Cultura

Armando Rojas Guardia y la certeza de la reconciliación

El poeta y ensayista, individuo de número de la Academia Venezolana de la Lengua, publicó con la editorial Seix Barral El deseo y el infinito. Diarios 2015-2017, una recopilación de fragmentos en los que reflexiona conceptual y espiritualmente sobre los acontecimientos que vive.

Publicidad
Armando Rojas Guardia
Fotos: Andrea Hernández

Su casa se inunda en libros y objetos con cicatrices. De fondo el ruido del mediodía colma la avenida Libertador. De su mano viaja el humo del cigarro que acaba de encender, atraviesa la mesa y llega al sofá, donde se estremecen los cojines desgastados por tanto peso humano. Él mira la ventana y comienza a hablar.
Armando Rojas Guardia es un viejo escritor de diarios. Los lleva metódica y sistemáticamente desde la década de los años setenta. De este primer grupo de fragmentos salió El Dios de la intemperie; ahora, los escritos que publicó en el portal Prodavinci entre 2015-2017 dieron cuerpo a El deseo y el infinito, que acaba de publicar la editorial Seix Barral. En simultáneo, vio luz La otra locura, prologado por Alejandro Sebastiani, compilación de más de 50 textos que publicó en las últimas décadas en revistas y semanarios.
Más que un diario, El deseo y el infinito es un “pensario”, un subgénero de la prosa ensayística, como lo define Rojas Guardia.
“En los diarios que yo he llevado en la vida no prevalece el anecdotario íntimo de lo que me sucede día a día. Apenas hay anécdotas en mi diario; porque me interesa sobre todo la reflexión conceptual que me provocan los acontecimientos que yo vivo, las lecciones espirituales”, dice quien es individuo de número de la Academia Venezolana de la Lengua desde 2016.
En los textos se nota a un autor que ha atravesado muchos naufragios y ha alcanzado finalmente la calma. El gozo de haber llegado a ese paraíso queda de manifiesto en elementos como la religión –inexorablemente ligado a su ser–, el erotismo, la homosexualidad, el otro, los amigos y la casa, donde vive “rodeado de la complicidad de los árboles, los pájaros y las mariposas. Mimado por el isócrono ritmo de la lluvia”.
22062017 Armando Rojas Guardia Andrea Hernandez/EL ESTIMULO
—¿Cómo lo ha marcado su experiencia con los jesuitas?
—En mi vida ha sido fundamental. Mi vida entera gira alrededor de la experiencia religiosa; la espiritualidad jesuita, es decir, la espiritualidad ignaciana, tanto como la heredamos de Ignacio de Loyola, es el marco referencial de la evolución de mi psicología y de mi vida. En distintos episodios psicóticos, porque yo los he padecido a lo largo de mi vida muchísimas veces, he sido inquilino y huésped de casas jesuitas. Los jesuitas me han atendido fraternalmente en esos momentos gravísimos de mi historia psicológica. La sombra de los jesuitas se ha proyectado a lo largo de toda mi vida.
—¿Y quién es Dios?
— Dios es para mí el absolutamente otro. Es decir, una presencia que estando en el centro de mi interioridad me sale al encuentro en los demás, en los que me rodean. Porque todos los otros, hombres, mujeres y niños, están creados a imagen y semejanza de Dios.
—¿Cómo cambia el ‘yo’ en ese encuentro con el otro?
— Lo único que el judeocristianismo tiene que decirle al ser humano está resumido en la pregunta que Dios le hace a Caín inmediatamente después del asesinato de Abel: ¿Dónde está tu hermano? Entonces la fraternidad es la experiencia nuclear del cristianismo; por lo tanto, creer en el Dios cristiano es apostar por la fraternización radical de las relaciones humanas.
—A partir de esa fraternidad, y desde lo individual, ¿cómo fue el proceso de reconciliación consigo mismo?
— Yo fui un muchachito educado en un colegio católico que tuvo percepción muy precoz de su homosexualidad. La doctrina oficial de la Iglesia Católica es que la homosexualidad es una orientación erótica pecaminosa e intrínsecamente desordenada, por lo tanto yo viví mi conciencia homosexual bajo el signo del pecado y de la culpa. Y viví la experiencia del asedio, de la asechanza, del rechazo, del repudio y de la represión. Esa culpa alimentó buena parte de la relación que yo tenía conmigo mismo y me ha costado muchísimos años a través del estudio, de la investigación y de la reflexión, liberarme de ese yugo culpabilizador. Buena parte de mi vida intelectual, espiritual y moral ha consistido en una liberación progresiva de la culpabilidad. El estudio me ha llevado a concluir que es perfectamente compatible ser cristiano y ser homosexual. Entonces el diario El deseo y el infinito da cuenta epifánicamente de esa profunda reconciliación conmigo mismo. Dan cuenta del sosiego, la paz y la alegría.
22062017 Armando Rojas Guardia Andrea Hernandez/EL ESTIMULO

—En este país de muerte y atrocidades, ¿cuál es el elogio que hace a la vida?
— En Venezuela estamos viviendo una tragedia colectiva de gran magnitud. Hace dos meses publiqué en Prodavinci un texto que titulé Diagnóstico y prognosis acerca de esta situación. Y me atreví a decir que lo que estamos viviendo se puede resumir en la palabra fracaso. Un fracaso político, económico, social, cultural, civilizatorio. Y que la única manera de superar ese fracaso es constatarlo, comprobarlo, aceptarlo y asumirlo. A mí me fascina un poema de Rafael Cadenas que se titula precisamente Fracaso; Cadenas, como Kafka, tiene el genio del fracaso. Es decir, en ese poema él traza la ruta no épica ni heroica, sino esa que lleva a encarar creadoramente lo que significa fracasar. La única manera de trascender el fracaso es empezar por asumirlo. Sin embargo en Diagnóstico y prognosis yo no hablé de algo que hoy me resulta evidente y es que estamos protagonizando los venezolanos la primera rebelión civil y civilista de nuestra historia republicana; y eso nos tiene que producir esperanza.
—En medio del éxodo y la tragedia, ¿qué dimensiones adquiere la palabra amigo?
— Yo tengo la fortuna y la gracia concebida por Dios mismo de tener talento para el arte de la amistad. Vocacionalmente soy un solitario; apuesto por la soledad porque me permite silencio y capacidad de disciplina con las que puedo desarrollar mi experiencia religiosa y mi vida intelectual. Pero simultáneo a esa soledad, que procuro hacer lo más creadora posible, tengo el privilegio de contar con grandes amigos y amigas que en un momento como este, tan trágico y tan cruel, es un privilegio sagrado.
—En su observar al otro, ¿ha cambiado algo desde los primeros diarios?
—Creo que ahora soy menos ingenuo. André Malraux, el gran pensador y novelista francés, escribió una vez algo que me llamó mucho la atención: él cuenta que conoció a un sacerdote que tenía fama de ser un gran director espiritual y gran confesor; y André, rigurosamente ateo, le preguntó qué le habían dejado tantos años conociendo las almas. El cura lo miró y le dijo: los seres humanos son muy desgraciados, sufren muchísimo; y hay muy pocas buenas personas en el mundo. No existen héroes. Yo creo que ahora, a mis 67 años, he podido comprobar que el ser humano sufre mucho; siempre digo que lo único que está equitativamente repartido en este mundo es el sufrimiento. Creo que me he acostumbrado a esperar menos del ser humano de lo que demandaba antes.
—¿Qué hace del hombre la culpa?
—La culpa destroza al ser humano. Lo mina interiormente. Lo lleva al autoodio. El remordimiento es una célula feroz que hace que el ser humano se autodesprecie. Yo creo que Cristo vino a liberar al hombre del parto gigantesco de la culpabilidad; porque la preocupación central de Cristo no fue el pecado, fue el sufrimiento humano.
22062017 Armando Rojas Guardia Andrea Hernandez/EL ESTIMULO]]>

Publicidad
Publicidad