Opinión

Cerodosochoseis

Si pretendes nadar en los ríos Orinoco o Caroní, debes comprender y atender algunas realidades de los dominios de sus aguas.

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En el primero debes hundirte para viajar y salvarte. Si no lo haces, asumir el hundimiento, la superficie te arrastrará; te borrará la vida y de la vida. Habrás muerto sin comprender que algunas superficies se alimentan de la destrucción, el arrasamiento y deshacimiento de los cuerpos dotados de lenguajes o silencios.
En el segundo debes viajar en la superficie, flotar, ser liviano, confiar en la quietud antigua de los nadadores. Si oyes los reinos de esa superficie, conservarás la vida, preservarás en tu cuerpo las oraciones que la noche y el día acatan. Si te sumerges, la profundidad del Caroní te arrastrará, te arrojará a lo oscuro, te borrará la vida y de la vida.

En una ciudad donde reina la tensión entre los reinos del agua y los del hierro; donde la voluntades de ambos escenarios insisten en ser la dirección de la vida, hacer sonidos con lo muerto; objetos para el temblor sagrado con las palabras del llanto, la alegría y la soledad del amor, son hábitos para cuerpos enfrentados, enemistados con la normalidad del relámpago dormido. Esta es la piedra donde se edificaron las columnas que sostendrían la poesía de Francisco Arévalo. Y este libro lo confirma. He aquí el hogar de un cruzado que siempre ha obedecido las leyes de las tensiones, las delicadas formas de lo real y los ritmos/sonidos de la soledad habitada por el aliento mayor.

Aquí somos nombrados. Aquí somos hundidos o aligerados para ser conservados. Su poesía es un magnífico y necesario apunte de/sobre las emociones, sentimientos y afectos de un país, de una ciudad; de sectores, calles, casas, hogares, parejas, hombres y mujeres. El poema contra la indiferencia. La conversación entre la fortuna y la tragedia de la cultura de la Siderúrgica. En sus versos la imponencia de las represas, la violencia de las calles, los portales de casas abandonadas; las mujeres que duermen amorosas, pero despiertan llenas de odios; las mujeres que duermen furiosas, pero amanecen ternura; la suave desesperación de un hombre que hace, deshace y rehace paisajes interiores para celebrar y agradecer la vida, son algunas de sus respiraciones.

Cerodosochoseis, es la obra de un hombre que abandonó lo dictado por lo mísero. Una obra vacía de juicios; poblada de hallazgos amorosos, incluso en los tiempos y momentos gobernados por la miseria y la muerte del perdón. Desde sus estrofas la humedad de las tablas nos salva de los adjetivos del óxido y nos dota de los inevitables oídos venideros.

Arévalo, Francisco(2014). Cerodosochoseis. Caracas: bid&co.editor

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