Lecturas sabrosas

La mesa en los cuentos de navidad

Aún en tiempos difíciles, los días cercanos a la navidad resultan distintos: los preparativos de las hallacas y otros platos para la cena, decorar la casa, asistir a alguna misa o parranda de aguinaldos, comprar algunos regalitos, participar en la final del amigo secreto…

cuentos de navidad
imagen: freepik
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Incluso en esta cotidianidad agobiante y desquiciada en la que hoy vivimos, entre cola y cola, rabia y queja, desilusión y esperanza, se cuela esa tradición con su energía festiva familiar, que renueva el mensaje de luz y solidaridad que entraña la antigua, pero siempre fresca, historia del Niño en el pesebre de Belén.

Parte de esa energía festiva se mezcla con el necesario disfrute del ocio, de la liberación de algunas rutinas habituales, donde se abre un paréntesis que permita, no obstante el estrés que nos agota, refugiarse en una sabrosa lectura y escaparse a través de las imágenes de otras Nochebuenas, en las que hombres, mujeres y niños de buena voluntad hicieron de su circunstancia y momento un espacio para la bondad…

La literatura es entonces un maravilloso viaje en el que nos sentamos en otras mesas y compartimos la fraternidad. Principia y cuenta Aquiles Nazoa:

De su esposo en compañía, soñolienta y fatigada, por ver si les dan posada, toca en las puertas María… muchas casas, muchas puertas, pero ninguna atención y la pareja cansada, con frío, hambre y temor, continúa cerro arriba confiando en la solución. Por fin llegan a una casa de una pastora que teje: Pero hay allí tanto amor, por los buenos peregrinos, que la pastora sus linos, abandona en el telar y al punto les va a buscar, cuajadas, panes y vino. Saciada el hambre de comida y protección, acompañados del calorcito y de un buey, descansan y esperan la llegada del niño, Y la historia nos relata, que una estrella de hojalata, brilló esa noche en Belén.

En tiempos de guerra las cosas se tornan difíciles, pero incluso en los de paz y cierto crecimiento económico, el festín no es igual para todos, como bien lo sabía Panchito Mandefuá, quien en la Caracas de principios del siglo XX vendía billetes de lotería y se las arreglaba para alimentarse con una locha de “frito”, frutas y un buen guarapo. Pero su imaginación no tenía límites, al igual que su gracia y se imaginaba la mesa de Navidad de algunos de sus prósperos clientes en la que entre velas y otros adornos, ofrecerían hallaca, pastel, una copa de vino y para rematar un buen café.

Panchito caminaba por el centro de la ciudad, vociferando el billete que sería ganador y entre cuadra y cuadra, llegaba frente al Café La India, donde se comía con los ojos los bombones, pastelitos e higos abrillantados que plenaban la vidriera. Esa tarde de 24, había vendido lo suficiente para armarse su noche de Navidad: ir al circo y después cenar con una hallaca de a medio, guarapo, café con leche, tostada de chicharrón y, de postre, dos “pavos rellenos”. ¡Qué buen banquete! Pero la aparición de Margarita y el percance ocurrido con los dulces que debía llevar a la casa donde trabajaba, torció sus sueños… el encanto de la niña y la disposición a ayudarla fueron mayores que el deseo de defender sus fondos, comieron gofio con todo y boronas, le repuso el anafre de dulces, y sobre todo, la hizo sonreír.

¡Era un botarate! No le quedaban sino veintiséis centavos, día de Noche Buena… Quien lo mandaba a estar protegiendo a nadie… Y sentía en su desconsuelo de chiquillo una especie de loca alegría interior… No olvidaba en medio de su desastre financiero, los dos ojos, mansos y tristes de Margarita. ¡Qué diablos! El día de gastar se gasta “archipetaquiremandefuá… Después vino el frenazo súbito, el niño de la calle derrumbado en la acera, y según Pocaterra, la cena maravillosa de Panchito Mandefuá con el Niño Jesús. Para Oscar Guaramato, Jesús, María y José andaban buscando posada por los caminos del Zulia.

Cansados, hambrientos, tostados por el sol. Y un señor que cuidaba una oveja con una pata quebrada, reparó en ellos: Al despedirnos, él me dijo: «¿Quiere una de mis ovejas?». Pero no podíamos llevar también una oveja con nosotros al lugar donde vamos, y le respondí: «Mucho le agradezco, señor, su ofrecimiento, pero he aquí a María, mi mujer, que pronto tendrá un hijo, y piénsela cuidando a un tiempo a su niño y al asno y a la oveja». Y él sin desmayar en su empeño por retribuirme el regalo, respondió: «Entonces les daré un pedazo de queso y un pan».

Queso de oveja y pan de pastor, ¿quieres? Y después de tocar muchas puertas, llegaron por fin a un sitio donde se celebraba una boda, los acomodaron en el traspatio entre chécheres y animales y allí nació Jesús, y todos desfilaron ante el niño. Y todos preguntaban su nombre. Y hubo una mujer que obsequió a María con un racimo de uvas y otra que trajo carne de cabra asada para José. Y cuando todos regresaron a la fiesta y María quiso dormir…Tres hombres: rubio, negro y moreno los visitaron dejándoles ungüentos olorosos, un pájaro de siete colores y una pieza de oro.

Con ella llegaron a Cabimas, tierra habitada por inmigrantes de distintas procedencias, donde un sirio les cambió el oro por monedas de plata, Y (…) en la tienda de un liencero árabe, compraron a Jesús un venado de estambre y cuatro camisitas de seda artificial.

¿Por qué no hay felinos en el pesebre? Entre tantas aves, perros, ovejas, burros, camellos, y hasta elefantes, por qué no aparece ni un tigre, ni un león, ni un puma?, ¿Será por eso que en estos días se les ve tan tristes en el zoológico? Laura Antillano, con la complicidad de su madre, se las ingenió para cenar con ellos la Nochebuena de Navidad: Mamá había hecho un rico queso relleno de gallina que le enseñó a hacer mi tía Lucía y que además a ella se lo enseñó la abuela y mamá dice que ese plato se comía siempre en su casa el día de Navidad.

Entonces tenemos ese queso rico, tenemos jamón, que ella mandó a cocinar en el horno de la panadería, tenemos una rica torta negra (…) mi mamá arregló todo en una cesta grande, dividió el queso en porciones, buscó platos de cartón, cubiertos, servilletas, preparó el ponche crema, que también le enseñó a hacer tía Lucía, jugo de parchita, un termo con agua, los dulces; el pan de jamón, y con eso nos vinimos aquí.

Espléndida noche, de mantel sobre la grama, con los cocuyos rondando, cantandito aguinaldos, la compañía de los vigilantes del zoológico y los tigres cenando y celebrando la Navidad. Felicidad en el rostro y en el corazón. Que para todos haya una noche buena y amorosa. TEXTOS: Aquiles Nazoa: Retablillo de Navidad.

Oscar Guaramato: Jesús, José y María. José Rafael Pocaterra: De cómo Panchito Mandefuá cenó con el Niño Jesús. Laura Antillano: ¿Cenan los tigres la noche de Navidad?

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