Opinión

Ana Karina Rote

“Ana Karina Rote”, decían los caribes en las costas venezolanas. “Solo los caribes somos hombres”. La etnia aborigen que le dio el nombre al mar que nos arropa, la de mayor talento para la guerra, frecuentó varias islas de la zona, incluso algunos grandes, y en ocasiones sometió a tribus menos organizadas y numerosas.

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A Hernán Cortés lo ayudaron, también, etnias enemigas de los aztecas, la poderosa tribu que se figuró la leyenda del águila asesinando a la serpiente en el desierto, el símbolo nacional del México actual.

Guerreros, bravíos y abusadores, aptos para apropiarse de los recursos ajenos y consolidar su propio poder, fueron (y a veces, todavía, son) los zulúes de la actual Sudáfrica; los nómadas somalíes, los tuareg del Sahara y los árabes que se apropiaron del norte de Africa. La historia del hombre es, en alguna medida, la historia de sus guerras y conquistas.

No hablemos de Europa. Sajones y normandos; romanos y cartagineses; aqueos, turcos, unos, mongoles y visigodos. Las de Roma era la “pax romana”: la quietud impuesta con la lanza; poblaciones enteras arrasadas y sometidas militarmente, autorizadas a posteriori a cultivar sus credos y costumbres en un ámbito muy pequeños de autonomía.

Si algún impero ha merecido tal nombre a lo largo del siglo XX y de la historia universal es el de la Unión Soviética. La Vieja Rusia ocupaba el 70 por ciento del tamaño de aquella suma de 15 repúblicas, muchas de las cuales fueron incorporadas al paraíso obrero propuesto sin tener en cuenta qué podían opinar al respecto.

Las repúblicas bálticas (Estonia, Letonia y Lituania); parte de Finlandia, la zona del transcáucaso (Azerbaiyán y Armenia) fueron tomadas e incorporadas a la insignia de la hoz y el martillo contraviniendo de manera expresa la voluntad de la mayoría de sus ciudadanos. En algunos casos, como en las Repúblicas Centroasiáticas (Uzbekistan, Kazajastán o Tayikistán) rusos y eslavófonos desarrollaron con las poblaciones locales una aproximación casi colonial.

A la semana siguiente de estas hablar declarado una independencia que en ocasiones no buscaron y no deseaban, en 1991, la población rusa que vivía en esos países se marchó a sus tierras ancestrales.

El imperialismo es, ciertamente, un hábito muy viejo. Un vicio milenario que comienza a atenuarse levemente apenas ahora, luego de la Segunda Guerra mundial, conforme Inglaterra, Francia y Holanda abandonan la cultura depredadora y expansionista y se imponen en el mundo los acuerdos multilaterales y los principios de la diplomacia moderna. Ese del cual sólo se acusa a los Estados Unidos.

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