Cultura

Arráiz Lucca: “Si la democracia no establece las libertades políticas y económicas, no es democracia”

"La democracia en Venezuela: un proyecto inconcluso", el nuevo libro de Rafael Arráiz Lucca explica cómo los venezolanos, desde la colonia hasta el presente, han perseguido la estabilidad democrática, un anhelo que todavía no se consolida por la presencia constante del "hombre fuerte"

democracia
Daniel Hernández
Publicidad

La democracia de la Venezuela contemporánea nació en la izquierda, más cerca del marxismo que del liberalismo. Fueron los estudiantes de la generación de 1928 los primeros en soñar las ideas democráticas que hoy muchos recuerdan con nostalgia. Aunque Gustavo Machado, Salvador de la Plaza, Rómulo Betancourt y Raúl Leoni pensaron en proyectos de país distintos –los primeros desde la ortodoxia marxista y los segundos desde la socialdemocracia–, compartieron por aquellos tiempos un mismo deseo: terminar con la dictadura gomecista y establecer un régimen de libertades.

Eso, tal vez, nos pueda permitir entender algunos de nuestros tropiezos.

Los otros los explica el historiador Rafael Arráiz Lucca en su nuevo libro: La democracia en Venezuela: un proyecto inconcluso. Se trata del volumen 17 de su biblioteca de autor que acaba de ser publicado con el sello de Alfa, casa editorial que, después de años de trabajo en Venezuela, ahora edita e imprime desde España. Aunque los capítulos del libro fueron publicados en Proyecto Base, la compilación se encuentra precedida por una introducción en la que Arráiz Lucca hace precisiones sobre el concepto de democracia.

La obra está compuesta por 17 capítulos, aparte de la introducción y de las conclusiones. Abarca un extenso y ambicioso marco temporal: desde el cabildo colonial, como primer espacio protodemocrático, entre 1527 y 1811, pasando por el nacimiento de la república en 1811 y sus tumbos y vaivenes federales y centralistas a lo largo del siglo XIX hasta el auge, desarrollo y crisis de la democracia en el siglo XXI.

El libro se pasea por los anales de la historia venezolana en torno a una idea en concreto: la de la democracia liberal, vehículo que los venezolanos tomaron para redimir sus diferencias.

democracia

—Después de tantos dictadores, caudillos y tiranos, ¿es cierto eso de que la democracia se encuentra en el ADN cultural de los venezolanos?

—Sí, y se encuentra tanto como su contrario. En nuestro ADN cultural, si es que tal cosa existe, se hallan tanto el espíritu autoritario como el democrático. Así lo adviertes desde el período colonial, donde hubo gente atrabiliaria y gente razonable, gente dialogante y gente “se hace lo que me da la gana”. Forma parte de nuestra combinatoria cultural: somos más españoles y árabes de lo que creemos, al menos en nuestros inicios. Y luego, Venezuela durante el siglo XX se convirtió en una sociedad de inmigrantes, a partir de 1936 y hasta 1983, cuando se detuvo casi en seco. De tal modo que nuestro ADN es muy complejo, no es como el colombiano, por ejemplo, donde la inmigración no jugó ningún papel. El nuestro se parece más al argentino. Son muchas las similitudes históricas entre esta nación y la nuestra.

—El profesor Germán Carrera Damas dice que la sociedad venezolana ha transitado una larga marcha hacia la democracia. ¿Está de acuerdo con él? ¿Ha sido la democracia lo que ha movido nuestra historia?

—Lo que ha movido a la nación venezolana es la libertad, y el logro de ella se alcanza a través de la democracia. De tal modo que tiene razón el profesor Carrera Damas. Todos los seres humanos quieren ser libres. Es nuestro desiderátum.

—Ahora que hablamos de Carrera Damas: ¿qué tan positiva o negativa ha sido la figura de Simón Bolívar para la democracia? Porque hubo términos como “federalismo” que vendieron como “descentralización”, para no contradecir al Libertador, quien era un centralista profeso.

—Bolívar es una figura ambivalente. Nos ha unido como nación, pero sus ideas centralistas nos han dificultado avanzar en la descentralización del poder, en el federalismo. Como se sabe, el leit motiv de su pensamiento político fue denostar del federalismo, desde el Manifiesto de Cartagena hasta su muerte. Sin embargo, dentro de sus contradicciones, en la Constitución de Bolivia de 1826 propone un régimen muy parecido al inglés: parlamento fuerte, presidencia limitada, pero le da el carácter de vitalicia y hereditaria, con lo que se parece mucho a una monarquía. De nuevo, Inglaterra en la cabeza. Yo soy de los que cree que el federalismo es más democrático que el centralismo y, además, muchísimo más eficiente. Bastan Alemania y los Estados Unidos para demostrarlo.

—En 1857, José Tadeo Monagas reformó la Constitución de 1830 y estableció la reelección inmediata. Hasta entonces había institucionalidad, más allá de la Revolución de las Reformas y del asalto al Congreso. ¿Empezaron los tropiezos de la democracia en ese momento o vienen de antes, de las pretensiones de Bolívar en 1826?

—José Tadeo Monagas fue un caudillo autoritario como ha habido pocos y sí, su Constitución de 1857, que alargaba el período presidencial a seis años con reelección inmediata fue un retroceso para las ideas democráticas. Además, cundió otra figura antidemocrática: el nepotismo. Monagas no era un demócrata: sus hechos lo demuestran. Su hermano José Gregorio, un poco menos autoritario, decretó la abolición de la esclavitud. Entonces Ezequiel Zamora, que era un hombre muy rico, tuvo que entregar sus esclavos, por ejemplo.

—De hecho, es en el siglo XX cuando la democracia alcanza plenitud. ¿La historia hubiera sido distinta sin el 18 de octubre de 1945 y las conquistas ciudadanas?

—Sin duda, las conquistas democráticas que se alcanzan con el 18 de octubre de 1945 están a la vista de todos: elecciones universales, directas y secretas, es decir, la incorporación de las mujeres a la vida política, nada menos; una Constitución Nacional moderna; la creación del movimiento sindical venezolano; la creación de la ISI (Industrialización Sustitutiva de Importaciones) a través de la CVF (Corporación Venezolana de Fomento), que fue decisiva para crear un parque industrial privado; la democratización de la educación y, por último, una política petrolera equivocada: “no más concesiones.”

—Venezuela alcanzó estabilidad en los primeros 15 años de gobierno democrático, entre 1958 y 1973. Aun así, la gente eligió al general Marcos Pérez Jiménez como senador en 1968. ¿Por qué apoyar a un exdictador en la mejor época de la democracia?

—Eso es asombroso. Durante la dictadura de Pérez Jiménez se persiguió, torturó, incluso se asesinó a los adversarios; se robó a manos llenas; se cometieron dos fraudes electorales y, diez años después, mucha gente quería votar por él. Insólito, pero así son los pueblos latinoamericanos, se enamoran de algunos personajes y no les importa lo que hayan hecho. Allí está (Juan Domingo) Perón, que destruyó a la Argentina. Alan García, que fue reelecto después de que en su primer gobierno la inflación llegó al cielo. En fin, abundan ejemplos. Creo que vamos aprendiendo poco a poco.

Por otra parte, estos hechos son un llamado a los demócratas. No siempre despiertan grandes fervores. En Venezuela el demócrata más popular que hubo fue Carlos Andrés Pérez, que ofrecía “Democracia con energía”. Es decir, un rasgo autoritario. Imposible olvidar que esto forma parte de nuestra herencia milenaria. Somos indígenas, africanos, españoles y bereberes. La democracia no abundaba por estos predios.

—Usted explica en el libro que entre 1974 y 1983, con el petróleo, empezaron los problemas. ¿Petróleo y democracia pueden llegar a llevarse bien? Lo digo por Venezuela y los países de Medio Oriente.

—Lo que ocurre es que el petróleo en manos del Estado crea unos desequilibrios que entorpecen la democracia. La democracia es un sistema de contrapesos, y cuando un peso es absoluto o preponderante, pues el sistema no avanza bien. Tiene un palo en las ruedas. La fuente de la riqueza en un país petrolero pasa a estar en manos de una sola persona: el jefe. Llámese rey, Emir o presidente de la república. Por eso, con toda razón, la democracia se dificulta en países que estatizaron su industria petrolera, y en el caso de los árabes peor, ya que la democracia no forma parte de su tradición histórica.

—Aun así, los gomecistas hablaron de democracia, también Pérez Jiménez y Hugo Chávez. Aunque este último se distanció mucho, hay quienes aseguran que sí se trató de democracia, solo que no era liberal, sino lo que Jacob Talmon llamó “democracia totalitaria” o “democracia radical”, una interpretación de los aportes de Jean Jacques Rousseau.

—Y Cuba dice que es un sistema democrático. Por eso el fiel de la balanza es la libertad. Si la democracia no establece las libertades políticas y económicas, no es democracia. Será otra cosa, pero democracia no es. Y, ciertamente, la deriva que tuvo el liberalismo en manos de Rousseau acentuó la preeminencia de la igualdad sobre la libertad. A partir de allí estás a un milímetro del totalitarismo de cualquier signo, tanto de izquierda como de derecha. Cuando estudias a fondo a Rousseau se te eriza la piel.

—Una vez lo escuché decir que la política es asunto de políticos, no de outsiders: militares, empresarios. ¿Con ellos la democracia peligra? 

—Por supuesto, zapatero a sus zapatos. Lo mejor que pueden hacer los militares y los empresarios es ocuparse de sus instituciones y dejar que los políticos se ocupen de las suyas. Este es uno de los problemas más graves que hay en América Latina, junto con el muy antidemocrático tema de las familias: esposas, hijas, hermanos, todos tomando la cosa pública como si fuera un asunto privado. En los últimos veinte años ha habido un retroceso continental con el lunar del nepotismo.

—Para definir la democracia: ¿es un fin en sí mismo o un medio para algo más?

—Es el camino de la libertad, del Estado de Derecho, de la posibilidad de vivir en un régimen donde imperen las leyes y no la voluntad de un solo hombre. La convivencia pacífica y el bienestar económico se dan mejor en el sistema democrático. Esa es la verdad. Abundan ejemplos.

Publicidad
Publicidad