Venezuela

Al Límite: Teodoro Petkoff y la muerte de un sueño

Ha muerto un hombre justo, un hombre implacablemente honesto. Un político a carta cabal, y su ausencia ahonda todavía más este vacío que ya padecemos al escapársenos la vida como acción y como gente.

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Por Luis García Mora Foto: AP/Fernando Llano

Un hombre de izquierda integral. En esta época superficial y confusa en que equivocadamente se asimila izquierda a comunismo.
Teodoro —no hay otra forma de nombrarlo para mi generación ya en declive— fue el ultimo eslabón de una cadena de pensamiento lúcido e iluminador que nos acompañó desde adolescentes hasta aquí y hasta hoy.
Cuando entramos a la universidad en 1962, a la Facultad de Medicina —militantes desde entonces de la Juventud Comunista desde el liceo—, ya Teodoro, que estaba desde finales de los cuarenta y los cincuenta resistiendo la dictadura, no estaba legalmente clandestino pero sí “con vida escondida” —como diría Rafael Orihuela, compañero de locuras y andanzas— tras el fracaso putchista de ese año en las sublevaciones armadas del “Carupanazo” y el “Porteñazo”.
Esto hace que en septiembre del 63 Betancourt se vea obligado a apresar a los más prominentes miembros del MIR y del PCV, desde los hermanos Machado y Jesus Faría, hasta Pompeyo, Teodoro y García Ponce, y Sáez Mérida, del MIR, que van a dar al San Carlos.
Al tiempo que nosotros, en el primer año en la UCV, peleábamos “contra el cupo” lanzándonos a una loca huelga de hambre y en una escuela de Medicina desbordada. Escuchando los lirismo políticos del presidente de la FCU, Freddy Muñoz, y su consigna llameante de que “A veces las masas no tienen la razón”.
Románticos rebeldes inflamados.
Y la huelga de hambre —como casi todas— fracasó, pero entramos.
Y en febrero, creo, del 67, ocurre: se escapan los presos del San Carlos. Sí, Pompeyo, Teodoro y Sáez Mérida.
Pero durante los años de reclusión que, como se sabe, dan para leer libros y aprender idiomas —como hizo Petkoff— ya hay un problema franco en la izquierda por la continuidad o no de la lucha armada. Y hasta Sáez —secretario general del MIR— es partidario del repliegue que Teodoro, y los otros, se lo plantean.
Era una respuesta ante la corriente guerrerista, cubanófila, que un año antes, en el “Manifiesto de Iracara”, en el que Douglas Bravo llamaba a la continuación de la lucha armada para la toma del poder, a pesar de las continuas derrotas.
Y así están las cosas en la izquierda cuando en una fuga heroica estos tipos excavan un túnel y se escapan. Jorge Rodriguez, padre, en la ceguera de la lucha y con un raciocinio muy estrecho, llegó a afirmar obnubilado por un sentimiento políticamente radical y lleno de rencor, que el túnel lo había construido el MOP (Ministerio de Obras Públicas) para que estos “rajados” escaparan.
Tal es el encono del debate. Entre los llamados “revisionistas” como Teodoro y los“fraccionalistas”, de Douglas, que se habían adherido a la “teoría del foco” guevarista y desarrollada por Régis Debray.
Pero el debate del San Carlos cobra fuerza —sobre todo por el ahínco de Teodoro— al tiempo que prospera un descontento muy grande con la manera como aparecía la imagen del régimen soviético. Desencanto del que Teodoro con Pompeyo como referencia junto a Germán Lairet y el lúcido Alfredo Maneiro, alimentan dentro de las filas comunistas. Insatisfacción que se transfiere como crítica a los cubanos prosoviéticos, que exigen sumisión y no aceptan rebeldías y que los van diferenciando a ellos de los movimientos de guerrillas que con tanta fuerza los cuestionan y al final terminan dividiendo al PCV.
Ese descontento, esa insatisfacción, nos permea a todos en la calle, en el aula, la universidad, en la lucha clandestina. Y mas cuando por una decisión política se envía una comisión de la JC (Juventud Comunista) a la URSS para palpar el tono real de aquello. Blanco Ponce, “Caraquita” Urbina, Padilla, Chucho Valedón y Bayardo Sardi, son maltratados en Moscú, como súbditos de tercera. Y el descontento acumulado se aquilata. Y con la muerte del Che cobra fuerza esta tensión. Había pasado por Caracas, antes, buscando el liderazgo de la guerra, luego de que lo sacaran de Cuba y de irse a Angola, y a Bolivia, donde muere.
Y comienza el endiosamiento. El Che es el prototipo del rebelde. Aunque de movimientos fallidos. Derrotados. Y era casi imposible —en todas partes— una iconoclastia dentro de esa fe. Una rebeldía contra el rebelde.
Pero he aquí que aquella desobediente “JC”, aquella indomable “JC”, convoca un acto en el auditorio de la Facultad de Humanidades de la UCV —marzo de 1968— y lo titula “Nostalgia guevarista”, como una ironía revulsiva impulsada por Petkoff. Donde plantean una confrontación abierta con el “foquismo” de Debray. Y es este el momento para algunos de la ruptura definitiva con Fidel.
Y es Teodoro la cabeza de este cisma.
A un año de la invasión a Checoslovaquia.
Es aquí cuando nace la confrontación con los comunistas de Petkoff. No fue por un impulso, por una “patada ideológica” contra Breznev, quien decía que había que acabar con todos los “herejes”. Sino la consecuencia de un proceso de maduración política que venia cocinándose desde los tiempos del San Carlos.
Y cobra fuerza e impacto con la división del PCV. Cuando un Teodoro ya intelectualmente mas maduro, al año siguiente de la invasión que sacudió al mundo, escribe «Checoslovaquia: el socialismo como problema», y viene el cisma que dará paso al nacimiento del MAS. Ya antes, en su informe al XXIV Congreso del Partido Comunista, el secretario general Breznev lo incluye en un breve elenco de “enemigos del comunismo”,al igual que a Fischer, Garaudy, la italiana Rossana Rossanda y el grupo Il Manifesto. Con gran sorpresa para todos, y en principio para el propio Petkoff.
Y nadie subestima el impacto de este acto.
No olvidemos que en aquellos momentos la URSS es, en el campo ideológico comunista, la dueña del mundo. Tanto que Jean-Francois Revel dice que “hay que aprender ruso”. Pero en 1968 con la invasión a Checoslovaquia se viola toda norma de civilidad. Tanto que se tenia 360 muchachos estudiando en la URSS, y los expulsan a todos.
Y, por cierto, los recoge Ceaucescu en Rumanía.
Y es en esta hoguera donde se forma esa aquilatada personalidad política intelectual de este hombre rebelde por antonomasia que acaba de morir en esta Venezuela tomada por una desviación como aquella de los años 60, que él fue capaz de atisbar y denunciar y hasta enfrentar con infinito coraje, lo que jamas a este hombre le faltó.
Para al final de sus días tener que experimentar, imagino, esta derrota de sus ideas, subsumidas por esta catástrofe venezolana que nos sacude. Nos asfixia.
Absurda. Anacrónica. Demencial.
En manos de una revolución equivocada,  o mejor: de este “engendro —como lo ha definido magistralmente Joaquín Villalobos— en el que se han combinado la utopia izquierdista, el autoritarismo militarista de derechas, el oportunismo geopolítico y el dinero como factor de cohesión”. En que ni los utópicos ni los militares han sabido como gobernar y el resultado ha sido fatalmente destructivo.
Esta confusión demoniaca en que como decía el ex-guerrillero salvadoreño “mientras todos se ocupan de robar, nadie se ocupa de gobernar en serio y el engendro ha derivado en una cleptocracia a gran escala”.
Una farsa.
Una farsa que ha terminado así, en principio. Como supuesto proceso social revolucionario, jamás descansó en una verdadera lucha armada por el poder con la desventaja de enfrentarse contra un enemigo muy superior, política y militarmente. El poder —contra todos los pronósticos— se alcanzó con el voto, directo, universal y pacifico, aprovechándose de un régimen de libertades estatuidas y garantizadas por un sistema democrático al que se traiciona.
Las verdaderas luchas revolucionarias obligan a un despliegue extraordinario de mística, de heroísmo, de espíritu de sacrificio, de capacidad de organización. A la creación de un gran voluntariado y un manejo austero de los escasos recursos de los que se dispone. Y como dice Villalobos por eso es que las revoluciones suelen ser “un momento muy religioso de la política”. Y nada de esto ha estado presente en el ascenso del chavismo.
Y, luego, para acabar con todo este sainete, la corrupción perfora el proceso hasta los tuétanos. Miles y miles de millones de dólares sin control, que han sido administrados como propios por una nueva fauna: unos “revolucionarios millonarios” que al final han mandando cualquier vestigio de “moral revolucionaria” a la mierda.
Lo que ha debido atormentar a Teodoro como a todos quienes alguna vez soñaron como él en aquella locura tormentosa, romántica, juvenil, de “tomar el cielo por asalto”.
Pero hay más en este breve arqueo de caja.
Teodoro ha significado también —al menos para algunos de sus camaradas— el fracaso mas estrepitoso de una idea correcta.
El MAS.
Que fue en su momento culminante la rectificación mas importante de todas las aberraciones cometidas por el PC de la URSS en su ejercicio del poder. Dejando un socialismo sin libertad y económicamente en quiebra (como los cubanos después, seguidos de nosotros). Porque quizás el MAS no comprendió en sus primeros pasos que había que romper radicalmente con el totalitarismo como concepto de sistema político —ya en su primer debate se define todavía en sus estatutos como “una fuerza comunista venezolana”, error—. Y luego como un movimiento nacido para crear una fuerza capaz de acceder al poder y dirigir desde él la transformación social de la sociedad.
Para luego también desatar —con los resabios comunistas que le habitaba— la confrontación contra toda disidencia interna, que terminaría en la expulsión de muchos cuadros jóvenes importantes y tantas otras figuras decisivas.
Castrándose a sí misma.
Resignándose (tardiamente) a tratar de ocupar alguna plaza en la corriente socialdemócrata mundial. Y nacional, que ya estaba totalmente ocupada por AD. Otro error. Porque es sabido que en 1973, cuando Carlos Andrés Pérez alcanza la presidencia de la República y les ofrece incorporarlos al gobierno —con ministerios, altos cargos en todos los niveles, TSJ, BCV, incluso le ofrece a Rafael Pizani el ministerio de Educación— Teodoro y el resto lo rechazan. Y el MAS no hizo lo que debió hacer: conformar con AD un gran partido socialista moderno al igual que los partidos socialistas español, chileno y alemán. Como decía un dirigente de aquel entonces “CAP estaba enamorado del MAS”.
Teodoro fue, qué duda cabe, un gran político y un gran intelectual. Para unos mejor lo segundo que lo primero. Pues a pesar que después de conceptualizar magistralmente en «Dos izquierdas» (2005) esas dos tendencias encontradas, no fue capaz de actuar oportunamente (1973) en uno de los desafíos políticos —cree uno— mas importantes de nuestra historia política contemporánea. Pues en su propia reflexión estaba escrito. Dos tendencias. Dos izquierdas. Perfectamente definidas.
“Esta izquierda moderna, con los pies en la tierra, donde descansa la perspectiva de cambios sociales de avanzada, sustentantes y perdurables”, que él decía, y que no advino. Que no pudo renovarse y progresar. Porque no se actuó en el 73. Por lo que finalmente terminaría en 1998 desmantelada y aplastada por esa otra, la del infantilismo voluntarista desatinado —y fracasado como “la zafra de los 10 millones de toneladas” en Cuba o “el gran salto adelante” maoísta—, incapaz de un reformismo avanzado, estridente, y como él tan atinadamente la denominó, borbónica, es decir, que ni olvidaba ni aprendía. Pero que terminaría por los errores, de alcanzar el poder de manos de un alucinado militar, secundado y apoyado por un gorilato sin escrúpulos.
Como restos fosilizados del viejo comunismo. Pero viva.
Que, para desgracia de todo un pueblo, él (como todos nosotros) vio nacer y morir ante sus ojos. En medio de esta crisis de angustia —imagino—, como todos. Y de esa, su honestidad indescriptible.
Porque finalmente eso sí se puede —y se debe— decir de Teodoro Petkoff,con propiedad: fue un hombre honesto hasta los cimientos, en sus angustias, sus debates y combates, siempre —y ahí están sus gesta y sus libros para comprobarlo—, siempre fue un ser íntegro. Honrado. Recto. Justo. Probo y austero.
Decente.
Algo que siempre se plasmaría en todo acto, como cuando ya como periodista responsable y editor, luego de su intempestiva salida de la dirección del diario El Mundo, por presiones gubernamentales, y fundara TalCual, arrancar aquel 3 de abril de 2000, editorializando —como le gustaba asumir el periodismo combatiente, integral—, desafiar a Chavez y a su régimen, al que jamas le dio tregua, con aquel inolvidable “Aquí estamos, otra vez, Hugo”.
Posiblemente éste —la aciaga noticia de su muerte— ha sido el obús que nos mata.
Con esta ausencia manifiesta de uno mismo.
Esta ausencia manifiesta de Teodoro.]]>

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