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¿La sombra venció a la casa? Un SOS para la UCV

Hongos de sombrero en pupitres, termitas, monte por todas partes, robos masivos, estructuras a punto de colapsar, profesores, vigilantes y obreros sin sueldo ni transporte: pocas veces una universidad se la ha visto tan ruda para regresar a clases presenciales, en el supuesto poco probable de que la vacuna rusa funcione a corto plazo. La primera alma mater del país ya no tiene casi nada, excepto dolientes, pero sigue habiendo iniciativas para mantener prendida una llama de esperanza

UCV
Daniel Hernández
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Ni como Hogwarts después de la última película de Harry Potter. En teoría, una ciudad nunca muere, ni siquiera después de un bombardeo o un éxodo masivo. Quisiéramos creer que una universidad tampoco, o una ciudad universitaria, menos. La UCV, más tierra de nadie que nunca, hoy no tiene nada. Excepto dolientes, que no es poco.

La basura es una constante en las zonas verdes

Pocas veces una alma mater la ha tenido tan ruda para regresar a una cierta normalidad como la que teóricamente sigue siendo la número 1 del país y la 751 del mundo. Volver a clases, siquiera por camarita, es una posibilidad ilusoria —por no decir irrisoria— en un campus desconectado de la world wide web y con profesores ya ni siquiera mal remunerados: simplemente, no remunerados.

En el supuesto poco probable de que la vacuna funcionara, los rusos la regalaran y los estudiantes pisaran los salones en enero, solo podrán llegar a pie o en Metro: los demás probablemente carecerán de gasolina. Y la estructura física en Caracas, patrimonio mundial de la humanidad desde el año 2000, está vuelta leña: UNESCO no puede poner una puya si el gobierno de Nicolás Maduro no pide ayuda.

Los estacionamientos tienen huecos

Por amor al arte: pocas veces la frase es tan certera como en el caso de Ana Karina Bustamante, que está en el séptimo semestre de la carrera de Artes y, como dirigente estudiantil en la Federación de Centros Universitarios de la UCV, es la encargada de supervisar los espacios deportivos.

“Da hasta pena decirlo, pero ni siquiera estamos preparados para ver clases online. El servidor de la UCV es muy viejo: con excepción de la Facultad de Ciencias, que tiene su plataforma propia, el sistema de milagro sirve para llevar las inscripciones de alumnos. Tengo profesores que ni siquiera conocen WhatsApp, mucho menos Zoom. No ganan ni para comer, mucho menos para pagar Internet», explica Bustamante.

Y luego enumera lo que ha presenciado: «Desde que empezó la cuarentena, he tenido la posibilidad de entrar a la Ciudad Universitaria dos veces al mes. Cuando me acerqué a mi Escuela, se me aguaron los ojos: las puertas de madera están casi comidas por termitas, los techos tienen filtraciones, era como entrar literalmente en tu casa abandonada. Los vigilantes tuvieron que restringir el acceso, pues había gente pernoctando y haciendo sus necesidades fisiológicas en los edificios. Se han robado prácticamente todo lo que es línea blanca: microondas, computadoras, impresoras. En el campo de fútbol de la Sierra Maestra, al que le colocaron grama artificial, se han estado llevando hasta trozos de césped”

Mucho más que el derrumbe de un pasillo

Desde que empezó la pandemia en Venezuela y desaparecieron los estudiantes, la UCV ha sido noticia nacional (mala) básicamente por dos acontecimientos: el techo del pasillo frente a la “Tierra de Nadie” que se derrumbó el 17 de junio, y cuyas fotos le dieron la vuelta al mundo, y los robos masivos como el que sufrió la Facultad de Humanidades en agosto. Pero hay más, muchas más razones para inquietarse por la obra maestra del arquitecto Carlos Raúl Villanueva.

UCV Unesco
Esta foto se hizo viral y la comunidad ucevista reaccionó

Fabio Sansón, miembro del movimiento Sentir UCVista que entregó su tesis para graduarse en Arquitectura justo antes de la pandemia y ahora está en un limbo académico, se siente casi tan impotente como el novio de Dalila cuando le cortaron el cabello: en junio, cuando se derrumbó el pasillo, hizo un hilo de Twitter mostrando cómo el techo de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales (FACES) podría ser el próximo en venirse abajo.

“La pregunta no es: ¿ha habido robos en la UCV?, sino ¿qué facultades y escuelas la han tenido más suave? Un día de estos van a empezar a llevarse los pupitres y las baldosas. En Ingeniería Mecánica ya no hay moho, sino hongos de sombrero, literalmente», explica. 

«Como arquitecto ya prácticamente graduado, mi principal preocupación son los complejos deportivos. La piscina está prácticamente destruida. Cuando ocurrió lo del 17 de junio, la gente dijo: vamos a echarle pichón, vamos a arreglarlo. Pero los presupuestos para hacer estas reparaciones son enormes. La situación es dantesca. Pedirle a los profesores que se mantengan optimistas y motiven a los estudiantes es complicado, cuando su condición humana es tan deplorable. Se ha hecho muy cuesta arriba mantener el estándar educativo del que siempre hemos disfrutado en la UCV, más allá de las sucesivas crisis en Venezuela”, acota Sansón.

La maleza debe ser cortada y está crecida en toda la universidad

Nunca todo está perdido

Pero siempre queda una esperanza, incluso cuando Voldemort manda a Harry Potter al purgatorio. Si estudiantes como Bustamante y Sansón no expresaran su tristeza por el estado de la UCV, significaría que la casa que vence la sombra —como dice su himno— ya no tiene ni siquiera una comunidad que la llore. “Me duele y me preocupa la desesperanza y la desmotivación de mis compañeros. En el supuesto de que volviéramos a clases en Artes, si antes éramos cuarenta, quizás ahora seremos veinte”, admite la secretaria de Deportes de la FCU.

“La estructura física es sumamente importante, pero una universidad es un concepto que va mucho más allá de unos edificios y unos pasillos. El peor escenario es que tengamos que abandonar el recinto. Los aportes económicos que puedan hacer los egresados quizás no podrán compensar el presupuesto, pero a la UCV no le queda otro camino que reinventarse a través de la autogestión y replantear su relación con el Estado”, reflexiona el estudiante de Arquitectura.

Una animación del portal La Vida de Nos mostró cómo, en los primeros meses de la pandemia, los estudiantes de la UCV —a través del programa Ayuda a un Ucevista— colaboraron con sus compañeros de otras regiones de Venezuela que se habían quedado varados y sin recursos en Caracas. Hasta el sábado 19 de septiembre, hay oportunidad de acercarse a la FCU y unirse a un movimiento de voluntariado (ya se han inscrito más de 200 ucevistas) para echar una mano con la recuperación de algunos espacios de la Ciudad Universitaria. En este link de Instagram tienes más información.

Otro grupo, definido como «UCVistas comprometidos con nuestra Alma Mater», también está solicitando una ayuda para sumarse a las reparaciones. Contactaron a El Estímulo para informar que «las primeras labores se llevaran a cabo apenas logremos garantizar la bioseguridad de nuestros voluntarios».

«Creemos que sí, que la universidad necesita una mano. Nosotros no tenemos ninguna intención política, solo queremos ayudar, pero eso sí, con todas las medidas de seguridad que se necesita en estos tiempos, explicó Christopher Betancourt, presidente de la Comisión de Usuarios del Comedor de la UCV y estudiante en la Escuela de Idiomas Modernos.

Para llevar a cabo la misión están solicitando colaboración para reunir tapabocas (30), cubiertas faciales (30), trajes de bioseguridad (30), guantes de látex (30), alcohol (10), potes para spray (30), gel a base de alcohol para las manos (10), escobas (5), escardillas o rastrillos (5), alas (5), machetes (5), tijeras para cortar maleza (5), haraganes (5), bolsas negras (40).

Si puedes ayudar y estás leyendo estas líneas, puedes contactar a Betancourt, a través del correo electrónico christopher.betancourt1@gmail.

Con la colaboración de todos, es posible que la planta física no sea consumida por las sombras.

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