Memoria gustativa

Caracas y su Riviera caribeña

Aunque el Ávila separa a Caracas del mar, esta ciudad  tiene su propia playa, la cual vivió una época de verdadero esplendor, con una actividad como pocas en el país, donde se dieron cita celebridades internacionales en hoteles y marinas privadas con lujosos yates de diferentes calados, se celebraron concursos de belleza donde surgieron misses que triunfaron universalmente, se presentaron artistas de renombre y fama internacional, movimientos hippies llenaron sus riberas de jóvenes que pregonaban peace and love en gigantescos conciertos de rock y ofrecía una gastronomía variada, abundante, de altísima factura y servida impecablemente donde no faltaban los exquisitos pargos, meros, carites y róbalos acompañados de primos foráneos como el lenguado y el bacalao, y cuando era permitida, aparecía la delicada e insípida, pero costosa langosta

caraballeda, la guaira, vintage
Fotos: Alberto Veloz
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El sector de Caraballeda fue el epicentro de un mundo cosmopolita y desenfadado que se paseaba a la sombra de palmeras borrachas de sol, en traje de baño Jantzen o Catalina,  pareos con vistosas y coloridas pamelas y lentes de sol al último grito de la moda.  Los hombres elegantes vestían el Cabana Set: conjunto de camisa manga corta a juego con su short. Copiosas cantidades de Coppertone embadurnaban hermosos cuerpos para lucir  un bronceado perfecto en las noches caribeñas.
Lo que se vivió en todo el Litoral Central, desde La Guaira hasta Naiguatá, durante casi todo el siglo pasado hasta bien entrada la década de los 90 tuvo poco que envidiarle a balnearios de conocida fama internacional.  Gracias a su cercanía con la capital, siempre fue una atracción especial para el caraqueño. Hablamos de un pueblo alegre y amistoso, con buen clima y una infraestructura turística que podía ofrecer confort y seguridad.

Epicentro de la vida playera: Hotel Macuto Sheraton
caraballeda, macuto sheraton
En el reducido  territorio que es Caraballeda se dio una vida de gran tronío, donde el eje protagónico fue el hotel Macuto Sheraton que junto a su competidor, el no menos famoso Meliá Caribe, constituyó con  la heladería Tomaselli el epicentro de actividades diurnas y nocturnas; sin olvidar los cientos de restaurantes, pequeños y medianos, algunos modestos y otros no tanto, que pululaban alrededor de estos alojamientos circundados por las urbanizaciones Caribe y Los Corales; condominios privados como Laguna Beach, Bahía del Mar y Mansión Charaima, donde disfrutaba la crema y nata,  amén de la marina privada Sheraton fondeadero de yates como el del conocidísimo locutor de las grandes y pequeñas ligas  Musiú Lacavalerie, quien tenía una mansión inspirada en líneas náuticas.
Indudablemente que el hotel Macuto Sheraton marcó un antes y un después, no solo para los habitantes de la zona, sino en la vida de los caraqueños que “bajábamos” todos los fines de semana y de los miles de turistas que allí  se alojaban.  Al entrar al lobby del Sheraton un enorme mural de hierro forjado daba la bienvenida y se sentía una sensación de confort al traspasar las pesadas puertas de vidrio marcadas con la “S” rodeada de laureles dorados. Caminando por  las inmensas áreas de mármol blanco veteado de negro uno podía toparse con despampanantes y rubias aeromozas o con los apuestos capitanes de aviación que recalaban una o dos noches para proseguir sus vuelos internacionales.
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Una vez registrado en el hotel o simplemente estar allí para pasar el día de playa, de inmediato bajábamos las escaleras de pulida madera iluminadas por un enorme vitral de diseño moderno y colores primarios. En el nivel Lobby se ubicaba “El Torero”, el único bar en todo el Litoral y sus adyacencias que no cerraba los jueves y viernes Santo, por lo que esos días el lleno era total, aunque en honor a la verdad siempre estaba de bote en bote, con gente requeteconocida y turistas a la caza de alguna aventura playera.
A un lado estaba la doble puerta del elegante restaurante “Sevilla” de ambiente chic, íntegramente alfombrado y depurado servicio. Allí se servían un bisque de langosta  o  sopa de frutos del mar a Bs. 6;  la pesca del día: el filet de pargo o mero a la parrilla con mantequilla de anchoa por Bs. 20; la brocheta de langostinos en salsa Newburg con arroz creole Bs. 26.
sevilla, macuto sheraton
No solo el pescado marcaba la cocina, también se podía encontrar la pechuga de pollo Angostura empanada en coco, rellena con jamón y banana servida con salsa de ron y arroz frito a Bs. 26 y el apetitoso roastbeef de solomo en su jugo trinchado en la mesa con legumbres y papa horneada a la americana Bs. 27.  El coctel de camarones y la ensalada César a Bs. 9 eran una fija en todos los menús de la época al igual que la consabida ensalada mixta con salsa rosada o Roquefort.
Los postres, exhibidos en el carrito, no presentaban mucha variedad pero sí ofrecían una tabla de quesos a Bs. 8 donde se igualaban el Gouda, el blanco llanero, el Munster  y el queso holandés de bola.
caraballeda, macuto sheraton, bar la sirena
En la Planta Baja se ubicaba “La Sirena” para cenas y shows, donde en más de una ocasión se presentó la gran Lola Flores “La Faraona”.  Aquí se pagaba por Bs. 130 una botella de Dom Perignon servida.  Estaba de moda el empalagoso Liebfraumilch que costaba Bs. 34 y era el preferido de las más jóvenes.  La carta se expresaba en moneda nacional y en accesibles dólares  -para aquel momento-   donde se apreciaba que un filete de mero a la romana se cotizaba a Bs. 16.50 y en dólares marcaba 3.75.  La escalopa de ternera Cordon Bleu rellena de jamón y queso servida con tallarines costaba Bs. 17.50
Vecino a La Sirena se hallaba “El Portón”, famoso por su cocina típica venezolana con excelentes arepas y en el menú se colaba una “ropa vieja” como condumio nacional.  Allí  servían en cestas un pan de cambur cortado en rodajas, con un aroma que impregnaba el salón.  “El Joropo” de ambiente informal era otro comedor para desayunos, sánduches,  platos fríos y calientes. En su menú resaltaba la ensalada Mar Caribe que contenía langosta, aceitunas, huevos, camarones y escarola con mayonesa a Bs. 18. Todos estos precios correspondían a la década de los 70.
el joropo, macuto sheraton
Los asiduos al hotel no olvidan un nombre: la Bomba Sheraton, el cóctel más famoso de la época, y es que la sola presentación en una enorme copa balón ya era digna de admiración. Este combinado solo se servía en  bar “El Marinero”, casi al aire libre con una pérgola de la que pendían cientos de copas de todos los estilos, con los bartenders Sabino Sayago y Luis Lezama al frente.  Pero el creador de la Bomba Sheraton fue un famoso barman cubano de apellido Gil Muela, quien presentó ese coctel en el año 1964 en el Certamen Internacional de Coctelería de Nueva York, junto a los mejores barman del mundo. La Bomba Sheraton obtuvo el tercer lugar con medalla de bronce y pasó a la posteridad.  Mucha gente ha tratado infructuosamente de conseguir la receta de esta bomba, pero apareció en mi memorabilia impresa en un menú del bar “El Marinero”. La deliciosa y mágica fórmula de color verde la componen:
la bomba sheraton, caraballeda, macuto
Bomba Sheraton:
INGREDIENTES:

  • 3 Oz De Ron Añejo Pampero (Dark Rum)
  • ¼  Oz Jugo de coctel
  • ¼ Oz Jugo de piña
  • ¼ Oz Jugo de limón
  • 6 hojas de hierbabuena
  • Amargo de Angostura

PREPARACIÓN:
Se baten los ingredientes con ritmo nativo (sic). Adornar con una ramita de hierbabuena.  Servir en una gran copa balón. Bs. 320 precio de época (años 80). Tomarse dos era un riesgo que retaba a la sobriedad.
A un lado del aireado bar estaba el restaurante más informal del hotel “El Conuco”, donde se servían copiosos desayunos, almuerzos y cenas ligeras.  El piso de terracota oscura combinaba perfectamente con los muebles de rattan y el techo era cubierto de frondosos helechos, lo que ofrecía un suave frescor a pesar del cálido clima litoralense.

En una noche tan linda en el Sheraton…
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En el pasillo que comunicaba con el edificio secundario que solo eran suites,  estaba la sala de teatro con aforo para 650 butacas, escenario de espectáculos internacionales con artistas de fama entre los que se recuerdan a Raphael y José Luis “El Puma”;  certámenes de belleza como Chica 2001 y el más famoso de todos, el Miss Venezuela durante varios años se hospedó allí. Marcó pauta  el escenificado el 7 de mayo de 1981 cuando Irene Sáez Conde obtuvo el título y Pilín León resultó primera finalista.  Nadie se imaginaba  que posteriormente las dos se coronarían como la más bella del Universo y la otra del Mundo.  En los años 90, en ese mismo teatro, se estrenó en Venezuela una de las películas de la saga del Agente  007, entonces  encarnado por Pierce Brosnan.
A un lado estaba el bowling, también sede de competencias internacionales. Al final del pasillo se llegaba a la piscina redonda,  de ambiente tropical, toallas anaranjadas y cabañas privadas para el cambio de ropa y guardar los avíos de playa, amén de recostarse en las tumbonas para refrescarse con los daiquirís que servían diligentes mesoneros en un ir y venir de bandejas por las caminerías, que de noche  iluminaban hongos de luz y conducían a las canchas de tenis.
El nombre original del hotel fue Guaicamacuto, pero esta construcción diseñada por el arquitecto Luis Malaussena a mediados de la década de los 50, se transfirió en 1961 al consorcio ITT Sheraton que lo inauguró en 1963, siendo William H. MacKinnon su gerente general.  Con nuevo nombre estuvo administrado exitosamente durante 35 años y fue el primero de esta cadena hotelera en abrir operaciones en América Latina.
 Dos tragedias sacudieron su estructura. El 29 de julio de 1967 el devastador terremoto causó daños de cierta consideración. Se refaccionó  y reinició operaciones en 1969  hasta su cierre definitivo tras el deslave de Vargas el 15 de diciembre de 1999, situación en la que no sufrió daños de ningún tipo a excepción de los jardines. Sus instalaciones permanecieron intactas. La desidia, la falta de autoridad y la improvisación gubernamental fueron la estocada final ya que permitió que manos inescrupulosas y destructoras desmantelaran este símbolo del desarrollo del país, fue el inicio de su marcha atrás.
Otro edificio de la zona, Mansión Charaima, también tuvo sus historias  relacionadas con el  terremoto de 1967.  Se recuerda una escenificada por Margot Domínguez Benavides,  una de  las  artífices del certamen Miss Venezuela.  Los pisos superiores de la mansión, que según se especuló se añadieron posteriormente a su construcción, cedieron al movimiento telúrico y Margot tuvo que ser rescatada a través de la fosa de los ascensores.  Está documentado que el día anterior al sismo, dos policías que hacían guardia en Caraballeda, con 24 horas de anticipación tuvieron la visión que se derrumbaba Mansión Charaima. Lo reportaron a su comando pero no les hicieron caso. Al día siguiente, a las 8:02 de la noche se vinieron abajo los últimos tres pisos de esa construcción.

Meliá Caribe y “la Tomaselli”
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En 1975 el arquitecto Carlos Gómez de Llarena diseñó el hotel Meliá Caribe, construcción que  recordaba a las de Acapulco.  La entrada a la manera de los grandes hoteles, con portero de librea y pumpá, parecía desentonar con el calor, pero al pasar el umbral del lobby uno se olvidaba de esa escena y se encontraba con un enorme barco de velas que adornaba el área.
A un lado la discoteca Don Pepe era el centro de toda la juventud litoralense, y por ende de los turistas y vacacionistas aledaños,  ya que abría hasta las 5:00 de la madrugada.  En el gigantesco salón de fiestas se presentaron Juan Carlos y su Rumba Flamenca, el grupo Menudo que hacía furor,  Las Vibraciones,  Franco de Vita y Ricardo Montaner, entre muchos. La Opep celebró allí una de sus convenciones, donde el jeque Ahmed Yamani tuvo que ser trasladado de urgencia debido a una fuerte indigestión. El ministro saudí enloquecido con los aguacates,  sobrepasó la dosis.
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Totalmente alfombrado, el lujo se reflejaba en los diferentes ambientes y lounges, resguardados por pesadas cortinas. El potente aire acondicionado funcionaba a la perfección.  Los ascensores con vitrales de paisajes marinos daban acceso a los larguísimos pasillos con luz tenue y ambiente musical.  El desayuno-buffet del Meliá era el más espléndido de aquel momento, servido muy cerca de la piscina.  En el piso intermedio estaba la tasca decorada con redes y demás enseres marinos.  Servían todo tipo de tortillas y arroces, pero la exquisita paella se llevaba las palmas.
Los viernes en Caracas se solía oír la frase: “Nos vemos en la Tomaselli,  el recordado Lunch Pizzería y Heladería ubicado justo a la entrada de la urbanización Caribe. Gran terraza al aire libre, sabrosísimas y enormes pizzas, sánduches y hamburguesas con abundante queso derretido, merengadas de todos los sabores y la especialidad de la casa eran los helados que superaban en calidad los que hasta el momento se conocían. Mis preferidos eran el de parchita con las semillas diseminadas por todo el copo y la merengada de café con crema batida.
Allí por primera vez comí un helado caliente.  Mi amigo Abraham Quintero lo explica muy bien en su blog Lecturas, yantares y otros placeres: “En la Tomaselli llegaba el helado a la mesa y lo veías cubierto por un ligero merengue dorado al horno, pero la pieza donde lo servían estaba relativamente fresca al tacto y el helado firme, en su punto.  Se le conocía con el humilde nombre de helado horneado. No recuerdo la base de bizcochuelo porque los servían en unas piezas refractarias que no permitían que este se dorara”.  En realidad era una adaptación del famoso Baked Alaska.  El secreto de este postre es que el aire atrapado dentro del merengue aísla el helado del calor del horno mientras que el merengue, y el bizcochuelo sobre el que se asienta, se doran.
El ambiente en la Tomaselli era absolutamente  sano, muy familiar y juvenil. Difícil conseguir lugar para sentarse porque siempre estaba lleno con los “pavos” y “pavas” del momento.  En sus mesas se fraguaba el programa de la noche que incluía alguna fiesta en los clubes privados Caraballeda, Camurí,  Tanaguarena o en los más retirados hacia Naiguatá como Playa Azul y su vecino Puerto Azul.  Para los aventureros existían las discotecas Oasis y La Piedra.
En la urbanización Caribe estaba El Portón de Timotes, sucursal del Timotes de Maiquetía, de corte netamente criollo pero con énfasis en platos del mar como la crema de guacuco, el aguacate relleno con chipi chipi, el carite en escabeche y un exclusivo de todos los domingos era el sancocho especial de pescado.  El menú repetía los postres clásicos como el “creole egg-like sweets on sugar syrop” (sic) que traduce por huevos chimbos o el “coco plum dessert creole style”, léase dulce de hicacos. Quesillos de la casa y pudín diplomático.
En la avenida La Playa la mayoría de los restaurantes  tenían la sala principal y una sección de las mesas en ambos lados de la vía, donde ágiles mesoneros con bandejas rebosantes de “frías”,  tostones y pargos a la meuniére sorteaban los vehículos para alcanzar la acera y servir diligentemente a los asiduos clientes quienes los bautizaron como “mesoneros suicidas”.   Sol y Mar, Aymara, Cookery, El Bodegón de Lino, son algunos de los muchos que se encontraban en esta costanera plena de almendrones.  Por cierto, las preparaciones a la meuniére eran una constante en todos los lugares y consiste en pescado enharinado, frito en mantequilla con limón y perejil picado.
Imposible no mencionar El rey de las cocadas, lugar de parada obligada al llegar al litoral. Una amiga lo describe como  “verdadero orgasmo colectivo del que nadie estaba excluido”,  la refrescante agua de coco fría no se quedaba atrás. Y si de reyes se trata “El Rey del Pescado Frito” en la carretera vía Naiguatá, también era parte del itinerario.  En la Ciudad Vacacional Los Caracas funcionó un comedor llamado El Botuco, buena y abundante comida a precios sumamente razonables y accesibles.
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Un club semi privado funcionó en la urbanización Los Corales. Se llamaba Nepeguay y su atractivo era una enorme piscina-playa con isla artificial unida al paseo de grama por un pequeño puente de madera. Tenía orilla con arena de donde no salían los niños más pequeños. El restaurante estilo self-service también ofrecía servicio a la carta.
Muchos años antes de esta vida cosmopolita playera, en la urbanización El Palmar funcionó el Gran Hotel Palmar que se unía a la playa Lido a través de un misterioso túnel que atravesaba por debajo de la avenida.  Sus toldos verdes hacían recordar a los albergues de la Riviera francesa.  A su lado funcionó durante muchos años una pequeña tasca conocida como El chicharro llorón.
Como la zona es bastante extensa y quiero dejar constancia en mis crónicas de una larga lista de lugares con buena mesa, voy a tomarme la licencia y en próxima entrega me invadirá la nostalgia para referirme a La Guaira y al entrañable pueblo de  Macuto.
En la oferta de servicios, gastronomía y diversión de todo el Litoral Central nadie  quedaba excluido  ya que había para todos los gustos y bolsillos.  El límpido escenario del amplio mar Caribe, con su eterno cielo azul y clima cálido, sigue siendo totalmente gratis.]]>

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