Viciosidades

Te pasaste, Rubén Blades

Salsómano y filósofo, hombre de libros y montuno, sostiene una diatriba constante de amor-odio hacia la figura del gran músico panameño. El descubrimiento del disco más reciente de Blades, sin embargo, lo atrapó en la sorpresa: el cantante se desdobló en un otro que es él mismo con una voz diferente. Rubén es Medoro, Medoro es Rubén

Texto: Garcilaso Pumar @garcilasop / Composición gráfica: Juan Andrés Parra @juanchiparra
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Tengo una relación extraña con Rubén Blades: el tipo real, el de carne y hueso, el del partido Papá Egoró (o como se llame) me aburre enormemente… Cuando mucho, me parece un buenista militante del corte de Bono (con menos guille, diría Lavoe) y, a pesar de haber hecho público su desprecio por la dictadura venezolana (cosa que se agradece), es capaz de poder pasar una tarde en el chalet de pablo iglesias (minúsculas merecidas) intercambiando ideas de esas que tanto entretienen a los “intelectuales de izquierda”.

Entiéndaseme: a mí, en esto de la salsa, me gusta más la personalidad de alguno que apoden «El Malo» que aquel que mientan «El Poeta»… Pero el Rubén Blades músico, ese que hizo una pieza de 7 minutos con una sola línea: «¿Dime cómo me arranco del alma esta pena de amor?» y que ayer descubrí que había hecho el primer disco ficcional de la música latina, ese mismo que dio vida al gran Pedro Navaja. Ante ese, que nos ha deleitado a todos los salsómanos del mundo y cuando uno, erróneamente, lo da por retirado, reaparece con “Cantares del subdesarrollo” o, como lo hizo ayer, con esa obra de arte llamada “Medoro Madera”.

Blades constructor junto a otros del paradigma de lo latino (que, como sabemos, se forjó en una manzana del norte), inventó un personaje… No, perdón: interpreta a un personaje para homenajear las raíces de la música que lo hizo famoso y, no en menor medida, homenajearse a sí mismo. Es Velázquez retratado en el espejo mientras pintaba sus Meninas o Cervantes escribiendo la segunda edición del Quijote (perdóneseme la hispanofilia, pero ya saben como me llamo).

El hombre se sabe y se desdobla en uno que no es Blades o que, quizás pudo ser en alguna otra configuración espacio temporal: Medoro Madera. Pero, cosa extraña, Rubén Blades no desaparece. Lo contrario: está presente hasta para hacer los coros, los soneos son, no pocas veces, los que hizo famosos con cualquiera o con cualquiera de sus grandes piezas.

Esto, caballero, no es son. No. Es un disco de salsa sin trombones, pero con dos trompetas que se le acercan. Los arreglos distan del son clásico para parecerse más al sonido de las bandas que tocan en miles de bares de todas partes donde se escucha «música cubana». Una absoluta genialidad: de son ya tenemos maestros. Rubén está homenajeando el intento: el wannabe y lo está haciendo porque está tan sobrado que puede ser otro y ser él. Es un homenaje a todos nosotros que siempre quisimos ser Medoro.

Si me preguntan, diré que este disco no es ni bueno… Es otra cosa: un acontecimiento estético al que uno asiste y queda convencido de que sería necio adjetivarlo. Averigüen, por favor, quién es el man de la foto y todo estará claro.

Como dije, es extraña mi relación con Blades. Pero después de escuchar “Medoro Madera”, me hubiera encantado tener su Whatsapp para escribirle: te pasaste, rata.

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