Viciosidades

"Todo lo que me regaló Berlín": Crónica de un emigrante venezolano

Estas son las palabras de un venezolano en Alemania. Es amigo cercano de la casa y nos pareció interesante su testimonio. Su experiencia, más que alentadora es inspiradora

Texto: Tomás Lengemann (@lengemann10)
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Hoy, hace casi dos años, me monté en un avión en Maiquetía con rumbo a Berlín. Ahora que lo pienso bien, no tenía ni puta idea de lo que estaba haciendo con mi vida ¿Aprender alemán en un año como si este idioma fuera inglés? ¡Ja! Ya Alemania me tenía preparada la primera sorpresa antes de montarme en el avión.

Llegué a una ciudad que me recibió con el frío otoñal característico de Alemania, lleno de cervezas indescriptiblemente deliciosas, comida turca en cada esquina y salchichas con salsa de curry y papas fritas.

Llegué con veinte palabras alemanas aprendidas y un centenar en un inglés medianamente presentable por momentos, medianamente impresentable casi siempre, aunque lo hablaba con un desparpajo tal que me sentía un inglés cualquiera. (I can speak very well, guevón. Do you understand what I mind?

En Berlín descubrí la ciudad más extraordinaria que jamás he pisado, el horror del fascismo y el terror de la farsa más grande la historia mundial: el comunismo. Todo a la vez, sin tener que moverte demasiado. Ver el Muro de Berlín te cambia la vida, así como visitar Sachsenhausen, el campo de concentración al norte de la ciudad. Pararte en frente del Reichstag y contemplar la monumentalidad de la democracia alemana es un sueño, así como estar en frente de las Puertas de Branderburgo.

Quizá lo más sorprendente de Berlín sea caminar por sus calles y pensar que hace setenta y tantos años no había una sola piedra encima de otra. Creo que sin duda lo que mas te sorprende es pensar cómo una sociedad se inventa un país «nuevo» en algunos años y siete décadas después son una potencia mundial.

Creo que Alemania me hizo recuperar la fe en el ser humano, en la política, en la sociedad. Me hizo ver que de bolas que es posible vivir mejor y que lo que se vive en Venezuela no tiene que ser normal, no puede ser normal.

Alemania me hizo descubrir que de pana hay muchos políticos en este mundo que hacen su trabajo y le solucionan los problemas a la gente, que no todos roban (Eso ya lo sabía, pero verlo no es lo mismo que saberlo. Créanme).

Me regalo una visita al parlamento a escuchar lo que los diputados discutían. Eso fue orgásmico. Hay países donde los políticos discuten y planifican un futuro, donde llegan a consensos y procuran el bien del país. Una vaina rara ¿no? Yo no me acostumbro, créanme.

Alemania me hizo experimentar una experiencia inolvidable: saber lo que es vivir sin sentir miedo, saber lo que es caminar de noche en una calle cualquiera sin voltear a todos lados, a vivir, pues, así nomás.

Alemania me hizo conocer la Bundesliga y el Estadio Olímpico de Berlín (Una hijueputada de estadio, por cierto), donde los aficionados comen salchichas alemanas con pan y mostaza, mientras se caen a palos y disfrutan su partido. Van al estadio a ver fútbol, a vivirlo, a pasárselo bien, a compartir con la familia. Todo muy civilizado. Un lujo, muchachos, créanme.

Allí celebré los goles del Hertha, abrazandome con alemanes eufóricos que gritaban «¡Tor!» mientras yo vociferaba «¡Gol!». Sí, hermanos, gol no se dice gol en alemán. Habrá que acostumbrarse.

Alemania me regaló una presidenta ¡Una mujer presidenta, coño! Qué lindo sería el mundo con más mujeres presidentas ¿Verdad que sí? Un poco más de feminismo, menos machos vernáculos tomando decisiones, más perfumes de mujer por lo pasillos de los parlamentos del mundo. A que sí ¿no? Un lujo, camaradas, un lujo.

Aquí estuve en unas salas de cine donde la gente entra con sus copas de vino, de champagne o con una birra de medio litro y se sienta a disfrutar del arte. Lo mismo pasa en el teatro. No se emborrachan: disfrutan.

En Alemania descubrí lo que es la meritocracia, lo que es tener las oportunidades para salir adelante, pero que solo dependa de ti lograrlo y de nadie más. Descubrí que Papi-Estado te da salud y educación, pero que Papi-Estado no está para darte casa. Eso debes lograrlo tú solito, trabajando y estudiando, demostrando que eres bueno. Ese tipo de cosas que a los socialistas se les da muy mal, pues.

En Alemania descubrí que hay tantas cosas que están tan mal en Venezuela que no tengo una idea clara de por dónde debemos empezar. Descubrí que somos unos idiotas repitiendo las dos estupideces más grandes que nos enseñan desde el colegio: «Somos un país rico» y la aberración más grande de todas «Tenemos el mejor país del mundo». Un «cague de risa» estas aseveraciones, la verdad.

Son casi ya 24 meses aquí. Ya estudio en alemán o, para ser más exactos, lo intento. Los profesores se apiadan de mí y me dicen que no hablo tan mal. Mienten, pero no importa. Me corrigen y son benevolentes conmigo. Yo se los agradezco.

Hace tres días me llegó mi certificado del Ministerio de Educación, donde dice que tengo B2 de alemán. Pasé el examen, aunque no me lo termino de creer del todo. Quizá no hable tan mal después de todo. Sin duda mejor que el inglés, que ya lo olvidé casi por completo, si es que alguna vez lo aprendí.

De hecho, hasta un par de personas me han dicho que les gusta mi acento al hablar alemán. No sé si creerles. En fin, creo quizá, después de todo lo que he vivido aquí en estos 729 días, la mayor lección que me ha dado este país es la certeza ineludible de que Venezuela puede y debe ser un mejor país.
Dos años y los que faltan.

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