Divagaciones gastronómicas

El Dictador en la Cocina

Todo régimen totalitario cuando se siente fuerte y estable despliega la intervención estatal hasta los más recónditos espacios privados. Además ese tipo de gobierno pretende perseguir la formación de “un hombre nuevo” que termina siendo el mismo hombre eterno con todos sus defectos exacerbados

Ilustración: Andreína Díaz
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El caso más ilustrativo de esa omnipresencia ha sido el de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y particularmente la época de la dictadura de José Stalin (1939-1953). Durante ese trágico tiempo no solamente campeó la censura con la exigencia de adhesión sino que también se llevaron a efecto las más espantosas purgas de opositores políticos mediante las cuales fueron asesinados líderes y seguidores y apenas sospechosos en número insólito, además de campesinos y propietarios de tierras e industrias.
Los famosos planes quinquenales del dictador que buscaban industrializar a los países comunistas bajo su férula, no tuvieron en definitiva el éxito deseado salvo en lo que respecta a la industria bélica. La cacareada preocupación por “el bienestar del pueblo” no se correspondió con los sangrientos episodios mencionados ni tampoco con la satisfacción de los requerimientos mínimos alimentarios de los soviéticos.
Lo normal eran las libretas de racionamiento, la escasez de rubros importantes para la nutrición, las largas colas que debían sufrir los ciudadanos para obtener aunque fuese parte de la canasta básica alimentaria. Sin embargo era necesario por fines propagandísticos ocultar todo lo negativo afirmando la gran mentira de que la gente gozaba de un completo bienestar, deplorable situación humana que no hizo sino agravarse en el transcurso de los años, durante y después de Stalin y que desembocó en la caída de la URSS.
No podía escapar la alimentación de esa propaganda y así en 1939 se mandó a editar el Libro de la alimentación gustosa y saludable que por cierto traía entre sus recetas las preferidas del dictador, pues aún en esta materia proliferó la adulancia de que fue objeto.
Esta obra culinaria impresa con gran despliegue editorial de imágenes de preparaciones y productos, fue el resultado de la colaboración de un grupo de científicos de la nutrición y estaba precedida por un texto firmado por Stalin que decía: “La característica de nuestra revolución consiste en haber dado al pueblo no solamente la libertad, sino también los bienes materiales y la posibilidad de una vida cómoda y cultural” (???).
No es difícil imaginar la perplejidad de la mayor parte de los ciudadanos que tuvieron acceso a esa publicación, enfrentados como estaban por una situación de temor, de censura, de privación de la libertad y de falta de alimentos. Seguramente en la lectura y la vista de las imágenes que ilustraban el libro se les hizo la boca agua con fuerte dejo de amargura.
Este recetario debía evidenciar la “revolución culinaria” que supuestamente se había operado en aquel tiempo y se inscribía dentro del también supuesto progreso en la satisfacción de las necesidades materiales y culturales de la sociedad. Pese a los famosos planes quinquenales que debían regir la actividad del Estado, podría decirse que la salud y el bienestar de la población estuvieron opacados por los progresos en la industria pesada y sobre todo en la dotación de un gigantesco aparato bélico.
Quien hojee la obra que comentamos podrá comprobar que dentro de las ilustraciones aparecían desde el caviar (casi todo reservado para la exportación, salvo opulentas raciones para satisfacer al Jefe y a los jerarcas allegados) hasta la carne, no sólo de res sino de aves y el trigo (que terminó importándose de los Estados Unidos de Norteamérica); los hongos; pescados y verduras y enlatados y embotellados desde jugo de tomate hasta mayonesa ya preparada, sin contar las fotografías que presentaban una “cocina ideal” dotada de electrodomésticos.
De la primera edición se sacaron quinientos mil ejemplares. Y se incluyó un texto editorial que llevaba por título Hacia la abundancia (?!!). El extenso repertorio de recetas, hay que reconocer que estuvo redactado con gran precisión y según la opinión de los expertos siguiendo sus indicaciones se pueden lograr los platos diversos que allí se explican.
Esta especie de “cocina conceptual”, en el sentido de que era irrealizable en buena medida, ha debido de ser calificada tanto como un gesto de cinismo dictatorial como un catecismo del deber ser alimentario de los ciudadanos de la que fue una gran potencia bélica cuyo desmoronamiento se aceleró en nuestros días como todo lector ya sabe.
Las reediciones del famoso opúsculo culinario siguieron saliendo de las prensas en 1945, en 1952, en 1954, en 1965 y en 1971. Recientemente se editó de nuevo, esta vez traducido al italiano en diciembre de 2008, en Milán por la editorial Excelsior 1881, precedido de una enjundiosa y dolorosa introducción de Ljiljana Avirovic y nos ha servido como base para este comentario.
Se trató de un ejemplo más del intervencionismo desmedido de un dictador en la vida cotidiana de su pueblo subyugado y de la intención frustrada en el tiempo de hacer creer que bajo su férreo régimen el bienestar había alcanzado un grado óptimo.

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