Vida sana

Neuronas que no se alimentaron hoy no se formarán jamás

Ha llegado el momento. Inicia un nuevo año escolar y esta vez, además de las angustias “normales” por la adaptación de los nuevos ritmos, el aula de clase y los nuevos maestros, se suma un elemento adicional que hace más “ruido” de lo habitual: la lonchera

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Para nadie es un secreto que alimentación y educación van de la mano. Un niño que no tiene suficiente combustible en el cuerpo es incapaz de fijar los conocimientos impartidos en el aula de clase. El cerebro, en su afán de recibir energía, mantiene a los niños distraídos pues su única tarea es obtener insumos para cumplir con sus funciones vitales.

Con esto en mente, los padres y representantes se enfrentan a una situación inédita en nuestro país: no hay ingresos que puedan afrontar una merienda escolar y mucho menos las comidas importantes como el desayuno, el almuerzo y la cena a la manera que hemos aprendido a hacerlo durante generaciones.

Estamos acostumbrados a que si no hay algo para comer en la casa, se compra algo en el camino. Sin embargo, en esta oportunidad, el presupuesto difícilmente puede sostener ese ritmo y lo primero que viene a la mente es preparar todo en casa.

Una cosa es decirlo y otra muy distinta es hacerlo. Ahora que tenemos el retorno a clases en nuestras narices, preparar todas las comidas se convierte en una tarea ardua y para algunos insostenible, pues los ritmos de la vida cotidiana limitan nuestra capacidad para hacerle frente a este nuevo reto y, por si fuera poco, hay ausencia de los ingredientes “tradicionales” en los anaqueles del supermercado; así que la pregunta que se hacen muchos padres el día de hoy es: ¿Qué le voy a dar de comer a mis hijos?

A mi cuenta de correo llegan casi a diario preguntas de madres y padres que quieren saber qué alternativas nutritivas, económicas y rápidas puedo recomendarles para iniciar el año escolar. Algunos de ellos manifiestan su preocupación por no poder honrar un desayuno como están acostumbrados; otros me comentan que ya no pueden ofrecer proteínas todos los días en las tres comidas, y quieren saber hasta dónde es lo mínimo que pueden ofrecer para poder alimentar a sus hijos de la forma correcta. Otros me escriben para preguntar por los sustitutos más adecuados que les permitan preparar sus comidas dentro de los parámetros nutricionales que exige esta etapa de crecimiento de sus hijos.

Cada consulta solo me refuerza la idea que desde hace varios años ronda mi cabeza: la deuda en materia de educación alimentaria es tan grande que es ahora, en tiempos de crisis, cuando se recrudecen sus consecuencias.

Quisiera poder ayudarlos a todos y hago lo mejor que puedo desde mi rango de acción pero percibo con mayor inquietud, un fenómeno que se deja entrever sutilmente cuando tengo oportunidad de conversar con los niños: emociones como la rabia y la tristeza en el entorno familiar cruzan la delicada psique de los pequeños de la casa, quienes sin la madurez apropiada, quedan desprovistos de herramientas para manejar la angustia de sus padres y lo que queda es un sentimiento de culpa que se instala para nunca más salir.

Hace poco, un joven de 14 años me preguntó: ¿Cuánto es lo mínimo indispensable que debo comer para que la comida rinda más en mi casa? Aún retumban en mi cabeza esas palabras pues en su inocencia pude ver cómo buscaba proteger a sus padres de la incesante crisis que se respira en su hogar.

Expresiones como: ¿Y ahora qué te voy a mandar para la merienda?, “Hoy solo tengo plátanos para que comas”, “Hoy no vas a la escuela porque no te puedo dar de comer”, resuenan en las mentes de nuestros futuros líderes y no me queda más que respirar con profundo pesar pues las neuronas que no se formaron hoy, no se formarán jamás.

Cuando un padre me pregunta ¿Cómo le explico a mi hijo de tres años que no consigo su bebida para el tetero? tengo una sola respuesta: “No le expliques a él, pues aún no tiene herramientas para entenderte”.

El trabajo es con ese padre angustiado y con nosotros los adultos que vivimos angustias que no sabemos cómo manejar y preguntas sin respuestas, o al menos no las que queremos para resolver la situación. Lo grave es que con tanta presión, nos convierte en una bomba a punto de estallar y son ellos, los niños, los que terminan pagando las consecuencias de padres ausentes, irritables, dolidos y con mucha rabia contenida que cuando decide salir va sin filtro y directo a los más vulnerables.

Quisiera poder resolver la angustia de ese papá que no consigue la leche para su hijo, quisiera poder poner comida en el plato de todos y cada uno de esos niños que esta semana inician sus clases, pero humanamente no está en mi rango de acción.

Lo que sí puedo hacer es convertirme en esa suerte de “Pepe Grillo” que nos avisa cuando estamos pasando los límites de la comprensión de los más pequeños de la casa. Sin ánimo de mantenerlos en una burbuja, necesitamos aprender a manejar con ellos nuestras angustias para prevenir el daño emocional que supone sentirse culpable por las penas de sus padres.

Armar una lonchera en tiempos de crisis requiere de mucha creatividad y, esa creatividad, necesita que usted tenga una actitud más resiliente con la situación económica de su entorno familiar. Sé, por experiencia, que recortar los gastos no es una tarea fácil. Además, puede ser dolorosa pues nadie quiere conscientemente prescindir de sus gustos.

Mis grandes maestros son esas familias que después de un diagnóstico de alergia o intolerancia alimentaria inician un camino de autoconocimiento en el que aprenden a diseñar nuevos menús para seguir al pie de la letra el nuevo plan de alimentación que llevará a sus hijos a un estado de salud óptimo.
De ellos he aprendido que la palabra resiliencia significa amor por mí y por los míos, pues para ellos, emprender la huida no es una opción. Deben aprender de nutrición, de sustitutos y deben adaptar su paladar a los nuevos e inexplorados sabores que les depara su nuevo estilo de vida.

Si ellos han podido hacerlo durante todos estos años, ¿cómo no podríamos hacerlo nosotros? En la unión está la fuerza y, ahora más que nunca, estoy convencida de que como comunidad podemos brindarnos el apoyo y el acompañamiento que necesitamos para salir airosos de este trance de cual estamos cada vez más próximos a vencer.

Los que aquí seguimos, tenemos un doble compromiso con nuestras familias y con nuestro país. Sé que saldremos fortalecidos y con grandes aprendizajes si decidimos abandonar la queja y convertir nuestra preocupación en acción.

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