Internacionales

Chernóbil en su sarcófago no escapa de su tragedia

Se cumplen 33 años de la fecha en la que una nube radiactiva proveniente de Chernóbil, para el momento parte de la Unión Soviética, llegó a toda Europa y contaminó 200.000 kilómetros cuadrados de Ucrania, Rusia y Bielorrusia.

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La fatídica noche del 26 de abril de 1986, el grupo de guardia de la central nuclear Vladímir Ilich Lenin de Chernóbil sometió a prueba el generador de las turbinas del reactor número 4 de la que era, para el momento, la planta atómica más potente del planeta. Los 43.000 residentes de Prípiat, a tan sólo tres kilómetros de la planta, no podían sospechar que una serie de erradas decisiones en la sala de control de la instalación los llevaría al horror nuclear.

Esa noche, el jefe adjunto de Ingeniería Anatoli Diatlov ordenó inhabilitar algunos sistemas de seguridad y hacer trabajar el sistema con potencias de 200 megavatios. El reactor debía mantenerse entre los 500 y 1.000 megavatios. La prueba pretendía evaluar el funcionamiento de la central y demostrar la capacidad soviética de trabajar en las condiciones más difíciles.

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Lo que sobrevino fue una serie de detonaciones por presión de agua que se evaporaba en el núcleo del reactor. Finalmente ocurrió una gran explosión que despertó a muchas personas. Ellos presenciaron un mortal espectáculo de luces de colores, que emanaban de donde solía estar el techo de la instalación, mientras que lo que quedaba de él ardía en llamas. La lluvia de partículas les causó el conocido bronceado nuclear, etapa previa a su muerte por contaminación atómica.

El inspector jefe de la investigación tras la tragedia, el físico Valeri Legasov, dijo en el informe que presentó en Viena a la Organización Internacional de Energía Atómica, un año después del desastre, que apagar los sistemas de seguridad era el equivalente a experimentar con los motores de un avión en pleno vuelo.

La nube radiactiva de Chernóbil llegó a toda Europa y contaminó 200.000 kilómetros cuadrados de Ucrania, Rusia y Bielorrusia.

Paradoja mortal

En una paradoja del destino Diatlov sobrevivió al accidente mientras que Legasov sufrió en carne propia el invisible sufrimiento de la radiación, que lo llevó a la muerte. El físico no fue una víctima inmediata de Chernóbil, a diferencia de los 31 técnicos y bomberos que dieron su vida por salvar a millones de individuos de una catástrofe. Tampoco fue de las personas cercanas a la zona que han desarrollado cáncer. Legasov se suicidó exactamente dos años después del accidente de Chernóbil.

La versión oficial indica que se mató por la exposición que tuvo a la radiación. Sin embargo la transparencia del funcionario en su informe y comentarios, demostraron que resultó afectado por lo que vio. Por los que murieron para minimizar el desastre y por el desinterés del mundo en el tema, cuando lo que importaba era el debilitamiento de la Unión Soviética ante el capitalismo.

Los liquidadores

Para el lunes al mediodía 170.000 personas de las poblaciones cercanas entre las que estaban Prípiat e Ivankiv habían sido evacuadas “temporalmente” por tres días.

Sólo quedaron los llamados liquidadores. Equipos llevados a la zona para apagar las llamas del incendio. Muchos eran soldados sin preparación que llevaron a apagar el fuego y recoger escombros tóxicos. La mayoría lo hizo sin guantes, trajes o la debida protección.

Estos junto a los bomberos, médicos, albañiles e incluso mineros que tuvieron que cavar y reforzar el suelo por debajo de la planta para que no se fugara el combustible nuclear a la tierra, son los 800.000 héroes desconocidos. Estos hombres expusieron su vida a una lenta agonía al entrar en contacto con material radiactivo.

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Sin embargo, otros arriesgaron sus vidas por labores menos nobles.

El ánimo de lucro abrió espacio en el mercado negro para hacerse con “reliquias” de la zona, elementos únicos que aparentemente sobrevivieron el desastre pero de las que se desconoce su grado de contaminación.

Otros por aventurarse en obtener detalles de la ahora misteriosa e inhabitada zona, y por supuesto están los anónimos herederos de los primeros liquidadores que trabajan en el lugar, en tareas de limpieza, en su mayoría por un pago superior al normal y otros que simplemente quieren colaborar.

En la actualidad hay residentes en Ivankiv y en zonas cercanas a Prípiat, ciudades que están dentro de la zona de exclusión –aproximadamente un territorio de 30 kilómetros– que las autoridades tendieron para evitar que las personas accedieran al lugar, y se contaminaran con dosis letales de radiación.

Muchos de sus habitantes, en especial niños, deben pasar periodos fuera de estas zonas para “descontaminarse” del ambiente.

La tumba de hormigón

El gobierno soviético inició el 20 de mayo de 1986 las labores de construcción de una cúpula de hormigón para evitar el escape de radionucleidos mortales, por lo que se construyó una estructura que se terminó el mismo año.

Apenas una década después, las nevadas, el calor, y la radiactividad pasaron factura y obligaron a la construcción de un nuevo sarcófago ante la posibilidad del colapso del anterior.

Pero los trabajos de la nueva estructura, conocida como «El Arca» está diseñada para durar un siglo.

Los trabajos de construcción se iniciaron el 26 de abril de 2012, cinco años después de lo estipulado.

La obra del consorcio francés Novarka, debía estar lista en 2016 pero terminó siendo instalada a finales de 2018. La construcción es el domo más grande del planeta con un arco de metal de 32.000 toneladas de peso, 110 metros de altura y 260 metros de largo.

La estructura se acopla al sarcófago anterior y sirve para proteger a la zona de escapes y más víctimas mortales.

Irradiados

Nunca se sabrá cuantas personas sucumbieron a consecuencia del desastre. La disparidad de criterios entre los expertos, la opacidad de la Unión Soviética respecto al desastre y la pérdida de datos tras la caída del gigante comunista deja vacíos en las cifras.

Moscú declaró que 31 personas murieron por el síndrome de irradiación aguda, pero se conoce que hay 134 casos constatados de muertes por el escape de contaminantes.

El Foro de Chernóbil, un grupo de expertos que congrega a la Organización Mundial de la Salud y otras agencias de la ONU, se ha encargado de exponer las consecuencias a largo plazo, unas 9.000 muertes producto del escape.

La Agencia Internacional de Investigación del Cáncer calcula entre 6.700 y 38.000 los fallecidos por la enfermedad, mientras que Greenpeace habla de entre 93.000 y 200.000 muertes, pero hay cifras aún más elevadas, como la del profesor Yuri Bandazhevsky, quien junto a otros expertos rusos y bielorrusos calcularon que la fuga radiactiva fue la responsable de 985.000 muertes por cáncer sólo entre 1986 y 2004 y fácilmente sobrepasarían el millón en los próximos años.

A pesar de esas cifras algunas personas, en especial ancianos, niegan a irse del lugar donde siempre vivieron y en el que desean morir. Chernóbil es hoy una tumba, que inspira temor y curiosidad, en la que el enemigo invisible, inodoro, incoloro permanece al acecho y donde el silencio y la devastación es lo único que quedó del horror que se desató hace 33 años en esa noche de abril.

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