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Bombardeo de Dresde sigue fresco para este sobreviviente

El sobreviviente del bombardeo a Dresde, Eberhard Renner, cuenta cómo vivió él el fuego que incineró a 25.000 personas. Llora a las víctimas como amigos, compañeros de clase y vecinos. Hoy, una cadena de 10.000 personas recuerdan el bombardeo que sucedió el 15 de febrero de 1945.

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Fotografía de AP

Las tropas soviéticas entraban en Alemania por el este, y los demás aliados por el oeste, pero para Eberhard Renner, un chico de 12 años, la guerra parecía algo lejano.

Dresde se había librado de la destrucción sufrida por otras ciudades como Berlín y Hamburgo, y Renner se aferraba a la esperanza de que la capital de Sajonia se mantuviera fuera de la lista de objetivos con el final de la guerra tan cercano.

Incluso cuando las sirenas antiaéreas empezaron a sonar hace 70 años, el padre de Renner restó importancia al ataque diciendo que sería otra misión de reconocimiento. Entonces, la bomba cayó en su jardín. Hizo volar la gruesa puerta de roble del refugio en el sótano donde se había escondido la familia, arrojándoles a él y a su madre al suelo. Alguien gritó que el tejado estaba en llamas, y se aventuraron a salir a la calle mientras caían las bombas.

La decisión de los Aliados de bombardear Dresde —inmortalizada en la novela de Kurt Vonnegut «Matadero Cinco»— ha sido desde hace tiempo una fuente de controversia.

En ese momento, los aliados esperaban que el ataque en el corazón de Alemania golpeara la moral de los civiles y forzara a los nazis a capitular. Sin embargo, algunos historiadores creen que la destrucción fue un trágico desperdicio de vidas humanas y patrimonio cultural, con poco o ningún efecto en el resultado de la guerra.

Para cuando terminó el ataque, la ciudad estaba salpicada de cadáveres y decenas de miles de los edificios de Dresde se habían convertido en escombros, incluyendo su famosa ópera y los museos en la histórica ciudad vieja. La barroca iglesia de Nuestra Señora parecía haber sobrevivido en un principio, pero debilitada por el intenso calor, se derrumbó dos días tras el bombardeo bajo su propio peso.

Cuando Renner caminó por las calles, vio un cadáver por primera vez en su vida. En los días siguientes vería muchos más. Renner recordó las calles aún llenas de muertos una semana después del ataque, y encontrarse el cadáver de una mujer en una plaza:

«Se había calcinado del todo, se había quedado muy pequeña, pero tenía la mano levantada y en ella estaba el anillo de oro de casada, brillando, no ennegrecido en absoluto».

No fueron sólo las bombas arrojadas por bombarderos británicos y estadounidenses las que causaron la devastación. El fuego que provocaron sobrecalentó el aire con rapidez, creando un vacío al nivel del suelo que provocó vientos lo bastante fuertes como para arrancar árboles y arrastrar a la gente hacia las llamas. Muchos residentes de Dresde murieron por colapso de los pulmones.

La familia de Renner llegó a salvo a la casa de uno de los pacientes de su padre, que era dentista. Pudieron pasar allí la noche y reagruparse. Después se mudaron con un tío.

La propaganda nazi de la época estimó la cifra de muertos en 200.000, y tras la guerra algunos académicos estimaron que hasta 135.000 personas murieron allí, más de la suma de todos los muertos de inmediato por las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki.

Después de que los neonazis empezaran a inflar más las cifras, hablando de medio o un millón de víctimas en un «bombardeo de holocausto», la ciudad formó una comisión de expertos para investigar. El comité determinó en 2008 que la cifra de muertos en el ataque estaba más cerca de las 25.000 personas.

Sea cual sea la cifra, Renner llora a las víctimas como amigos, compañeros de clase y vecinos. Incluso si los aliados pensaban que podría acortar la guerra, señaló, el bombardeo le parece injustificable.

«¿Sacrificar a 25.000 mujeres y niños, personas inocentes, para eso? Eso es un crimen de guerra», dijo. «Nosotros empezamos la guerra, pero es un crimen de guerra».

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