Opinión

5 películas del festival español que si no vio tampoco se perdió gran cosa

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¡Oh, festival de cine que llegas a Caracas! ¡Pálido placebo del pasaje de avión que jamás tendré en las manos! De las cinco películas que tomé de muestra del reciente festival español, la que más me convenció fue una comedia del subgénero matrimonial. 3 bodas de más (2013, dirigió Javier Ruiz Caldera) vale por la selección de una protagonista sin ningún temor a verse como hallaca mal amarrada, Inma Cuesta.

Un caso de Zelig, el camaleón de Woody Allen: científica marina que no sabe decir no y se mimetiza con los gustos de sus parejas ocasionales. Seguramente con algún antepasado de los invasores moros, Cuesta habla mucho con la mirada. La mitad de la Venezuela con cromosoma X la convertiría en heroína. Todo lo que arranca con un número musical del “Pavo Real” del Puma suma unas cuantas probabilidades de terminar bien y 3 de bodas de más tiene unas cuantas escenas brillantes.

Vivir es fácil con los ojos cerrados (2013, David Trueba) es “bonitica”, aunque el espectador incauto debe estar consciente de que le están lanzando un anzuelo tipo “si a usted le gustó Il Postino y La sociedad de los poetas muertos (por ahí hay un toquecito también de Filomena). El cine de autor es un género más, con sus convenciones manoseadas. Subgénero del profesor que da “lecciones de vida”: maestrico de inglés quiere conocer a John Lennon, que anda rodando una película en España, y en el camino redime las tristes cotidianidades de una peluquera embarazada y un chaval fugado de casa por no dejarse meter tijera a la totuma Beatle (denuncia al franquismo metida en el combo de cotufa-refresco-cricrí, y hasta cierta fraternización con el irritable apéndice catalán).

De la quema salvaría a Ocho apellidos vascos (2014, Emilio Martínez-Lázaro). Exponente de tiempos cínicos, una comedia de estereotipos regionales que se burla de su propia mamarrachería. Un andaluz se enamora de una vasca, algo así como un maracucho enamorado de una punketa alemana. Ni se moleste en tratar de entender todos los diálogos. Él es vago y socio del equipo de fútbol Betis. Ella es hija de un pescador y solo le falta llevar bozal y collar de pinchos. Una de las primeras cosas que hace Rafa es poner el ojo en la colita de Amaia (Clara Lago) y doy fe de la exportación de la Compañía Guipuzcoana.

En pleno siglo de las redes sociales, me conmueven esos directores de suspenso que todavía quieren hacer películas tipo “¿vieron que los engañé a todos?”. El cadáver de catira millonaria a la que le gustaban los chistecitos pesados ha desaparecido de la morgue. ¿Y si estaba viva? El desenlace de El cuerpo (2012, Oriol Paulo) se me hizo jalado de los pelos. Más allá de las trampitas para cazarnos a los bobos, no le vi otros valores cinematográficos.

De lo peorcito, La gran familia española (2013). Para llamar la atención, el director Daniel Sánchez Arévalo se agarró del Mundial Sudáfrica 2010: los hechos que se desencadenaron al mismo tiempo que la final España-Holanda, el gol de Iniesta, y tal. El recurso futbolístico es pésimamente aprovechado, además de cronológicamente absurdo. Hay pretensiones de manufacturar un producto “cool” y lo que sale es una españolada de las feas. La jevita para seguirle la pista: Sandra Martín (Mónica). El jevo (para que no digan): Quim Gutiérrez (Caleb), que también sale en la otra comedia matrimonial

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