Lecturas sabrosas

Esa moda de las ensaladas en copas

Por Caius Apicius |Foto unsplash.com /pexels
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Allá a finales de los llamados «felices 20» del siglo pasado, el escritor español Julio Camba, en La casa de Lúculo, dedicaba un capítulo a lo que él llamaba «american drinks», y decía que, en España, los cócteles más estimados «son los que se hacen con yema de huevo en cierto café de Madrid»

Concretamente, el llamado «Porto flip»; y toda combinación que incorpore el término «flip» contiene yema de huevo. Camba sostenía que ese ingrediente nunca debería intervenir en un cóctel, «que es una bebida puramente aperitiva»; pero lo explicaba así:

«El español no anda nunca muy sobrado de alimentación, y aun cuando pretende en público abrirse el apetito, no es extraño que, privadamente, procure cerrárselo un poco».
Parece que no hemos cambiado mucho en un siglo. Veamos un plato típicamente español: el gazpacho.

En su fórmula tradicional llevaba bastante pan asentado, además de tomate, pepino, pimiento, ajo, aceite, sal, vinagre y agua. Tanto en los restaurantes como en las casas particulares, al gazpacho le acompañaban una serie de platitos que contenían, en pequeños dados, trocitos de pan seco, de tomate, de pepino, de pimiento, de cebolla…

Cada comensal se servía esos tropezones a su gusto, de manera que aquello acababa pareciendo una ensalada, más que una sopa fría. A la gente le gustaba: era, digamos, un «dos por uno».

Hoy las cosas han cambiado algo, al menos en mi casa: hemos suprimido del gazpacho el pan viejo, hemos moderado muchísimo la presencia del ajo, pelamos los tomates y purgamos los pepinos para que no repitan.

Se trata, ya ven, de una auténtica sopa fría, o de una bebida fría, si lo prefieren. Y al servirla llega el momento del pan: daditos de pan curruscantes, secos, espolvoreados con un poco de sal fina y rociados con un aceite perfumado con ajo y guindilla. Elegante, y, como decimos, una sopa fría, no una ensalada encharcada.

Pasemos a otra cosa: al combinado quizá más popular hoy en día. O sea, el «gin-tonic» (el Diccionario de la Real Academia lo escribe con guión y cursiva). Como sin duda saben ustedes, nació en la India británica como resultado de añadir ginebra inglesa al agua tónica, cuyo contenido en quinina la hacía adecuada para prevenir la malaria.

El combinado se extendió por el mundo, y hoy ha desplazado a todos los demás. En Madrid, después de cenar, la gente pide un «gin-tonic». Pero se ha complicado muchísimo: hoy, prepararse un «gin-tonic» requiere un cursillo, eso que la gente llama «un master».

Que limón sí, que limón no. Que hielo seco. Que vaso así o asá. Y, claro, con «botánicos». Empezaron poniendo pepino; ya ven que el pepino es una cosa de lo más polivalente. Después, hierbas y especias. Enebro, bueno, parece lógico, de sus bayas procede la ginebra. Pero a partir de ahí, desde cardamomo a todo tipo de «botánicos».

Un inciso: ignoro cómo se mete a un botánico, que para mí es una persona que ha estudiado Botánica, en una botella, no sé si de tónica o de ginebra, pero si se pueden meter barcos en botellas a lo mejor también se pueden meter unos botánicos, no sé. ¡Ah!: y hay que usar ginebra y tónica «Premium», que no sé lo que es, salvo que es más caro.

Ay, las viejas hambres hispánicas… Huevo en los cócteles, ensalada en el gazpacho y, finalmente, ensalada exótica en el «gin-tonic». Entre ustedes y yo: estoy de ensaladas hasta la coronilla. 

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