Deportes

Agua verde, abucheos, gradas vacías: la vida paralela de los estadios de Río 2016

Mientras los deportistas batían récords, marcaban goles o disparaban al blanco, las instalaciones olímpicas de Río han tenido una vida paralela, con invitados que nadie quería en la fiesta que recibió a 11.400 atletas, 25.000 periodistas y un millón de turistas.

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Río 2016

Después de que las aguas de la bahía de Guanabara fuesen una preocupación sanitaria de primer orden en los meses previos a los Juegos, nadie volvió a mencionar el asunto en cuanto los regatistas echaron sus botes al mar. En cambio, fue el agua de una piscina, la Maria Lenk del Parque Olímpico, la que trajo de cabeza a los organizadores.

A los tres días de comenzar la competición de saltos, los nadadores observaron que el agua de la pileta había adquirido un extraño color verde. Poco después se contagió la piscina adyacente, donde se disputó la primera fase del torneo de waterpolo.

Los organizadores atribuyeron el nuevo tono a «un aumento de alcalinidad» y la selección de waterpolo de Brasil incluso bromeó con la suerte que el tono verde le había dado en su victoria sobre Serbia.

La FINA y el comité organizador aseguraron que no había riesgo alguno para la salud de los deportistas, aunque muchos se quejaron de picor de ojos.

Un cambio de filtros no produjo el efecto deseado y el problema se agravó con el comienzo de la natación sincronizada, que requiere agua totalmente transparente para que las nadadoras y los jueces se vean durante el ejercicio.

La solución fue radical: cambiar toda el agua de la piscina. 3.750.000 litros fueron traspasados de la piscina de calentamiento a la de competición, tras admitir los organizadores que era «el único problema» que no habían podido solucionar con rapidez.

La Maria Lenk, como otras instalaciones olímpicas, acusó durante muchas sesiones una triste falta de público. Incluso en la apasionante final de tenis que Andy Murray le ganó a Juan Martín del Potro había asientos vacíos.

Mario Andrada, portavoz de la organización, tuvo que dar explicaciones constantes sobre este asunto en sus conferencias de prensa diarias.

Atribuyó los huecos a: las personas que solo acudieron a uno de los partidos de las sesiones dobles; los espectadores que abandonaron el estadio en busca de comida y se demoraron en volver; el 11 % que, teniendo entrada, no la usó; el 55 % de los boletos destinados a programas sociales en escuelas que tampoco se utilizó; el escaso conocimiento de algunos deportes por parte del público.

Tampoco fue del gusto de los organizadores, ni mucho menos de los deportistas que fueron víctimas, la costumbre del público brasileño de abuchear a los rivales.

El COI pidió que la pasión se «encauzase de manera adecuada» y Andrada dijo que los abucheos «no tenían lugar en los Juegos Olímpicos». Cuando el comportamiento se prolongó en el tiempo, Andrada admitió que formaba «parte de la cultura brasileña».

Otra instalación que tuvo que hacer frente a un imprevisto fue la de natación en aguas abiertas, con el hundimiento en el mar de la plataforma de salida. Los participantes hubieron de salir desde detrás de una cuerda, pero ya dentro del agua, porque no hubo tiempo de instalar un nuevo soporte en Copacabana.

Durante los Juegos las fuerzas de seguridad hicieron explotar en el Parque Olímpico varias mochilas cuyos dueños no pudieron ser localizados. Una de ellas en la Arena Carioca 1, momentos antes de comenzar el España-Nigeria de baloncesto masculino. Cuando el público pudo acceder, el partido ya estaba comenzado. Solo los equipos y la prensa estaban en el recinto.

El frío intenso en muchas instalaciones, que llevó al público a abrigarse con banderas, pancartas o lo que tuviera más a mano, fue otro de los protagonistas en la vida paralela de los estadios.

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