En otros lares

El dulce sabor del Día de Muertos en México

Entre coloridos papeles picados, flores de cempasúchil, velas, fotografías de difuntos y ofrendas, el Día de Muertos se cuela un sencillo y delicioso platillo capaz de tentar a cualquier espíritu para regresar a su hogar y visitar a los suyos. Por Roberto Rodríguez Mijares 

Texto y fotos: Roberto Rodríguez Mijares / @esosiquetetengo
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Preguntarle a un mexicano por la celebración del Día de Muertos es dar rienda suelta para que se le ilumine la mirada. Y es que si de algo están orgullosos en este país, es precisamente de esta fiesta. “En muchos otros países hay Navidad, y se festeja más o menos igual en todas partes, pero el Día de Muertos es nuestro, es algo que solo vas a conseguir en México”, dice Carlos Alberto Aguado, sociólogo local, sin falsas modestias.

La celebración es absoluta. Aunque quizás de puertas para afuera no era un aspecto de la cultura mexicana que se conociera globalmente -como los mariachis, su gastronomía o las piñatas- a lo interno, y una vez que se vive en esta tierra, es que uno se percata de que este día es la fiesta grande.

No en balde se trata de una tradición realmente milenaria con orígenes prehispánicos. Luego, con la llegada de los españoles, el sincretismo hizo de las suyas y le configuró a la celebración con matices de ambas culturas y religiones. Lo que hoy se vive es eso y todas las influencias e interesantes transformaciones que se han sumado en el camino.

Puede que el hecho de que en 2008 la Unesco declarara esta fiesta como Patrimonio inmaterial de la humanidad haya ayudado a darle renombre. Sin embargo, hoy por hoy, y hay que reconocerlo sin tapujos, en gran medida es gracias a la manera en la que la película Coco reflejó esta particular celebración que buena parte del planeta está “familiarizada” con esta fiesta mexicana.

Esta promoción cinematográfica ha hecho que hasta se desarrolle un turismo estrictamente para estar en México para el 1 y el 2 de noviembre, fechas de la celebración. Viajeros que se debaten entre la sorpresa y un poco de miedo se dejan hechizar por esta manifestación casi lúdica del culto al fin de la vida. El balance es un poco confuso, muchas cosas son tal y como se ven en Coco y muchas otras, no.

El ansiado Día de Muertos

Pero detrás del colorido papel picado, las intensas flores de cempasúchil, las velas y las ofrendas, hay una profunda y arraigada creencia en honrar la muerte y verla como parte del ciclo de la vida, sin dolor ni pesar. La mejor manera de percibir esto es conversando con la gente. Nadie habla de duelo o lágrimas. El Día de Muertos, apartando el lado comercial que toda celebración inherentemente parece llevar, es una fecha que la gente ansía y espera con gusto.

Algo que me ha resultado muy interesante, es la relación que en México tienen ciertas fechas con algunos alimentos. Más allá de los tradicionales platillos de Navidad que cada país tiene, por ejemplo, en México se asocian directamente ciertas comidas a fechas determinadas.

Por ejemplo, el Día de la Independencia va de la mano con el delicioso chile en nogada, el Día de la Candelaria con los tamales y el Día de Muertos, pues… con el pan de muerto. Esto sin duda, hace que las celebraciones sean mucho más esperadas, porque además de vivirlas, se degustan.

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¿Qué es el pan de muerto?

El pan de muerto es un esponjoso bollo de pan dulce aromatizado con anís y espolvoreado con azúcar, que se decora con dos tiras de masa en la parte superior que semejan una cruz de huesos. Y que además de ir a la mesa frecuentemente en estas fechas, el pan de muerto es parte fundamental de los altares como ofrenda a los difuntos en representación de su esqueleto.

Los altares u ofrendas son los protagonistas de este festejo. En ellos van las fotos de los difuntos a quienes se recuerda, las velas, las flores de cempasúchil, el incienso, las calaveritas de azúcar o chocolate (una por cada difunto), muestras (reales o falsas) de las comidas y bebidas favoritas de los finados, para que las disfruten nuevamente en su breve visita al hogar desde el otro mundo durante esta noche.

Hoy por hoy, y en una metrópoli como lo es la Ciudad de México, son pocas las personas que hacen su propio pan de muerto (aunque en internet se consiguen tantas recetas y tutoriales como se desee). La oferta es enorme y el comercio satisface cualquier antojo con facilidad.

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Cada día se ve como incluso crecen intentos de hibridar platos de temporada con otros. Han nacido así donas con masa de pan de muerto, bollos rellenos de Nutella o dulce de leche, hamburguesa de pan de muerto, y hasta el “mantemuerto”, una combinación de mantecada (cupcake) y pan de muerto.

Las versiones son tantas y su demanda tal, aparentemente cada día es más sencillo conseguir pan de muerto fuera de la temporada. Esto es realmente tranquilizador, porque la idea de tener que esperar meses para perderse en la empalagosa suavidad de estos pancitos no anima mucho. Igual -y ya habiéndolos probado- uno entiende que los muertos en México regresan cada 2 de noviembre a visitar a los suyos para agradecer que los recuerden y ver si les pusieron su bollo de rigor. Sé que yo lo haría.

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