Opinión

Un año en testosterona: la parte triste de la historia

Isa Saturno vuelve a compartir con UB la evolución de su proceso trans. ¿Qué cambios percibe luego de este primer año tomando dosis regulares de hormona masculina?

TEXTO ISA SATURNO @PETIPUASATURNO FOTO: BÁRBARA MATEHU @barbaramatehu
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Ajá, llegaste aquí porque quieres saber la parte triste de la historia. Los traumas. Los recovecos oscuros de un alma transgénero. Las vicisitudes de un cuerpo en transición, traumado, mutilado, desterrado de la cultura y de las costumbres por ser raro o monstruoso, olvidado en su marginalidad y… nop, la verdad es que no hay nada triste respecto a esta historia. Entre las cosas que me han sorprendido durante este año de transición está la reacción de algunas personas ante mi decisión. Muchos se han acercado con la actitud de alguien que va a un funeral: “Oye, lo siento tanto… Espero que lo puedas superar y ser feliz así… Qué situación tan difícil”.

Y a pesar de que sí, claro que es un viaje lleno de obstáculos, nunca me he sentido realmente triste. Lo que sí he sentido es que ahora soy otra cosa.

Ustedes me han acompañado en mi búsqueda, han estado conmigo cuando les presenté los cambios físicos que me ocurrirían en los primeros meses tomando testosterona; han leído de qué va hacer una transición; hemos conversado sobre qué es ser hombre; he recordado lo que era ser un niño trans y han sido testigos de una gran duda existencial -y sexual-. Pero ahora, tras un año en este trip, les voy a contar sobre detalles raros, detalles que observo en mí que ahora componen mi nuevo comportamiento. Y ojo, quién puede saber o determinar si son cambios que vienen con la edad, la inmigración o las fluctuaciones de la luna… pero estas son algunas de las verdaderas diferencias que noto, esas que no se ven por estar más allá del reflejo que me da el espejo. Aquí vamos.

El alma de la fiesta

Quien me conoce sabe que me encanta ser el centro de la fiesta, bailar con la gente, conversar, proponer juegos, hacer que dos desconocidos se besen, ofrecer shots de aguardiente, tener el mejor chiste y hacer reír a mis amigos. Ahora… ahora no tanto. Ahora me cuesta mucho. Me he hecho más tímido o necesito de ambientes donde me sienta realmente cómodo para soltarme. Y no es algo que me haga sentir mal, ni lo percibo cuando estoy en esa situación. Me he dado cuenta de esto en retrospectiva: la verdad es que me he vuelto un espectador.

Conversaciones circulares

En general, hablamos porque queremos. Conversamos. Vamos de un tema a otro y si estamos en un grupo solemos hacer referencias externas e internas, apoyarnos en las expresiones de los otros para generar opiniones, volver al tema, desviarse, volver, desviarse, hacer un chiste sobre un chiste pasado y no llegar a ningún tipo de conclusión porque no hay nada que concluir. Poco sé ya sobre esto. En una dinámica así me siento perdido, sin capacidad de seguir el ritmo y con dudas al intervenir. Eso me ha hecho ser un poco más silencioso.

Sentimientos planos

Antes de la testosterona vivía mis sentimientos de una forma más compleja y rica. Era como estar en una pintura de Fragonard. Tantos matices, texturas, temperaturas, tonalidades… Ahora todo viene en bloques: el bloque de la tristeza, de la alegría y de la rabia, principalmente y de manera individual -no se mezclan entre sí-, y además estas emociones aparecen sobre un gran bloque de lo que parece ¿indiferencia? Se siente como andar en una autopista. Esto ha facilitado algunas cosas, como la capacidad de concentrarme en un asunto específico, pero ha complejizado otras, como comunicar lo que siento a los demás o incluso llorar o reír con desparpajo. Previo al tratamiento, creo, mi vida interna era más intensa. Ahora solo es.

Roles tranquilos

Seguir un comando nunca había sido tan fácil. ¿Conocen las diferencias entre líderes pasivos o activos? Pues se me dan bien los dos. Previo a la testosterona solía ser más rebelde, proponer mis propios caminos hacia una solución, estar al frente aunque no supiera lo que estuviera haciendo. Ahora estoy tranquilo con cualquier posición, incluso con aquellas que necesitan permanecer en el tiempo, como hacer lo mismo repetitivamente. Aunque parezca aburrido, ¡esto me encanta! Sobre todo porque me ayuda a ser más flexible, incluso sexualmente, pues estoy más dispuesto a recibir.

Máquina del día a día

Una cosa a la vez. Desde que me despierto a las 6:43 am siempre es lo mismo: pipí – café – cepillarse los dientes – poner la comida en la lonchera – vestirse – salir – escuchar la radio de jazz – trabajar trabajar trabajar – entrenar – sexo – a dormir. Repeat. Las rutinas se me dan naturalmente. Puede que haya perdido eso de “cada día es una aventura” pero he ganado confianza en lo que puedo hacer por mí mismo, me cuido y cuido a quienes me cuidan en un sistema más o menos equilibrado. Las rutinas me han dado un sentido de pertenencia, un centro.

No puedo asegurar que me estoy convirtiendo en hombre y que los hombres tienen estas mismas experiencias. Tampoco tengo las virtudes de un estudio científico que certifique que estos cambios vienen directamente de un proceso de reemplazo hormonal. Pero esto es lo que puedo listar como algunos de los más profundos cambios. No son tan graciosos, son abstractos y vagos. No son tristes, tampoco felices. No vienen de ninguna teatralidad o de algún estereotipo. Este soy yo en medio de uno de los procesos más complejos a los que me he sometido jamás: encontrarme.

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