#SexoparaLeer: Ver estrellas

Descubrir la seducción a la orilla del mar y bajo los rayos de la luna no es nada difícil, lo que sí le resultará un poco cuesta arriba a Pablo, en este relato, será satisfacer el volcán en erupción en el que se ha convertido su temeraria pareja

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Venezuela, Margarita, Playa Caribe. 1:00am. Pablo y Julia se fueron de fiesta. Pasaron la tarde en la piscina del hotel refrescándose. Llevaban siete días en la isla y la habían pasado de maravilla. Entre noches llenas de sexo dentro de la fría habitación, ambientada por el fuerte aire acondicionado, para huir del clima de afuera, y las tardes de movimiento en el jacuzzi, sus órganos sexuales estaban hinchados y satisfechos.
Pero llegaba el octavo día, al noveno partían a la monotonía de la capital. Por eso, esa última noche decidieron salir a rumbear y a acabar los trapos. Julia había tomado demasiado, quería olvidar que el lunes siguiente la esperaban la cola de la ciudad y una jefa histérica envidiosa de sus vacaciones. Pablo quería olvidar las preocupaciones de la falta de materia prima de su trabajo y quería sumergirse no solo en el alcohol sino también en su compañera, entre sus piernas, su cuello y su trasero.
Ella tenía más tragos encima que él, pero ambos deseaban tocarse el uno al otro y terminar la última noche en gloriosos orgasmos. Se movían al ritmo cadencioso de la música mientras se toqueteaban. Ella restregaba sus nalgas con movimientos circulares en la zona pélvica de su hombre. Él le levantaba el cabello con una mano, con la otra le sujetaba las caderas y con la nariz acariciaba lentamente su cuello pasando la punta de la lengua por su oreja, dándole pequeños mordiscos en el lóbulo.
Epigrafe UB
Mientras bailaban el miembro de  Pablo se erguía cada vez más y la entrepierna de Julia segregaba fluidos lubricando todo su sexo. Ante tanto deseo sucumbieron, se voltearon y, mirándose a los ojos y con los labios muy cerca, sacaron sus lenguas y comenzaron a jugar. Él rodeaba sus labios y ella se retorcía pegada a él. La escena comenzó a cambiar de color. Se movían y se estrujaban el uno al otro besándose apasionadamente mientras se exploraban entre sí.
-Hueles rico- le dijo Pablo.
-¿Que estoy rica?- respondió ella aturdida por la música del lugar, las caricias sensuales que recibía en su cuello y oreja, y por los mojitos y las margaritas que había tomado.
-Que hueles rico, que me gusta tu olor, que me excita tu olor… que te quiero oler toda- le susurró al oído.
-¿Que me quieres cojer toda?
Pablo ríe divertido y le contesta.
-¡Sí! Que te quiero cojer toda.
-Mmm qué rico. Y ¿por qué no me cojes ahorita?

Julia introduce una mano dentro el pantalón de Pablo, lo manosea e intenta sacar su miembro erecto, cuando este se da cuenta apenado y sorprendido retrocede su cuerpo y le sostiene la mano.

-¿Qué pasa?- le dijo Julia con tono de súplica- ¿no me quieres cojer toda pues?
-Juli estamos en público ¿no te acuerdas?
-¿Dónde?- respondió, sumida en el alcohol.

Ella ya no razonaba muy bien, o tal vez no quería hacerlo. Él quería, al igual que ella se lo suplicaba, “olerla toda”. Pero la escena no ayudaba: mucha gente alrededor para un acto de dos. Julia estaba húmeda, llevaba tacones y un vestido corto, una vestimenta de fácil acceso. Pablo llevaba un pantalón cacki con un botón y cierre mágico, tampoco era muy difícil quitárselo.
Deseosos se fueron al carro, era un jeep, descapotado, cómodo para ensartar a una mujer con ganas de sexo o para acostarla en el asiento de atrás y hacerla ver estrellas, literalmente, mientras dos labios húmedos se encuentran con unos llenos de fluidos.
Julia se acostó, Pablo le subió el vestido, le abrió las piernas e introdujo dos dedos dentro de ella fácilmente. Su lubricación y excitación eran tal que solo con un movimiento de dedos él lograba obtener de ella los más excitantes gemidos y los mejores movimientos pélvicos. Sus dedos entraban y salían y Julia goteaba de placer. Se movía de arriba abajo, de lado a lado, circularmente, repetidamente, le agarraba la mano a su torturador y la metía más.
Pablo desabrochó su pantalón y bajó sus boxers, inmediatamente salió su miembro duro y lo posó sobre el monte de Venus de su deseada mujer. Ella aprovechó para tocarlo, él chupaba sus pezones y pasaba la lengua entre sus pechos. De pronto Julia lo apretó fuerte y mira extasiada al cielo.

-Ay, qué grande está- dijo.
-Mmm está durito para ti mi Julieta- respondió Pablo orgulloso.
-Enorme- murmuró ella mirando las estrellas y lo soltó.
-Mi amor serán los mojitos porque está igual, tampoco pa’ tanto- añadió él extrañado.
-No Pablo mírala, me encanta, está llena redondita perfecta- dice ella.
-¿Qué cosa, redondita, perfecta para qué?- pregunta él un poco exasperado.
-La luna Pablo la luna está perfecta, perfecta para hacerlo acostados en la arena viéndola. Llévame por favor -le rogó Julieta- llévame a la playa y cójeme ahí, anda te doy lo que tú quieras, me lo puedes hacer como y por donde quieras, ¡anda!

Pablo, con el ceño fruncido, analiza la situación y la petición de su romántica mujer. Por un lado le fastidiaba el ruego bucólico de su novia, pero por otro le entusiasmaba el “como y por donde quieras” de la proposición. De esta forma accedió y llevó a su Julieta a la orilla de playa Caribe. El sonido de las olas del mar, la textura de la arena y la luna como un bombillo en el cielo eran el escenario “perfecto” para esta pareja, para ella por lo “romántico” y para él por lo que producía lo “romántico” en ella.
Se desnudaron mutuamente mientras se besaban revolcándose en la arena. Julieta quedó boca abajo y sus pezones rozaban la arena mientras Pablo acariciaba sus muslos y le daba de nalgadas. Ella en cuatro, él detrás de ella. Eran solo piel y deseo, un miembro erecto y una entrepierna mojada esperando la penetración para alcanzar el orgasmo. Le metió dos dedos en su conchita, gritó del placer, le suplicó que por fin la penetrara y él la inmolaba haciéndole círculos en sus labios vaginales con el índice y el medio.

-Ya va mi Juli, tú dijiste “como y por donde quieras”… así que ahora te esperas, después te lo hago como tú quieras- le dice Pablo en tono de advertencia.

Y así se lo hizo, como y por donde quiso. Abrió sus piernas enterrando sus rodillas en la arena y separando sus nalgas con cuatros dedos de cada mano. Así lo metió, penetró su culo una y otra vez, invitándola a moverse y retándola desde la retaguardia. Ella daba salticos de dolor mezclados con placer. Pablo, después de aquel preludio no aguantó más y se corrió sobre sus nalgas, derramó su fluido sobre su coxis y lo regó por su espalda acariciándola.
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Julia aún deseosa, se volteó abrió sus piernas sosteniéndolas con sus manos y le rogó esta vez que se lo metiera de nuevo pero en su vagina envidiosa de goce. Él le obedeció, aún su miembro daba para más y se acostó suavemente sobre ella para penetrarla tal y como su doncella le suplicaba. Toqueteó sus pechos, la besó, sostuvo la cara entre sus manos y comenzó a moverse adentro de ella. Adentro, hacia delante y hacia atrás, más adentro y sin sacarlo la penetraba sin parar.
Mientras, Julia miraba la luna y se preparaba para recibir así el orgasmo “perfecto”. Soltó sus piernas y se aferró a su espalda atrayéndolo. Subió su pelvis y él se hundió más. Y así viendo una luna redondita y brillante Julieta soltó gemidos orgásmicos gracias a su “Romeo”, escuchando las olas del mar y mirando un cielo estrellado con una luna llena.
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