Venezuela

El suicidio de la clase política

Fue 1998 un año en que quedó en claro el agotamiento que vivía la clase política tradicional y dejó también muy evidente la incapacidad que tenía la élite para reinventarse y poder responder a crecientes demandas sociales a favor de un cambio

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El año 1998 debe ser recordado no sólo por el ascenso vertiginoso de Hugo Chávez hasta llegar a la presidencia, especialmente después del desplome que vivió Irene Sáez en agosto de aquel año. Unos subieron y otros cayeron, literalmente.

Fue 1998 un año en que quedó en claro el agotamiento que vivía la clase política tradicional y dejó también muy evidente la incapacidad que tenía la élite para reinventarse y poder responder a crecientes demandas sociales a favor de un cambio.

Nunca está de más recordarlo, Chávez llegó al poder no sólo por su capacidad y estrategia, que sí eran significativas; también debe ponerse de relieve el suicidio de la clase política en aquel momento.

En un artículo que tituló “Viaje al fondo del pragmatismo”, José Virtuoso revisaba en la edición de SIC correspondiente a julio de 1998, lo que era un juego político excesivamente concentrado en alcanzar o mantener el poder, sin conexión con las demandas de la sociedad.

En tono crítico Virtuoso cuestionaba ese pragmatismo excesivo que había sido la constante en medio de una campaña electoral en la que a las maquinarias tradicionales parecía habérsele agotado la gasolina de emoción y conexión popular.

El tono crítico que se le daba al tema hasta se reflejó en la ilustración utilizada para el artículo: un camaleón reflejaba el cambio de colores que se vivían políticamente, algunos muy difíciles de digerir.

La Causa R había apoyado a Irene Sáez, también Copei. El MAS pese a lo que dijeron sus fundadores se sumó al “chiripero” del chavismo inicial y en Acción Democrática (AD) se optaba por el hombre que controlaba el aparato pero sin carisma alguno: Luis Alfaro Ucero. Ya en la recta final de la campaña se produjeron otras cabriolas, ya que Copei y AD terminarían avalando la candidatura de Henrique Salas Römer, de Proyecto Venezuela y en aquel momento gobernador del Estado Carabobo.

“Al margen de las bondades y vicios de la actual lista de candidatos a la Presidencia de la República, lo que sorprende es que la razón fundamental por la que tal o cual organización política selecciona a un miembro de esa lista es el cálculo utilitario y pragmático del beneficio electoral, prescindiendo de la tradición ideológica, de la identificación entre candidato y proyecto nacional y hasta de la pertenencia a la organización. Lo único que parece prevalecer como razón de fondo es el balance de lo que sostienen las encuestas que los medios de comunicación se encargan de publicitar”, cuestionaba Virtuoso en julio de 1998.

Todo este “juego de tronos” de entonces simbolizaba un problema mucho mayor y el cual efectivamente quedaría en evidencia en los meses posteriores. Los partidos tradicionales y las organizaciones políticas que gravitaban alrededor de ellos, habían perdido su capacidad de agregar, canalizar y expresar los intereses y demandas de la población venezolana. Con ello, en aquel año, no sólo estaba en juego la presidencia, sino la propia legitimidad de la clase política tradicional y su capacidad de representación.

Todo ese proceso acelerado de destrucción institucional, lamentablemente, no abrió un compás de autocrítica y revisión interna en aquel momento dentro de los partidos. Se llegó incluso al exabrupto de que a escasos días de las elecciones, AD expulsó a Alfaro Ucero de sus filas porque éste se negó a declinar en sus aspiraciones presidenciales a favor de Salas Römer. Sencillamente se jugaba a un pragmatismo desesperado.

“Pareciera que vamos hacia la destrucción de los actuales partidos políticos. Por su reacción pragmática y utilitarista hasta sus últimas consecuencias, están convirtiéndose en maquinarias que sólo buscan conquistar el poder a costa de cualquier precio. Esta tendencia es suicida, porque profundiza su deslegitimación y desdibuja aún más su credibilidad”, sostenía Virtuoso, en 1998. Tal lectura de 1998 no ha cambiado de forma sustantiva.

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