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Al campeón no se le discute

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Al campeón no se le discute. Cuando se queda primero luego de 17 partidos, no hay casualidades que valgan. Gana el que demuestra su superioridad y ni los violentos de siempre pueden quitarle brillo a la coronación del campeón.

A Trujillanos lo vi en la primera fecha del Torneo cuando visitaron al Aragua. En aquella ocasión le dieron vuelta al resultado y mostraron algo de lo que caracterizó al equipo en este campeonato: dos delanteros muy en forma; un volante (Argenis Gómez) que vivió posiblemente su mejor semestre y una zaga compuesta por laterales muy ofensivos y una pareja de centrales que se fue afianzando con el paso de los encuentros.

Quien le diga que Trujillanos era candidato a quedar campeón le miente. Al inicio del mismo, todos caímos en el reduccionismo de señalar como contendores a los que más dinero invirtieron o aquellos cuya camiseta «pesa más», como si alguno de esos condicionantes, por sí solo, determina quien está en capacidad de pelear un título.

Este equipo creció desde su pretemporada en base a una idea: jugar al fútbol. De Trujillanos no llegaban imágenes de trabajos en arena ni en paracaídas. Su entrenador, Horacio Matuszcykz, un veterano de este fútbol, estaba convencido de que sólo preparando al jugador para el juego y cuidando el desgaste cognitivo podían ser competitivos. Y vaya si lo fueron: llegaron a la final de la Copa Venezuela y ganaron un torneo que se les resistía hace 33 años.

El triunfo de «los guerreros de la montaña» es una historia magnífica que lastimosamente no pudo verse en su totalidad. La clandestinidad que promueve la FVF para con sus torneos hace que sea imposible un análisis más profundo de los 18 equipos que integran la primera división, pero la victoria de este equipo se suma a las muestras que explican que el fútbol es inexplicable, sin lógica y ajeno a las «verdades» del dinero y los incapaces.

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