Espectáculos

007: Navidad sin Martini

En Spectre, uno no sabe si admirar la elegancia de cuña de perfume del director Sam Mendes o sollozar por el tono excesivamente solemne que ha impregnado a las últimas entregas de James Bond

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En 2012, la franquicia del agente al servicio de Su Chocha Majestad sufrió una humillación histórica: en Venezuela, Skyfall fue superada en los números de taquilla por Er Conde Bond 007 y pico. Con una de las Chicas Bond más frígidas de que se tenga registro, Léa Seydoux (sí, el lésbico tinte azul de La vida de Adèle), no sé si a la entrega número 24, Spectre, le irá demasiado mejor como London Bridge para distraernos mientras llega el Episodio VII.

Uno se divide entre regodearse con el esteticismo de cuña de perfume “Persueichon” del director de Sam Mendes o deplorar el tono de excesiva solemnidad que le ha impregnado últimamente a la serie cinematográfica, derivada en interminable híbrido de culebrón mexicano con Harry Potter en el que en cada capítulo hay que desentrañar las raíces familiares del superagente huérfano. Dudo si eso importaba mucho cuando Sean Connery le frotaba bronceador a Ursula Andress.

Spectre arranca bien, con el pasito tuntún de la rítmica (y absurda) secuencia del Día de Muertos en México DF, pero ninguna de las siguientes posadas en que se detiene el lúbrico Valentino Quintero de la globalización supera ese momentum (Italia, Austria, Marruecos, etcétera). En apenas unos minutos en Roma, Mónica Bellucci con patas de gallo ronca más que la Seydoux, algo así como Fedra López lanzada en un Celebrity Deadmatch contra Chantal Baudaux.

En Londres, mientras tanto, el MI-6 es privatizado por una trasnacional de la seguridad que lidera una especie de Eli Bravo yuppie sin mucha inspirulina: se elimina la obsoleta división 00 y Daniel Craig queda como un viajero venezolano sin cupo de Cadivi. Ni siquiera le dejan entonarse con el Martini de rigor. Menos mal que por ahí anda siempre Moneypenny, que ahora es igualita a Dayra Lambis.

Ni siquiera hay demasiados gadgets para sentir envidia por las cosas que jamás podremos comprar con los 300 dólares de Internet ya fatalmente incorporados al imaginario del Día de Muertos: un automóvil Aston Martin sin municiones que sería fácilmente neutralizado por una granada en Caracas y un microchip en el torrente sanguíneo más que todo de auto-sapeo, ideal para meter el paro de que se controla el bachaqueo y para que Diosdado Cabello monitoree cada pestañeo de Lorenzo Mendoza.

La trama de Spectre hace recordar demasiado a Misión Imposible 5, hasta hay una escena culminante con una jaula transparente. Sam Mendes empezó a rodar en marzo de 2013 y estoy seguro de que, si pudiera echar atrás el tiempo, corregiría un pelón de oportunismo histórico. Siria no es un tan cool como Marruecos, pero en 2015 Europa clama por un 007 que pueda en un solo viaje con la tiranía de Bashar al-Assad, los cortacabezas del Ejército Islámico y el neoexpansionismo de Putin, que sin camisa hasta se parece de lejos a Daniel Craig. Chévere si de paso Bond puede acercarse a liberar a Leopoldo López y salvar el brindis de Navidad.

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