A lo lejos escuchaba como en un sueño el ruido de los aficionados, mientras deslizó su lengua a mi ombligo me estremecí, sintiendo una rara mezcla entre excitación y temor a que nos vieran.

Finalmente me volteó y me puso de pecho sobre la mesa de masaje, sentí y escuche cuando se liberó de su mono de jugar, manoseó mi espalda antes de bajarme el jean de un tirón descubriendo mis nalgas que cargaba sin pantaletas.

Con la franela sobre mis tetas y los jean en los talones abrí mis piernas lo más que pude mientras escuchaba como rasgaba el pelotero el empaque de un preservativo, volteé un momento para vérselo colocar en su excitado miembro, me tomó de la cintura admirando la marca de bronceado del diminuto hilo que llevo a la playa antes de penetrarme.

Solté un gemido de placer y dolor al sentirlo dentro de mí, volteé para ver las venas de sus brazos brotarse mientras me cogía y no podía resistir soltar gemidos con cada embestida.

Por primera vez me estaba dejando llevar por un pelotero, entre sonrisas y gemidos pensaba en lo que estarían comentado en la tribuna mis amigas y en lo que pasaría si este tipo no dejaba de cogerme antes de que terminara la entrada y le tocara salir a cubrir el campo.

Me tenía a su merced, embistiéndome al rugir de los aficionados, gozándome mientras me daba placer, sentí que me comenzaba a correr cuando vi distintivamente al utilero parado aun en la puerta, montando guardia, mientras veía lo que pasaba en el cuarto de masajes a través de la ventaja de la puerta.

No tuve tiempo para pensar mucho en ello cuando lo sentí venirse, mis piernas temblaron y sentí la punzada debajo del ombligo donde la mesa presionaba mi cuerpo.

-Gracias mamacita ha sido un placer. –Dijo mientras se vestía para volver al terreno en su marcado acento boricua.

Voltee para verlo salir, mientras me subía el pantalón el utilero se asomó para decirme que cuando me vistiera me llevaba de nuevo a mi asiento en las tribunas con mis amigas.

El resto del juego traté de esconder mi sonrisa ante las preguntas inquisidoras de mis amigas, en cuanto al boricua, lo despidieron luego de cinco juegos sin conseguir hits. Quizás producto, de nuestro polvo entre innings.

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