Opinión

2000: el fin de una era

Constatar el fin del ciclo identificado con el “puntofijismo” junto a la incertidumbre que sembraba la nueva etapa político-institucional eran lo característico en el 2000. Dos décadas después seguimos en el país llenos de incertidumbre, sabiendo que no hay un proyecto nacional factible en el corto plazo

2000 Mural chavista. Foto: EFE
efe
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Corría el año 2000 y, estando en sus primeros meses de gestión el presidente Hugo Chávez con una elevada aprobación popular, para algunos analistas venezolanos lo único que parecía claro era que se cerraba un ciclo. Era el fin de una era. Hoy, obviamente, podemos verlo con total claridad y certeza.

Sostener en 2000 que se cerraba un ciclo para el sistema político venezolano sólo dejaba conclusiones compartidas sobre las razones que llevaron al fracaso del modelo democrático 1958-1998, pero brillaban por su ausencia las certidumbres para el período que se abría para el país, tenían a Chávez como referente nacional indiscutible. En aquel momento lo común era hablar de la “Revolución Bolivariana”.

Hace dos décadas estaba claro que el voto popular había castigado -sin duda- a quienes habían gobernado bajo el modelo de conciliación de élites, y junto a esto, se avizoraba que ese respaldo mayoritario caía sobre los hombros de un líder al que era difícil definir, y de quien no se tenía claridad hacia dónde conduciría el país.

En la edición de julio de 2000, en la revista SIC del Centro Gumilla, Michael Penfold publicaba un análisis al que tituló “Adiós al puntofijismo”. Revisaba el autor el fracaso del modelo de conciliación de élites instaurado en 1958 y que al ser electo Chávez en diciembre de 1998 sencillamente se resumía en un arco de tiempo de cuatro décadas.

Para el Penfold que escribía en 2000, hubo dos factores que ayudaban a explicar el fracaso del modelo. Por un lado, el efecto de la caída del ingreso fiscal petrolero, que exacerbó muchas de las contradicciones iniciales del sistema democrático, junto al incremento de la competencia electoral como producto de cambios en el sistema electoral y el inicio de la elección directa de alcaldes y gobernadores. La caída del ingreso fiscal petrolero erosionó el mecanismo utilitario sobre el cual se sostenían los arreglos institucionales del sistema democrático venezolano.

Para el autor, la caída de los ingresos fiscales que de forma recurrente vivió el país a partir de los años 80 y que se extendió durante los 90 puso en crisis a unos actores políticos, el bipartidismo de AD y COPEI, hacia los cuales se centraron las críticas de la sociedad y de los actores políticos emergentes.

El pacto político instaurado en Venezuela, en 1958, tuvo éxito en la medida en que tenía capacidad redistributiva, cuando ese mecanismo dejó de funcionar (por la caída de los ingresos petroleros) se enfatizó un proceso de deslegitimación que se expresó finalmente en las urnas llevando a un outsider al poder –como lo fue Chávez en 1998-.

En esas mismas páginas de SIC, hace dos décadas, el ahora rector de la Universidad Católica Andrés Bello, Francisco José Virtuoso, titulaba de esta forma un trabajo: “A la revolución le hace falta política”.

Al realizar un balance de lo que habían sido los primeros 16 meses del gobierno de Chávez, sostenía Virtuoso que el entonces presidente fundaba su liderazgo en el entusiasmo de la población. Lograba sintetizar la expectativa popular de dejar atrás una situación no deseada y creaba la ilusión de que en el corto plazo era posible lograr cambios sensibles en la vida política, social y económica del país. Asimismo, apuntaba el autor, Chávez simbolizaba “el republicanismo cívico bolivariano que forma parte de la identidad ideológica de las Fuerzas Armadas Venezolanas”.

Lo que eran buenos propósitos, que comulgaban con el deseo popular, sin embargo no ocultaban en el análisis de Virtuoso elementos que eran sumamente preocupantes en esos primeros meses de gestión: “la inexistencia de un proyecto de país en el que se concreten las aspiraciones de los venezolanos y las buenas intenciones del presidente, su gobierno y sus aliados políticos, la ausencia de trabajo en equipo de los integrantes del alto gobierno, el continuo recurso a militares (retirados y activos) y a la institución militar para ocupar cargos políticos y administrar programas sociales o de desarrollo, y la inexperiencia de la mayor parte de los funcionarios en el ejercicio de los cargos que se les encomienda”.

Constatar el fin del ciclo identificado con el “puntofijismo” junto a la incertidumbre que sembraba la nueva etapa político-institucional eran lo característico de aquel julio de 2000. Dos décadas después seguimos en el país llenos de incertidumbre, sabiendo que no hay un proyecto nacional factible en el corto plazo.

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