Lecturas sabrosas

Un homenaje a María Fernanda di Giacobbe

Me parece estar viendo a María Fernanda di Giacobbe, con esa sonrisa franca en consonancia con esos ojos brillantes que denotan una mujer delicada tan parecida a esas damas de las cortes florentinas. Pero, no hay que confundirse ante tanto refinamiento y dulzura. María Fernanda es una mujer de acción como pocas, empeñada en sacar el máximo provecho en todo lo que la enamora. De acción y de pasión

maria fernanda di giacobbe, salon du chocolat, paris
Foto: Andreína Mujica
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Desde hace años, el cacao y el chocolate, dos actividades parientes pero tan diferentes, nacidas de padres distintos habitantes de latitudes opuestas, la han enamorado con un amor bien correspondido.

Ella, sin embargo, amorosa con todo lo que hace, las hace congeniar en sus emprendimientos con suavidad y una determinación que asombra.

Estoy al tanto de todo lo que hace porque admiro sus maneras y sus pasiones, que yo comparto con ella a un nivel más modesto. Siguiendo sus pasos, me ha hecho sentir muchas veces orgullosamente venezolano: cuando escribe sus libros sobre el cacao y el chocolate o cuando incursiona en los más intrincados y húmedos caminos de aldea donde crece el cacao, estimulando el trabajo de humildes y empeñosas mujeres que sienten a esa dulce-amarga almendra como parte de sus historias personales.

Un día, María Fernanda dio el salto del océano en busca de sus orígenes familiares, llevando en sus manos una hermosa almendra de cacao como si se tratase del aromático fruto de una planta sagrada. Una planta heredada de unos dioses que hablan lenguas indígenas desconocidas para la mayoría de los mortales.

Yo sabía que el cacao estaba en buenas manos, las de ella, las mejores que uno pudiera imaginar, y estaba confiado en que los designios bondadosos de esos dioses infalibles terminarían aceptándola como su embajadora en esas lejanas tierras que siempre han amado el aroma inconfundible del cacao venezolano.

Ahora, laureada, María Fernanda está de regreso a su dulce patria maltratada por quienes deberían amarla. Digo laureada, e imagino su sonrisa y su modestia que bien conozco, dispuesta a continuar rescatando, ahora con renovados bríos, cada centímetro cuadrado de ese territorio bendito que el cacao siempre ha reconocido como su patria chica.

Vendrán para su país, nuestra entrañable patria, tiempos mejores. Lo sé, en los que “urnas de coral cuajarán la almendra que la espumante jícara rebosa” de sabores frutales y florales que renacerán con la patria nueva, y allí estará María Fernanda, como siempre, haciendo lo que ama sin que su indoblegable espíritu mezquine nada de esa pasión que destila como ese dulce ser humano que es, sensible y ejemplar, y que muchos queremos y admiramos.

 

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