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Nicolás Maduro: la salsa soy yo

El nuevo programa del presidente Nicolás Maduro es el grito desgarrador de un hombre que quiere ser querido. Frustrado porque aquella gente que abrazaba con verdadero cariño y fe a Hugo Chávez Frías le dio la espalda, apela a un género querido, pero que hace tiempo dejó de ser popular. 

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Fotografía: Prensa Presidencial

-¿Qué hacemos para que Nicolás retome la senda popular?

– ¡Asociemos su imagen a la salsa, que a la gente le gusta eso!

– ¡Aprobado!

Es fácil adivinar este diálogo con cualquier asesor de imagen. Maduro conoce lo que produce. Los números le llegan a Miraflores y cuando sale de allí, los enfrenta. Ya le sucedió en Villa Rosa. Salvo que se trate de una de las tantas manifestaciones que se controlan con combos para motorizados y sanciones para empleados públicos, el presidente no es corazón del pueblo.

Recuerdo cuando trabajaba en un diario popular. En la famosa cena navideña con la directiva, uno de los accionistas me decía: «Metan mucha NBA y baloncesto nacional, eso le gusta a la gente». Estábamos en los 90s y se sentían los coletazos de los Chicago Bulls, dominadores con 6 campeonatos esa década. En la televisión «Los Jordan», de la Radio Rochela, marcaban la pauta. Se trataba de un sketch en el que Emilio Lovera y Juan Carlos Barry imitaban el lenguaje del barrio y se vestían con el 23 de Michael Jordan. Le pregunté al «asesor» si practicaba el deporte o tenía una estadística para concluir eso. Ahí murió la conversación.

Muchos años después, cuando fui director de un diario deportivo, no me sorprendieron los números que el baloncesto arrojaba. Puede que los gimnasios en Venezuela se llenen, y que se siga la final de la NBA, pero estadísticamente es el público que menos consume información en papel y web. Muy por debajo de los seguidores del béisbol y el fútbol. Con la música sucede algo muy parecido. Si usted sube cerro, no encontrará en los hogares a Héctor Lavoe, Richie Ray y Bobby Cruz, Ray Barreto, Willie Colón o Rubén Blades. Vallenato trancao (hace tiempo) y Reggaeton y bachata (hace poco) es lo que manda.

La salsa, al menos eso que se popularizó como salsa brava, vivió un golpe duro con el triunfo de la erótica. El huracán que lideró Eddie Santiago y a la que se unieron  Frankie Ruiz, Maelo Ruiz, Tito Nieves, Willie Chirinos, Willie González y un largo etcétera hasta llegar a Antonio Cartagena, dejó a los «clásicos» para grupos selectos, aquellos que disfrutaban con ir al O’Gran Sol en Sabana Grande, Rincón Caribeño y El Maní es Así. La inseguridad, la inflación, la imposibilidad de caminar las calles de Caracas y, en general de Venezuela, liquidaron a esa cultura de poder escuchar en vivo a grupos como Yambequé, Cadáver Exquisito y a El Guajeo (en sus diferentes versiones).

La salsa brava se ha reducido a un grupo más bien intelectual, que encontró en Henry Fiol, La Fania y el movimiento neoyorquino, una manera de sentirse «pueblo», aunque se formaron escuchando rock argentino y español. Por supuesto, cuando quieren recordar su corazón socialista, sacan una guitarrita y, botella en mano, entonan a Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y Alí Primera. Por otro lado, grupos venezolanos como Sexteto Juventud y cantantes olvidados por los productores nacionales, encontraron en los actos del chavismo una manera de seguir en la pista.

El programa de «La hora de la salsa», que estrenó el presidente Maduro al lado del locutor Javier Key, no cumplió con la promesa inicial: «mostrar la historia de la salsa». Sí, en cambio, ratificó el conocimiento del conductor de la «Tecla de la salsa», quien ha trabajado la fuente en profundidad. No hubo algo que el mandatario dijera que no fuera conocido, incluida la discusión sobre la autoría de Phidias Danilo Escalona en el bautizo del género. Sin gastarse tres horas en un programa improvisado y mal producido, pero con música muy sabrosa, eso sí, César Miguel Rondón lo explicó perfectamente: Puerto Rico, Cuba y Venezuela reclaman el título.

El repertorio escogido por Maduro (o los productores), no trajo tampoco ninguna sorpresa. Podría ser un playlist de cualquier malandroviejo, esos panas mayores de la calle,  que te aconsejaban sobre la vida y las drogas, con un pitico de marihuana en la boca. Nos cuidaban porque sabían cómo era la calle y deseaban que no repitiéramos sus historias, aunque tampoco se podían alejar del vicio. Una de las tantas contradicciones con las que vivimos los humanos.

La salsa, esa salsa que le debemos a Machito, Tito Puente y Jhonny Pacheco es toda una paradoja. Porque si bien te puede llevar hasta Cuba y el Gran Caribe, en una búsqueda infructuosa, lo cierto es que fue Nueva York la que logró acoger el movimiento y darle una proyección de la que bebería el mundo. Entonces, «La hora de la salsa» es un homenaje, de retruque, a un país que aceptó e impulsó a un grupo de extranjeros y a la que el chavismo encuentra como excusa perfecta para explicar todos sus errores.

En determinado momento, en su nuevo programa, Maduro habla de «Plástico» de Rubén Blades. Le recrimina al panameño que haya abandonado «la revolución». E incluso asegura que, independientemente de eso, lo perdona, como si encarnara a Jesucristo y hablara en la plaza pública a los pecadores. En ese perdón se resume la verdadera personalidad y tragedia de Nicolás Maduro. Vive en un país en el que él tiene la razón y el resto no. Esa es su visión del diálogo.

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