De Interés

Caracas en la huella de los inmigrantes (Parte I)

A algunos jamás se nos ocurrió pensar que los venezolanos llegaríamos a conformar una de las tantas diásporas que hoy andan repartidas por el mundo y las que alguna vez fueron parte de la construcción de Venezuela. 

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TEXTO: Beatriz Pantin | FOTOGRAFÍA: Archivo El Estímulo

Nuestro país, ­en un pasado no muy remoto, recibió a gente de todas partes del mundo. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial (año 1945), fueron miles las personas que huyeron de países destruidos por la guerra, así como otras miles emigraron por causa de dictaduras, persecuciones y miseria. Una parte de estos inmigrantes decidió echar raíces en Venezuela. A la gran movilización además se le suman las migraciones internas que, a lo largo de todo el siglo XX, se desplazaron hacia la capital y otros centros urbanos, dejando el campo y los pueblos, en un momento en el que las ciudades prometían un mayor bienestar.

El mapa fluido de migraciones le dio una dinámica muy particular al país, aunque soslayada por una concepción estrecha de lo nacional afincada en lo autóctono y que derivó en otra concepción distante a la diversidad: la de una noción de patria anticuada que hoy le da la espalda al mundo y yace estancada en el pensamiento único y en la invención de los múltiples “enemigos” de la patria. Pero Venezuela o, mejor dicho, el proyecto moderno de país que alguna vez existió, se hizo de toda clase de migraciones, es decir, tanto del aporte de los nacidos acá como del que le sembraron muchos inmigrantes.

Repensar “lo nacional” y la llamada “identidad nacional”

Por el año 1973, el escritor argentino Ernesto Sabato, propone una tesis para pensar lo nacional en medio de un debate propiciado por los cambios que implicaban la vuelta de Juan Domingo Perón. Como parte de su argumentación, Sabato se pregunta y se responde: “¿Qué, quieren una originalidad absoluta? No existe. Ni en el arte ni en nada. Todo se construye sobre lo anterior, y en nada humano es posible encontrar la pureza”. Y añade: “a estos que rechazaban el elemento europeo habría que recordarles que toda cultura es híbrida y es candorosa la idea de algo platónicamente americano”. El escritor (de izquierda) introduce la hibridez como lo propio de la cultura nacional argentina y, en general, como lo propio de cualquier cultura, pues “toda cultura es híbrida”. Además la hibridez se había vuelto positiva gracias a los cambios que introduce Gregor Mendel relativos a la fertilidad de los híbridos.

Reconocer la hibridez significaba entonces un acto de madurez en el que la nación se debía empezar a pensar a partir de la diversidad y no como algo puro o esencial, reducido al folclore o como resultado de la búsqueda de una originalidad primigenia. Así que para el intelectual argentino se necesitaba en ese tiempo con urgencia una doctrina que pudiera establecer acertadamente vínculos entre las culturas y, especialmente, “entre una cultura nacional y una cultura universal”.

Dice: “Negar la argentinidad del tango es un acto tan patéticamente suicida como abolir la existencia de Buenos Aires, ciudad híbrida por excelencia, típico engendro del aluvión inmigratorio en la tierra madre que lo acogió”.

Por su parte, el estudioso cubano Fernando Ortiz había planteado con anterioridad varias tesis que refutaban el principio de identidad sobre el cual se perfilaban las naciones modernas. En El engaño de las razas (1946), Ortiz expone una conclusión contundente: “Es absurdo tratar de aplicar a los seres humanos el principio de identidad”, pues en toda la naturaleza no hay dos sujetos iguales, de manera que “con sólo dos individuos ya no hay identidad, sino variedad”, y concluye: “No ya en el campo metafísico sino en el científico de las realidades experimentales, doquiera está presente la individualidad (…) No sólo ningún ser o individuo es idéntico a otro, sino que ninguno es rigurosamente idéntico a sí mismo en cada instante de su existencia”. Sin embargo, a pesar de argumentos como los de Ortiz, la idea de nación se apoyó en el principio de identidad pensado a partir del paradigma de la homogeneidad, y así se dejó por fuera la mirada heterogénea que hacía falta para poder comprender nuestros propios procesos sociales y culturales.

Cada familia venezolana es un pedazo del mundo

Por el año 1950, nuestro país contaba con apenas 5 millones de habitantes. Éramos poquitos en proporción a un vasto territorio desbordado en recursos, con excelente clima, una geografía diversa y la muy privilegiada posición tropical, antesala, frente el majestuoso Mar Caribe, de todo el hemisferio sur del continente americano. La apertura petrolera, los inicios de la democracia y la entrada al proceso de modernización dieron el visto favorable para que nacionales e inmigrantes decidieran construir en este país un hogar definitivo.

El país comenzó a hacerse de la combinación de una heterogeneidad de elementos de fuera y de dentro. En medio de este panorama, primero marcado por indios, negros y blancos, y después, por gente proveniente de todas partes del mundo, no nos era extraño convivir entre judíos, moros y cristianos, pues en cada familia venezolana había de todo un poco: varias procedencias, lenguas, culturas, religiones, creencias y tendencias políticas, y una variedad de gustos, intereses, sueños y proyectos, aunque la idea de lo nacional fuese precaria y hubiese múltiples conflictos y desigualdades, la actitud de la gente era distinta en general, pues respondía a principios democráticos fundamentales.

Y es de esta heterogeneidad también que el “mestizaje cultural”, en su connotación positiva o como proceso y resultado de una riqueza cultural –no en su deconstrucción desde el punto de vista político por parte de la antropología y sociología como proceso de “blanqueamiento social” e ideología de los Estados nacionales modernos–, pasó a ser por un largo tiempo, el más importante paradigma que se constituyó en una manera tanto de ver y percibir el mundo como de hacer muy propia: la de la mezcla y la fusión. De hecho, toda cultura se ha producido así. Siempre el hibridaje, dice Sabato, renueva las culturas. Para el escritor Gabriel García Márquez, el abordaje es bastante similar. En una entrevista con M. Osorio publicada en Cuadernos para el diálogo (1978), el escritor se reconoce caribeño y en consecuencia mestizo. “En América Latina nosotros tenemos elementos que pertenecen a muchas culturas que se han mezclado y esparcido por todo el continente. Es esto lo que da la riqueza y posibilidades a la cultura en Latinoamérica”.

Caracas: una ciudad hecha de los aportes de nacionales e inmigrantes

Si recorremos Caracas, por donde quiera que nos adentremos, percibiremos las huellas de infinitas migraciones. El movimiento de todas estas personas en conjunción con su disposición y posibilidades de hacer, hizo emerger una cultura urbana que caracterizó a la ciudad y atrajo a otros cientos de viajeros que venían a Venezuela para hacerse parte de lo que aquí pasaba. El campo de la gastronomía, como resultado de las más variadas mezclas, fusiones y ofertas distribuidas por toda la ciudad, es más que evidente, comenzando por la Hallaca, uno de los platos típicos del país y “un compendio ejemplar del proceso de mestizaje”, como la describió el escritor venezolano Arturo Uslar Pietri.

De paso fugaz por la arquitectura caraqueña, nos encontramos con una buena cantidad de resultados similares a los de cualquier plato. ¿A quién se le ocurrió hacer el Teleférico de Caracas? A un ingeniero de origen francés, nacido en Rusia, el Conde Vladimir de Bertren, quien vino a Venezuela por los años 1950 y le entregó la idea al ministro de Obras Públicas de entonces, Juan Bacalao Lara, que le dio el visto bueno.

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Foto: Valeria Pedicini

En el documental Hotel Humboldt, un milagro en el Ávila (2014, https://www.youtube.com/watch?v=D7l-eX4gPSY), de Federico Prieto, se da a conocer además un episodio significativo: cuando se decide la edificación del Hotel Humboldt, se explica que la obra no sólo estuvo dirigida por un equipo de profesionales formados tanto en el país como en el exterior –está el caso de su arquitecto Tomás Sanabria, quien estudió en los Estados Unidos, país donde adquirió influencias de la Escuela de la Bauhaus, debido a la presencia de inmigrantes como Walter Gropius–, o del ingeniero Oscar Urreiztieta, descendiente de inmigrantes españoles, sino que contó con una mano de obra nacional calificada y otra proveniente de Italia, España y Portugal. Detalla uno de los hermanos Mastropaolo, también inmigrantes italianos y propietarios de la empresa contratada para construir el hotel, que los trabajadores provenientes de Italia eran óptimos para la construcción en general y el concreto, los portugueses, para trabajar con la madera, en la carpintería y encofrado, y los españoles para trabajar el hierro. Los venezolanos por su parte eran magníficos operadores de maquinaria.

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Foto: Cortesía

Otros de los grandes iconos culturales de Caracas, la Universidad Central de Venezuela, fue ideado por el arquitecto más importante del país, Carlos Raúl Villanueva, quien nació en Londres, era hijo de madre francesa y fue formado en París. Villanueva llegó a Venezuela por primera vez a los 28 años de edad. El Aula Magna, uno de los mejores ejemplos de mestizaje nacional y universal, incluyó, entre otros, el trabajo de dos estadounidenses, el del ingeniero acústico Robert Newman y el del artista Alexander Calder.

Le Grand Café, destino bohemio de Caracas a partir de los años 1950, fue construido por un ex recluso de origen francés, Henri Charriére, “Papillon”, en lo que era la Quinta Cristal en la Calle Real de Sabana Grande. El café luego pasó a manos de inmigrantes italianos y después de portugueses y, a partir de allí, migró su nombre al castellano: El Gran Café. Y, ¿cuántos poetas, intelectuales, políticos, músicos, artistas y escritores, incluyendo a Gabriel García Márquez, quien lo frecuentaba durante su estadía en Venezuela, no se encontraban allí?

El Parque del Este desciende de la misma dinámica. Fue diseñado por el paisajista y arquitecto brasileño Roberto Burle Marx, quien trabajó en conjunto con el botánico venezolano Leandro Aristeguieta, el arquitecto venezolano Alejandro Pietri, y con otros dos arquitectos paisajistas de origen británico, Fernando Tábora y John Stoddart, inmigrantes en Venezuela y creadores de una serie de paisajes emblemáticos de la ciudad. Además ambos fueron profesores en la UCV y promovieron en ese tiempo una maestría en arquitectura paisajista, única en América Latina.

Parque del Este.17.11.2017Fotografia: Dagne Cobo Buschbeck.

La escultura y la pintura contaron, entre muchísimos otros, con dos artistas de origen alemán, Gego y Luisa Richter, y con una mujer de origen rumano, Sofía Ímber, periodista y promotora de arte, que reunió a una gama cultural muy variada de artistas con la creación del Museo de Arte Contemporáneo de Caracas. La primera obra que se compró para el museo, “Los Mercaderes”, fue de la escultora Marisol Escobar, nacida en Francia, hija de padre venezolano y madre francoamericana. Y el diseño del museo fue realizado por un arquitecto proveniente de Letonia Nicolás Sidorkovs, quien llegó al país en el año 1948.

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O están los casos de migraciones internas y estadías en el exterior, de artistas como Jesús Soto y Alejandro Otero, quienes desde el estado Bolívar se trasladaron a Caracas, y también vivieron temporadas fuera del país, o Carlos Cruz-Diez, quien emigró a París y, recientemente, falleció en esta ciudad. Los aportes de todos estos artistas son indiscutibles, y no tenían que haber nacido en Caracas o vivir todo el tiempo en la capital para hacer surgir una cultura característica de la ciudad. ¿Cuál es la imagen más reproducida en las redes sociales como símbolo de la emigración venezolana? La “Cromointerferencia de color aditivo”, que Cruz-Diez realizó para el Aeropuerto Internacional de Maiquetía Simón Bolívar.

MIGUEL GUTIÉRREZ | EFE
MIGUEL GUTIÉRREZ | EFE

Finalizando este breve recorrido por Caracas, apenas como abreboca del amplio horizonte que se nos dibuja, al frente del museo, se da el mismo tipo de cocina de fusión en la construcción del Teatro Teresa Carreño, con la tríada de Jesús Sandoval, proveniente de Maracay, Tomás Lugo Marcano, original del estado Anzoátegui, y el arquitecto de origen berlinés Dietrich Kunckel, quien adquirió posteriormente la nacionalidad venezolana. Y al igual que en el Aula Magna, la edificación se realiza con la participación de especialistas provenientes del extranjero como el ingeniero estadounidense George Charles Izenour. Variedad de artistas plásticos y escultores, así como de músicos y bailarines, terminan de ampliar el espectro de migraciones del complejo cultural, con procedencias e influencias de todos lados.

Teatro-Teresa-Carreño

Y todos los caminos conducen a la diversidad…

«Lo múltiple, en América Latina, se opone a lo Uno y lo Único, los rasgos de la nación. Y esto se profundiza en los países con fuerte componente indígena (…) Si algo se ha combatido en México es la diversidad».

Carlos Monsiváis, Ni igual, ni semejante, ni distinto. Multiculturalismo y diversidad, (2001).

La lista de la búsqueda de migraciones externas e internas en Caracas y en toda Venezuela daría para una enciclopedia, ya que la misma fórmula creadora es propia de la música, el teatro, la danza, la literatura, la radio, la fotografía, del cine y la televisión, del diseño, la moda, y de las disciplinas, entre las muchas prácticas y campos. ¿Cuántos restaurantes, bares, cafés, areperas, panaderías, supermercados y librerías, entre otros comercios, no fueron fundados y atendidos por inmigrantes? ¿Quién no recuerda a los libreros de Caracas provenientes sobre todo de España y Portugal o de Suramérica? Por ejemplo, un nombre clave en la edición y publicación de libros muy venezolanos, Ernesto Armitano, llegó a Venezuela, proveniente de Italia, en un velero por el año 1953. Luego Armitano se nacionalizó venezolano.

Me contaba hace poco la dueña de una panadería en Caracas, que se vino sola y muy joven a Venezuela en barco desde Portugal. La señora se casó e hizo su hogar aquí. Hoy sus hijos y nietos, debido a la crisis del país, viven fuera de Venezuela; sin embargo, me comentaba, que ella no se quería ir. Me reiteró, cuando aquello del invento de la “guerra del pan” y de una especie de campaña contra los portugueses dueños de panaderías, que se sentía venezolana y que a pesar de que había estado en su otro país, Portugal, muchísimas veces, se acostumbró a vivir acá.

¿Quién o qué es más o menos caraqueño?, ¿quién o qué es más o menos venezolano? Las obras que hoy caracterizan un lugar o producen una identificación positiva (no una identidad), han sido resultado, más allá de los contratos y las remuneraciones, de un querer hacer bien las cosas, pero también, del sentimiento y el agradecimiento por un país que tenía abiertas sus puertas y que poseía condiciones favorables para quererse y poderse quedar. Los que han sentido a Venezuela como su país o su otro país, son parte indiscutible de él, así como seguirán siendo simultáneamente parte de otros países, naciones y culturas. Tal vez se trate de lo que el arriero le dice al rey en la famosa ranchera: “…que no hay que llegar primero, pero hay que saber llegar…”, así que nacidos allá o acá, criados y formados en el exterior o aquí, nacionales e inmigrantes le aportaron con la misma dedicación obras a Caracas y a su gente, que pasaron a ser referencias de la ciudad, el país y el mundo.

La memoria de las migraciones en Venezuela difícilmente se borrará, pues se trata de un fenómeno muy propio, que brota en todas partes del país.

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