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Quememos a Rafael Dudamel

Venezuela perdió. Eso no es noticia. Sí lo es que jugó un gran primer tiempo. Lo malo fue que falló muchas oportunidades y Uruguay no. Eso no es noticia. Tampoco que al final salió goleado 3-0. Entonces, ¿cuál es la buena noticia? Que la derrota debería obligar a una reflexión nacional por qué esto no se resuelve con un nuevo técnico o intercambiando nombres en el 11 titular. 

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Foto: EFE /Raúl Martinez

Hablamos de un deporte practicado por niños que no le hicieron caso a mamá. Porque, salvo excepciones, si hubieran estudiado no habrían terminado en una cancha. Primera lección: no es lo que queremos, no es lo que imaginamos, la vida es lo que toca. Y a Venezuela le tocó las verdes.

La Vinotinto nunca ha estado cerca de clasificar a un mundial de fútbol. Ha conseguido, eso sí, resultados históricos que, acompañados por una gran publicidad, generaron una ilusión competitiva en el ojo impresionable. Tras el boom económico, volvió a sus inicios, a pesar de que, para quien escribe, hoy cuenta con jugadores de mayor calidad y preparación que en el pasado.

Los venezolanos anhelamos ese pasado porque nos daba sentido de pertenencia; porque el béisbol, el deporte nacional, no es global; capricho heredado por otra maldición local: el petróleo. Entonces, cuando «Vinotinto» se convirtió en una marca de exportación, nos sentimos reconocidos.

Empezó con Richard Páez, siguió con César Farías y se devaluó, para las nuevas generaciones, con Noel Sanvicente. Esa depreciación en el mercado ha continuado con Rafael Dudamel. Otros, que conocen el origen de la selección saben que el actual momento es la consecuencia de la coletilla del huracán que se llevó a Rafael Esquivel. El fútbol venezolano es un castillo de naipes que no aguanta una brisita. 

Si por casi 30 años no se invirtió en las bases; si por casi 30 años la ley del menor esfuerzo fue la bandera; si por casi 30 años se jugó en contra de la evolución (¿recuerdan la prelibertadores con equipos mexicanos o la desaparición de Marítimo?), el desenlace natural era este presente. Se fue Esquivel y no dejó ni a un asistente preparado para una transición. Por el contrario, quienes quedaron allí evidencian que heredaron, con gusto, las antiguas prácticas.

Hay hechos y hay suposiciones. Hecho es que Salomón Rondón y Adalberto Peñaranda son jugadores talentosos. Tanto que rápidamente debutaron en Europa. Suposición es que tienen la misma capacidad resolutiva que sus pares, que Cavani o Suárez, por nombrar a dos que enfrentaron. O  que Messi. Queremos creerlo. Hecho es que no.

Y eso no es culpa de ellos. Los jugadores venezolanos crecen de manera silvestre. Y deben relacionarse en el país con otros que están un peldaño abajo, además de recibir instrucciones de técnicos que no forman, compiten. Esa desventaja incide en que, a pesar de todas sus cualidades, no dan el salto a Barcelona o Madrid. Van a Rusia o a equipos de segunda de España.

Eso no impide, sin embargo, que en algunos juegos luzcan o superen a sus rivales; que se levanten con el pie derecho y le caigan a piedras a Goliat. Pero un día es un día. Por eso los torneos largos terminan coronando a los de siempre y por eso a los outsiders les va mejor en torneos cortos. La noticia, cuando esto sucede, es tan grande, que se generan leyendas, como la de Grecia en Eurocopa. Y eso forma parte del merchadasing del fútbol. Si sucediera con regularidad, los dirigentes como Infantino (y antes Platini) no hubieran ganado votos prometiendo más oportunidades a los equipos chicos.

En Venezuela nos ha costado entender eso. Eso y que no somos un país rico. Que la casualidad nos dio un material que se desprecia en el mercado. Creíamos, por ejemplo, que nos tocaba un barril del petróleo por casa, apartamento y rancho. Cuando nos dijeron que había que sembrarlo nos lo gastamos. Hoy andamos haciendo cola para el pan.

Asimismo, cacareamos que tenemos diamantes en bruto en la cancha. Después que se goleó a Uruguay en el Centenario y se conquistó un cuarto lugar en la Copa América, el autoestima pegó techo. Como consecuencia, se simplificó en el colectivo la idea de trabajo. Bastaba un técnico con «huevos», que administrara la riqueza, para competir. Cuando ese esquema dejó de funcionar, se llamó a uno «ganador» y cuando eso tampoco dio los resultados esperados, se buscó al que «cobrara menos»-FVF dixit-.

Unos resultados en la Copa América (torneo corto) volvieron a generar la ilusión en el desierto. La realidad, no obstante, esperaba en la esquina. Podemos quemar a Dudamel en la hoguera, para el delirio de la inquisición tuitera. Eso, sin embargo, no resolverá nada. Porque la verdadera revolución llegará cuando desalojen a todos los que están en Sabana Grande. Sin un cambio en la FVF, hasta Tomás Rincón parecerá un jugador del montón.

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