Así somos, con gusto

Memoria del chocolate con churros

Mucho antes de que la preocupación por una nutrición saludable alcanzase los niveles de obsesión e histeria actuales, muchos españoles se desayunaban los domingos con chocolate con churros, algo que causaba en los más pequeños un júbilo que, al fin y al cabo sinceros como niños, no se trataba de ocultar

churros con chocolate
Por Caius Apicius|Fotos: Patrick Dolande
Publicidad

A los mayores también les encantaba, pero lo disimulaban un poco. Era un desayuno dominical, festivo, la versión doméstica de los churros de las verbenas madrileñas, en las que olía a fritanga, o de los churros de las madrugadas de los juerguistas; en París se iban a Les Halles a tomar sopa de cebolla, pero en Madrid recalaban en alguna churrería para disfrutar del chocolate con churros.

Para mí es un nítido recuerdo de la niñez. Había dos momentos para este desayuno: antes de ir a misa, o al volver de ella, si se iba temprano con intención de comulgar; en aquellos tiempos, recibir la comunión exigía guardar ayuno total desde la medianoche anterior, así que la gente volvía de la iglesia deseosa de gozar del aroma de los churros.

Que, por supuesto, se compraban de regreso a casa, en alguna churrería próxima y acreditada. Cada barrio tenía la suya: era muy importante que los churros llegasen a casa calentitos, recién fritos. En cuanto al chocolate, se hacía a la española, más espeso que claro. Y, reconozcámoslo, ni aquellos churros ni aquellos chocolates serían aceptables hoy.

Churros fritos en aceite utilizado una y otra vez; chocolate en cuya composición había tanta harina como cacao… Daba igual: al niño que yo era, el chocolate con churros dominical le sabía a gloria bendita.

churros

Hoy las cosas han cambiado mucho. Por supuesto, en las verbenas madrileñas, como la de San Antonio («la primera que Dios envía») o la de la Paloma, se siguen friendo churros; algo hemos ganado, sin embargo: ya nadie fríe gallinejas ni entresijos, que son intestinos de cordero cuyo olor es de lo más disuasorio. Pero ya no se ven los churros ensartados en cañitas: vienen en muy higiénico cucurucho o cartucho de papel.

A mí me siguen gustando los churros; claro que en nuestros días lo normal es freírlos en buen aceite de oliva, que se cambia cada pocas fritadas. Es bonito ver cómo el churrero va dejando caer la masa sobre el aceite hirviendo, dándole forma de lazo a cada churro. Es interesante presenciar cómo se trabaja la masa, cosa que requiere mucha habilidad y otra tanta fuerza.

Hoy los churros se hacen bien, incluso desde el aburrido punto de vista nutricional: son hidratos de carbono fritos, pero los hidratos de carbono son necesarios. El chocolate de hoy no tiene nada que ver con el de los años cincuenta. Y hay chocolaterías-churrerías en las que llegan a formarse colas.

Chocolate con churros. Hoy también se toman para merendar; antes, los churros eran algo popular, lo que no impedía que los disfrutasen también los señoritos; pero a la hora de merendar, la gente ‘fina’ sustituía los churros por picatostes, lingotes de pan no menos frito, de apetitoso color dorado, que si se sirven bien secos, sin aceite, son una delicia… pero no comparable con los churros.

Ya lo sabe, amigo lector: cuando venga por Madrid es usted muy dueño de irse a tomar un té al Ritz o al Palace, o de hacer un saludable e impersonal desayuno en su hotel.

Pero no le darán el pasaporte de madrileño -que, por otra parte, estarán deseando darle, que Madrid es ciudad muy hospitalaria y abierta- hasta que no pase usted su examen de castizo desayunando -o merendando- una taza de chocolate con su media docenita de churros. Anímese.

Publicidad
Publicidad