Cultura

Bailarines de El Cascanueces migran tras última función

Casi todos los bailarines que tenían más de 5 años bailando en la compañía se fueron del país. Algunos en búsqueda de una mejor calidad de vida, otros en aras de conseguir oportunidades y estabilidad laboral, dejando a esta producción como un barco a la deriva que logró salir adelante contra todo pronóstico

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FOTOS| Fausto Torrealba/AVP

El rango de edad de la nueva camada de bailarines oscila de los 14 a los 18 años. Son adolescentes que llevan en sus espaldas el peso de una institución que cimentó el maestro Vicente Nebrada. Rita Dordelly, que en sus inicios fue su pupila, asumió la dirección artística de la edición 2017 de la clásica obra.
A lo largo de todo este año, el Ballet del Teatro Teresa Carreño solo presentó dos producciones: Piano al Tiempo, en octubre, y El Cascanueces en diciembre, un ritmo inusualmente precario que, además, mantuvo inactivos a los integrantes de la compañía de danza. Es por eso que la mayoría de ellos se van del país al finalizar la producción.
Uno de los bailarines explica a El Estímulo, resguardando su identidad por temor a represalias institucionales, que «el ballet en Venezuela se fue a pique». La sentencia viene cargada con la experiencia de más de una década sobre las tablas. Según afirma, para El Cascanueces en 2017 no hubo suficiente preparación, ni presupuesto, ni organización. «Han tomado lo que hay. Sí, hay nuevos talentos, pero no son experimentados».
La madurez de un bailarín se ve en escena. Por eso, las falencias en las presentaciones ocurridas en la sala Ríos Reyna hasta el 19 de diciembre tuvieron que ver con la juventud, y la premura por montar en un mes lo que antes tomaba al menos un trimestre.
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Los adolescentes convocados para incorporarse al montaje de El Cascanueces, en su mayoría, forman parte del Ballet Clásico Rita Dordelly. Algunos provienen de distintas ciudades del país, como Valencia, Mérida o Trujillo. El elenco final fue escogido en audiciones realizadas en octubre, para luego comenzar ensayos en noviembre y afrontar una pieza que no conocían de antemano. «Es muy poco tiempo. Un mes no alcanza para preparar un ballet completo, mucho menos si son tan jóvenes».
El reclamo no está en la juventud persé de los bailarines que engalanaron las tablas del Teresa Carreño en Caracas, los primeros tan precoces en 22 años de una tradición artística capitalina; sino en las condiciones en las que está tanto el recinto como quienes hacen vida en él.
En las instalaciones del complejo cultural no hay agua potable en los bebederos. El requerimiento de los artistas es de 10 botellones por semana, pero la administración apenas podía conseguirles tres. «No alcanzan, no son suficientes. Hay días que nos traen cuatro y eso es si tenemos suerte», cuenta uno de los intérpretes. Por si fuera poco, los sanitarios también carecen de agua.
Otro de los muchachos denuncia que tampoco hubo suficiente luz en la Sala H, lugar donde ensayaban. De los 45 bombillos que funcionaban cuando comenzaron los preparativos, sobrevivieron solamente dos. El espacio quedó casi a oscuras «La sala es opaca y te da sueño. Nosotros necesitamos un ambiente que esté iluminado», explica el bailarín.
Los reclamos no se quedaron guardados. El grupo de danza reunió sus inquietudes y las elevaron a la directiva de la institución, a la que plantearon la posibilidad de paralizar las actividades si las deficiencias no eran corregidas. El Cascanueces también se apagaría.
No hubo sustitución de bombillos, pero sí atención a la demanda. Se ordenó ubicar un gran reflector en una esquina de la Sala H que bañara todo el espacio. Pero el remedio planteó otra enfermedad. «Te puedes encandilar o, peor aún, te puedes caer», detalla un bailarín. Además, el foco de luz generaba un calor inusual y hasta desconcertaba a los artistas.
Bailar con hambre

Antes de iniciar los ensayos en noviembre, la maestra Rita Dordelly mandó a pesar y a medir a todos los bailarines que formarían parte de la producción. En tiempos de «dieta de Maduro», no hay quien escape de los estragos del hambre, la poca capacidad económica para adquirir alimentos y la escasez de comida. Por eso, los intérpretes se alimentan de lo que consiguen y lo que pueden pagar. Nada que ver con las dietas recomendadas para tal actividad física. Por ejemplo, el menú de algunos incluye -o se reduce a- pasta con caraotas, arroz con huevo o un simple panecillo que acompañan con un jugo para aguantar toda la jornada.
Las consecuencias las muestra la piel. Mayor peso pero peor alimentación. Menos fibra y más grasa. La exigencia fue cuidar el peso, no ingerir alimentos que rompan el peso ideal para bailar. Pero la indicación no se ajusta a la realidad. «Si yo tengo que comer caraotas con pasta todos los días, pues comeré pasta todos los días. Yo me rehúso a dejar de comer», refuta un bailarín.
Una vez dentro del teatro, la situación no mejoró. Otro de los artistas relata que antes de la función inaugural, el sábado 9 de diciembre, los mayores de edad no recibieron almuerzo. Los más pequeños sí tuvieron que comer «porque sabían que si no lo hacían la Lopna les caería», explica la fuente. «Nos dijeron que no había dinero», fue la explicación para la discriminación.
Los refrigerios en la última función de la temporada sí bailaron pegado con el hambre de sus participantes.
Una bocanada de aire fresco

Rita Dordelly, una mujer aguerrida, con temple y muy seria, oriunda de la ciudad de Maracaibo, logró sacar de la oscuridad al ballet del Teatro Teresa Carreño.  Cuentan en los pasillos que encaró a la directiva del teatro para que les dieran las condiciones mínimas de trabajo, y le consiguió a los bailarines que venían de otras ciudades un hotel decente para que se hospedaran.
«Contra todo pronóstico logramos montar la obra en un mes. Demostramos una vez más que cuando uno tiene las ganas de hacer las cosas bien, Dios está por delante de nosotros. Cuando se levantó el telón volvimos a ver la magia», ratifica la maestra en conversación con El Estímulo.
Algunos de sus pupilos concuerdan en que su llegada significó retomar el avance de la compañía de danza. «Ella no se anda con cuentos. Nos dio una bocanada de aire fresco, nos devolvió la esperanza», dice uno de ellos.
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Dordelly también presionó para que los bailarines tuvieran, por lo menos, zapatillas adecuadas para la temporada, y los beneficiados las lucieron agradecidos.
No obstante, una de las fuentes sostiene que pocos bailaron portando prendas de hace un lustro. «Esas zapatillas se mandaron a hacer en el 2011. Estuvieron retenidas en la aduana de La Guaira por un tiempo y finalmente llegaron a nosotros en el 2012. Vencidas, por supuesto».La vida útil de una zapatilla es de tres meses. Durante una temporada sobrevive apenas dos semanas.
La obra musical de Piotr Ilich Tchaikovsky está inspirada en el cuento El Cascanueces y el rey de los ratones (1816), escrito por Ernst Theodor Amadeus Hoffmann, que se ha convertido en una tradición navideña en el país.]]>

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