Venezuela

Axel Capriles: Venezuela vive un peligroso estado de postración

El doctor en Ciencias Económicas, psicólogo social Axel Capriles es de los que afirman que la sociedad venezolana vive “al borde de un ataque de nervios” en medio de transformaciones cuyo desenlace es difícil de predecir.

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En términos de béisbol, estaríamos en tres y dos, viviendo la crispación de una sociedad empobrecida y bajo un gobierno totalitario, una sociedad que para colmo ha perdido la capacidad de impresionarse y de reaccionar.

“En este momento la sociedad venezolana está en un estado de perplejidad e irritabilidad tremendo. Es uno de esos momentos en la vida de un país, de una sociedad donde se están dando transformaciones profundas y no se sabe todavía a dónde vamos”, dice en una reciente entrevista transmitida por el canal El Venezolano TV, cuyo texto reponemos por cobrar cada día más vigencia.

“En Venezuela hemos pasado la raya del desorden para vivir en la anarquía. Ya estamos en un estado de anomia. Una situación social donde los grupos no se someten a las normas de las leyes. Se han roto aquellos principios que pueden cohesionar y dar sentido de pertenencia a una sociedad”, afirma.

«Eso puede ser muy peligroso y es lo que estamos viviendo». Cuando ves los índices de criminalidad en Venezuela en general estás viendo un proceso profundo de descomposición social, una verdadera desintegración, en la que se ha perdido a pasos acelerados el capital social, que es el conjunto de valores compartidos, de confianza, entre los miembros de una sociedad. «Hemos tenido una pérdida sustancial, ha habido una gran transformación del venezolano, un cambio importante”.

Más de 16 años de gobierno chavista junto con la actual situación económica y social están llevando a una reevaluación del venezolano con respecto a sí mismo. “Nos estamos preguntando quienes somos”, dice sobre esta especie de barajeo en el tablero de la identidad del venezolano.

“No tenemos la imagen del país que teníamos en el pasado” y hay una cantidad de factores a través de los cuales se crea la identidad de los pueblos, la identidad nacional y “esos moldes todos están siendo cambiados”, señala.

Hechos hoy cotidianos como la escasez y las colas reflejan el resultado de un proceso económico y político que nos ha llevado a esta Venezuela de hoy.

Cuando una sociedad pierde capacidad de impresionarse, entra en un estado de insumisión.

“Estamos viendo una normalización, la patología, hay conductas enfermas repitiéndose hasta en los aspectos cualitativos de la delincuencia que estamos aceptando como normal”, dice sobre las decenas de asesinatos semanales en el país y los sucesivos hechos de corrupción que apenas si despiertan algunos comentarios en un pueblo que parece haber perdido la capacidad de impresionarse.

“En multitud de aspectos nos hemos ido acostumbrando. Tenemos 15 años de hiperinflación y lo tomamos como algo normal. Nos hemos venido acostumbrando a todo. Ese ha sido el principal problema y el método chavista para lograr la sumisión de la población”, afirma sobre este proceso de fragmentación de la sociedad.

Afirma que al chavismo le ha tomado 16 años para mostrarse como lo que es y quitarse la máscara: “ siempre fue un totalitarismo y una dictadura de viejo cuño. La gente ha venido acostumbrándose un poquito menos a la libertad, con un poquito menos de periódicos disponibles, menos programas televisivos que pueda decir la verdad, menos programas de radio. Es un método paulatino de aproximación sucesiva”.

“Esta situación va mucho más allá de la penuria, de la dificultad para encontrar algunos productos básicos, porque cuestiona parte de nuestra identidad”, dice al recordar que generaciones de venezolanos crecieron bajo una psicología de la abundancia.

Esa cultura de una tierra de oportunidades fue justamente la que nos convirtió en un país anhelado por olas de inmigrantes. Ellos vinieron a dar su parte en la formación de esta nación que hoy ve como sus hijos se marchan al extranjero en una diáspora constante.

“Venezuela siempre se sintió como un país rico. Y esa fue la idea: que nosotros podíamos hacerlo todo, que el petróleo daba para todo, que las riquezas naturales eran abundantes, éramos el país de las posibilidades, teníamos abierto el destino, el mundo. Esa imagen de la Venezuela posible, de la abundancia, rica, repentinamente se resquebrajó, se ha roto”, acotó.

Ahora la gente ha tenido que empezar a pensarse a sí misma y al país de una forma muy distinta, la de la escasez donde lo que importa son los límites, la planificación, las restricciones que no están en nuestra sicología caribeña.

Capriles no cree que estos sean cambios coyunturales o puntuales.

“Porque ha cambiado mucho la sociedad como tal y el tema petrolero va para largo. El petróleo ya no tiene el poder, la palanca que representó para la economía a lo largo el siglo 20”, señala sobre esta orfandad.

Así, además de que hemos perdido la palanca petrolera ha habido “un mal muy profundo de la revolución y que ya estaba presente, pero ahora se ha ido hasta el fondo”. Es el concepto de que solamente teníamos derechos, no teníamos deberes, de que los gobiernos tenían que darnos nuestra parte de esa renta petrolera.

“Eso se acentuó de una manera tal que la sociedad entera venezolana se acostumbró a vivir del Estado, de las dádivas de Estado. Se acostumbró a que tenía derecho a recibir todo sin necesidad de producirlo”, sentencia.

“Los venezolanos prácticamente no sabemos producir nada. Lo único que producimos es políticos. Transformar eso va a tomar varias generaciones, es el camino que tenemos por delante cuando se dé la posibilidad del cambio de gobierno”.

– A dónde vamos es la pregunta –

“La situación este año está tan alterada que no podemos predecir qué va a suceder. En este momento no hay un liderazgo alternativo lo suficientemente fuerte aglutinador para lograr convertir el descontento general, popular, que es mayoritario, en una fuerza política que vaya en un camino hacia un objetivo determinado”, dice al observar que esa oposición no ha logrado capitalizar ese descontento de la población.

“En determinado momento se formará. La sociedad venezolana tiene recursos para construirse a sí misma y volver a salir de esa etapa regresiva en que caímos”, confía.

Por su parte, el gobierno es incapaz de tomar decisiones económicas correctas porque no las conoce y son contrarias a su visión del mundo, de la economía de la realidad “y no las va a tomar” .

Mientras, contrariando la Constitución Nacional, el gobierno de Maduro se ha creado un anillo para afincarse y blindarse en el poder, desmantelar la oposición y ponerle cara al gobierno represivo para gobernar con miedo.

Como va a tener aún menos popularidad y no va a cambiar sus políticas en medio de la grave crisis, va a dominar con miedo, con fuerza, con poder con militares, afirma.

“El gobierno ya tomó la decisión de radicalizarse porque la otra forma de mantenerse en el poder era dar un giro absoluto de 180 grados para tomar el camino de la recuperación de la economía nacional. Pero eso no lo va a hacer porque lo único que le importó a la revolución es mantener el poder, no importa que reines en un país destruido con tal de que reines”.

“Sin el recurso económico ni la popularidad ha tenido que recurrir a la coerción y a la fuerza”.

Estamos observando una suerte de parálisis social. Vemos disgusto en la población, pero que aparece en la forma de pequeños estallidos. No hay algo que se esté ordenando en una dirección determinada, opina.

“Precisamente, cuando el presidente habla continuamente de guerras, lo que sí ha habido es una guerra sicológica para fracturar a la sociedad venezolana. Hemos estado sometidos durante 15 años a un grado de cinismo en el discurso público que nunca había sido visto en la historia venezolana” agrega.

Axel Capriles observa que el cinismo y la sicopatía de los gobernantes son rasgos habituales en estas personas, que han sido retratados hasta en películas. “Pero lo que hemos visto en Venezuela es de una desfachatez tan grande que ha servido para un quiebre en la coherencia, en la estabilidad mental del venezolano”.

Un doble mensaje continuo y contradictorio por parte del gobierno habla de paz mientras está arremetiendo con vándalos encapuchados y sus mensajes permanentes son de que esta es una revolución pacífica pero armada.

“Tenemos una sociedad entera sometida a un mensaje ambivalente, polar, el doble vínculo continuamente, se va creando una condición mental que es la que estamos viendo que es la ambivalencia afectiva”, explica.

Capriles, un estudioso de los arquetipos del gentilicio venezolano, afirma que en un momento del pasado el país intentaba buscar el camino hacia una sociedad más ordenada, con instituciones fortalecidas y mayor conciencia de los derechos y deberes civiles de los ciudadanos, más civilizada que podía ser capaz de superar al vivo, al pájaro bravo.

“Lo que hemos visto con la revolución bolivariana es una regresión en la que estamos volviendo a nuestros arquetipos básicos y hoy más que nunca vuelven a estar vigentes Tío Tigre y Tío Conejo”, señala Capriles en alusión a uno de sus libros más famosos sobre la viveza criolla.

Tío tigre es el poder brutal, arbitrario, que hace lo que le da la gana porque él tiene la fuerza. Tío Conejo es el pueblo débil, la persona que no tiene quien la proteja, no tiene hospitales, no tiene justicia y solamente depende para sobrevivir de su viveza y de su astucia. “El pícaro vuelve a estar más vigente que nunca en esta sociedad venezolana”.

También comenta la dualidad del venezolano que emigra e intenta insertarse en otras sociedades.

Es este venezolano que tiene dos caras: una moderna, contemporánea, civilmente hábil, es profesionalmente preparado, capaz. La otra cara es muy atávica, burda, muy atada a nuestro pasado, a esa sociedad tradicional. “Cargamos las dos. Por un lado en el exterior nos chocan los límites de las instituciones, la norma. Pero admiramos los beneficios que da una sociedad sometida al imperio de la Ley y tendemos a acostumbrarnos. Se necesita un proceso de adaptación”.

“La emigración es fundamental. Los venezolanos aquí viven una crisis permanente y mantienen la fantasía de la emigración. Es un dilema íntimo, porque tenemos un instinto de territorialidad fuerte y nos es difícil esa adaptación externa”.

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