Venezuela

Así quedó Caracas después de la toma

La capital venezolana volvió a la normalidad luego de la Toma de Caracas del 1S. Los manifestantes que marcharon en la mañana se encontraron con una ciudad con las santamarías abajo, las calles sucias y una que otra cola para comprar pan.

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Texto: Emily Avendaño y Andrea Tosta | Fotografías: Alejandro Cremades | Videos: Abraham Sánchez

Sin el frenesí de la hora pico después de la quincena. Así lució Caracas al final de la concentración convocada por la Mesa de Unidad Democrática (movimiento opositor). En un lento peregrinar los “tomistas” de la ciudad caminaban a sus hogares. En la tarde, pese a que a las avenidas Francisco de Miranda y Libertador volvían a estar abiertas, el transporte público continuaba brillando por su ausencia. Alrededor de las 5:00 pm las estaciones del Metro de Chacaíto, Chacao, Altamira y Miranda continuaban cerradas, con la adición de Plaza Venezuela.

Los negocios que no abrieron en la mañana, permanecían cerrados durante la tarde, aunque algunos manifestantes se dejaron ver en las colas para comprar pan que se mantuvieron durante todo el día. La avenida Urdaneta se desperezó un poco y había más gente circulando por las aceras.

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A lo largo de la avenida Francisco de Miranda, quienes asistieron a la convocatoria de la Mesa de la Unidad Democrática se retiraban con tranquilidad. La plaza Bolívar de Chacao, con sus santamarías abajo, fue un punto de descanso al sol inclemente de media tarde.

El escenario se repitió cruzando la avenida Francisco Fajardo. El Cafetal recibió a sus residentes con calles despejadas, quioscos y negocios abiertos, salvo el centro comercial Plaza Las Américas.

Quienes no se desperezaron fueron los policías, que esperaban acostados en la grama de la iglesia de Paguita –junto a Miraflores– que les dieran la orden de retirarse. En Catia, la única novedad fue la ausencia de buhoneros en las calles, en contraste con la redoma de Petare, con sus respectivos toldos de vendedores informales atendiendo compradores.

En las avenidas Francisco de Miranda y la Rómulo Gallegos, las colas para comprar pan fueron la constante en las panaderías que abrieron. A diferencia de los centros comerciales del este de la ciudad, el Millennium recibía a los marchistas con sus tiendas abiertas. Junto con algunos restaurantes, rompían el esquema de las santamarías abajo.

A las 4:00 pm también se retiraban los asistentes a la actividad convocada por el Gobierno, y la tarima ya se encontraba a medio desmontar. En los alrededores de Plaza Caracas se juntaban los asistentes de las concentraciones convocadas por gobierno y oposición a la espera del Metrobús para La Pastora. “Se está tardando mucho”, dijo María José Morón antes de ver a la unidad de transporte doblando por las esquinas. Los primeros en la fila aseguraron que tenían cerca de una hora esperando. Morón asistió a la movilización opositora. Sobre el ambiente de la ciudad opinó: “En cuanto a los negocios parece un domingo, pero en cuanto a la cantidad de gente en la calle era increíble el número de personas que asistió a manifestar”.

– Conatos de violencia –

La paz se rompió en los alrededores de Plaza Venezuela. Toda la plaza estaba cercada por funcionarios de la Policía Nacional Bolivariana (PNB), que impedía la circulación, y junto a La Previsora un contingente de policías se apiñaba trancando la Gran Avenida, aunque no se veían manifestantes cerca.

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Entre Chacaíto y Las Mercedes se repetía la actitud de las guarimbas de 2014. En la plaza Brión de Chacaíto había un cúmulo de manifestantes con las caras cubiertas, piedras en las manos y los ánimos caldeados. Atentos como sensores de movimiento, lanzaban objetos contundentes a la PNB, que resistían con escudos y gases lacrimógenos.

El segundo punto violento estaba en Altamira Sur, donde otro grupo se mantenía con la intención de ir a la Autopista Francisco Fajardo. “En Chacaíto nos acaban de emboscar”, afirmó uno de los manifestantes que ahí permanecía mientras se cubría la mitad de la cara con una franela. Mientras tanto, la plaza Francia de Altamira albergaba cerca de 300 personas de distintas edades, unas sentadas con birra (cerveza) en mano, otras paradas con las caras cubiertas sosteniendo piedras.

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