De Interés

CLAP en Chacao

La escasez y la incertidumbre, en medio de un control de precios desquiciado, han generado oportunidades para la organización de redes de distribución subterráneas. No todos se benefician por igual de su existencia.

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Hay compradores y revendedores de distintos tipos. Los consumidores se diferencian por su poder adquisitivo y sus necesidades específicas, que explican en parte la dispersión de precios, volúmenes, variedades y calidades de los productos que adquieren.

Los revendedores se diferencian por su proximidad a los centros de distribución formal y el modo de hacer sus transacciones, por contactos personales o en la vía pública.

Y, por supuesto, hay quienes son perjudicados. Quienes no pueden comprar a los precios de los revendedores, y se ven obligados a hacer colas con algunos de ellos sin garantía de adquirir los productos solicitados, por una parte. Por la otra, los productores, importadores y distribuidores formales, sometidos a restricciones que favorecen extorsiones y limitan sus posibilidades de ampliar sus negocios y mejorar sus ofertas.

También son perjudicados los trabajadores formales y quienes aspiran a serlo, puesto que la demanda de diversas capacidades laborales y las mejoras salariales, tecnológicas y del ambiente de trabajo quedan supeditadas a estrecheces arbitrariamente impuestas por el gobierno. Baste con considerar la recarga que ha significado para el personal de supermercados y farmacias enfrentar diariamente largas colas de clientes que, por distintos motivos, acuden a estos establecimientos.

Los problemas empeoran cada día y, sin embargo, algunas supuestas soluciones pueden agravarlos aún más. El gobierno, por ejemplo, creó los Comités Locales de Abastecimiento y Producción, CLAP. Con ellos, el “pueblo organizado” tendría “acceso directo” a la distribución de productos.

Esto reduciría (o eliminaría) su venta en establecimientos formales y condicionaría el acceso de los consumidores a un reparto hecho según las preferencias de un grupo de sus vecinos.

Por otro lado, el Concejo Municipal de Chacao invitó a discutir otra propuesta local: prohibir compras en los establecimientos del municipio a quienes no residiesen en él, requiriendo un sistema de identificación adicional para tal fin.

Las semejanzas de ambas iniciativas saltan a la vista, a pesar de las diferencias políticas, ideológicas y de otros tipos entre los proponentes, aunque se detesten mutuamente. Ambas reforzarían mecanismos discriminatorios de distribución similares a los ya existentes.

No es posible incrementar suficientemente la producción y el empleo segmentando las ciudades para repartir cada vez menos bienes y servicios. Levantar los controles de precios y de cambio, y no de cualquier modo, es esencial. No discutir sobre los precios y los programas sociales, sino sobre los mecanismos de racionamiento, no resolverá ningún problema. Los agravará todos.

Hace varios años, alguno de los canales de televisión sobre la vida salvaje documentó los efectos de la sequía sobre una pequeña laguna africana.

En el medio vivía un enorme cocodrilo, que cuando le provocaba devoraba a los animales que se acercaban a beber. Mientras menos agua había, más sucia era y más peligrosos los depredadores que la rondaban. Cada vez menos animales trataban de llegar a la orilla, para morir en ella.

Algunas semanas después, el equipo de grabación regresó a la laguna y la encontró seca. El cráneo del cocodrilo sobresalía en la tierra endurecida. Alrededor, restos de huesos, pelos y plumas. Cuando volvieron las lluvias, era tarde para todos.

Ojalá que la nuestra sea una vida menos salvaje.

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