Investigación

Los periodistas reportan el hambre con hambre

Mientras registra lo que unos llaman historia reciente, la profesión de periodista puede transmitir la ilusión de que se encuentra al margen de la crisis alimentaria. No es cierto. “La gente que ve mis fotos en Facebook me pregunta si tengo sida”, confiesa un comunicador que ha perdido casi 30 kilos en lo que va de 2016 por una nutrición deficiente

Composición fotográfica: Víctor Amaya
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Tiene un nombre de esos con el que solo se bautizaría a un zuliano, aunque prefiere mantenerlo en reserva. Llegó a Caracas en 2015 y cubre la fuente de “Política” para un diario de circulación nacional, después de reportear en un canal de televisión. Es un hombre alto que normalmente pesaba 90 kilos, pero en 2016 ha perdido casi 30, y no precisamente por una faja quemagrasa u otro dudoso prodigio de una cuña de telemercadeo.

“A partir de enero de verdad sentí cómo la crisis pegaba duro en mi estómago. En la empresa en la que trabajé antes se ofrecía un almuerzo solidario en el cafetín que en algún momento se convirtió en mi única comida del día, pero ya no tengo esa posibilidad. La gente que ve mis fotos en Facebook me ha preguntado si tengo sida. Ha sido bastante incómodo”, dice el periodista, que vive solo y alquilado en una residencia en Catia en la que por ahora paga 10.000 bolívares mensuales. Su único mobiliario era una cama, a la que recientemente agregó una nevera en reparación. Para escribir como corresponsal o freelance para otros medios de comunicación, enciende el ordenador de su oficina a las 8:00 de la mañana, antes de que empiece su horario de trabajo.

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“Básicamente he podido sobrevivir aquí por los ‘tigres’ —trabajos a destajo- que mato. Lo que se vive en Caracas no es ni la cuarta parte de lo que se vive en el estado de donde vengo. En la capital, el desabastecimiento todavía es algo relativamente nuevo, y me ha tocado registrar esa evolución para los medios de comunicación del interior para los que colaboro, a veces con mi propio testimonio”, agrega el profesional graduado en dos carreras. Con hambre, este periodista ha dejado un registro del hambre en Venezuela.

Ni periódico los domingos

Aquello de Gabriel García Márquez acerca de que el periodismo es el mejor oficio del mundo es debatible. Cualquier otro profesional, por ejemplo un fisioterapeuta, podría argumentar que lo que distingue al comunicador social es la ventaja de la autopromoción. No son especiales hoy los periodistas por pasar hambre en Venezuela: lo especial en Venezuela hoy es estar libre del hambre. De la precarización de las más elementales certidumbres materiales y sicológicas. “Tuve que ajustar mi presupuesto, administrarme mejor, dejar de frecuentar restaurantes con mi familia, darle un uso más prolongado a la ropa de vestir, reducir el uso de ciertos cosméticos, en fin, lograr ingresos adicionales con más trabajo y menos gastos”, admite Sebastiana Barráez, una de las más reputadas especialistas de la fuente militar del país.

“Mato todos los tigres que pueda, revendo, remato, hago trueques de un paquetico de Harina Pan por una azúcar. Hasta eso he llegado. Estoy viviendo situaciones que nunca imaginé que tendría que vivir, y eso que mis colegas de aquí de Margarita dicen que yo soy el ‘millonario’ del grupo porque tengo auto propio comprado en 2007”, relata Dexcy Guédez, corresponsal de Unión Radio en Nueva Esparta, que redondea cuatro sueldos mínimos con sus correspondientes tickets de alimentación a través de su trabajo para el circuito radial, los diarios El Norte, Sol de Margarita y una alcaldía.

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“A la hora del desayuno pienso en el almuerzo, y a la hora del almuerzo pienso en la cena. Tendré que solicitar un préstamo para inscribir a mi hija en el cuarto año de liceo, algo que jamás me había ocurrido. Ella recientemente cumplió los 15 y, a diferencia de su hermana mayor de 17, que hace dos años pudo vivir la ilusión de su baile con vestido, lo único que le pude organizar fue una pequeña piscinada con sus amiguitos más cercanos. Mi regalo para ella fue un pote de Nutella que me costó 16.000 bolívares. Pero me preocupo más por los demás que por mí. Hay compañeros que están haciendo una o dos comidas al día. Para ejercer de corresponsal dependes de una alcaldía o de una gobernación que te patrocine. En la radio regional tienes que rezar para conseguir un anunciante y rezar el doble mientras esperas que te pague”, agrega Guédez.

“Ves a muchos colegas más delgados”, admite Tinedo Guía, presidente del Colegio Nacional de Periodistas, que añade: “Tienen que estar en la calle buscando información, al menos los que hacen de reporteros, algunos desayunan solo con un café, si lo consiguen, o almuerzan solo con una sopa, y eso se está notando en el ejercicio de la profesión. Antes podías matar el hambre con una chuchería a media mañana o media tarde, ya eso no está sucediendo. Una de las circunstancias que más ha afectado es la necesidad de pedir permiso para hacer colas y buscar alimentos. Si alguien está mal pagado en Venezuela son los periodistas. En la provincia sobreviven ayudándose unos a otros. La situación es crítica. Si quieres reflejar el desabastecimiento, la policía te acosa y quita los equipos. Todo esto, junto con la negación de papel para los medios impresos y el cambio de dueño en medios de comunicación, conforma un maremágnum de censura”.

“Recientemente quisimos hacer un reencuentro de comunicadores graduados y había mucho entusiasmo, pero cuando se anunció que cada uno debía cancelar 8.500 bolívares‎, muchos manifestaron no poder pagarlo. La cuota se bajó a 5.500 bolívares, pero igual alegaron que no podían asistir. Resultaba un golpe para su bolsillo y no podían quitarle ese dinero a su presupuesto familiar, que se consume casi exclusivamente en alimentos”, reporta una experimentada líder gremial en la región andina.

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“Ni periódico los domingos puedo comprar. El sueldo de 15 y último que antes me alcanzaba estiradito ahora solo dura dos días. Básicamente lo que consume mi familia de tres personas es pan, huevos y queso duro. Hago trueque de productos regulados con los vecinos. Los días 22 de cada mes me toca la bolsa CLAP con entre seis y ocho productos. Solo hago dos comidas y si acaso. En la mañana antes de salir de casa, en la noche para engañar al estómago con un chiste como cena”, documenta Gloria —nombre ficticio—, que hace prensa para uno de los grupos parlamentarios electos el 6-D.

Reinvención o deserción

“Mi historia no es de las dramáticas. Hasta enero trabajé en la redacción del diario El Universal. Cobraba alrededor de 2.000 bolívares por encima del sueldo mínimo. Un amigo me ofreció asociarme en una empresa que presta servicios de transporte. Tuve que decidir: ejerzo la carrera por la que luché desde chamo y paso hambre, o me aventuro en un mundo nuevo del que no tengo la menor idea. La respuesta es obvia. Ahora soy gerente de la empresa de transporte y como tres veces al día gracias a un toque de suerte del destino. La diferencia con lo que gana mi novia, también periodista, es notable”, compara quien pide ser identificado únicamente como Ángel.

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Altamente dependiente de nuevas tecnologías de costo inaccesible, abrumado por los frecuentemente irreflexivos efectos especiales de las redes sociales y arrinconado por una crisis de identidad de dimensiones globales, al periodista, al menos el que ejerce desde el margen del poder, le sigue correspondiendo una tarea crucial: registrar para la historia y para la humanidad el experimento político que se emprende, como con famélicos ratones de laboratorio, en la población venezolana. Eso sí, con las propias tripas en escalas de Richter. “La única proteína que puedo pagar son sardinas. Es rudo, pero tirar la toalla no es una opción. No me puedo quejar, oportunidades no me han faltado, porque el ir y venir de colegas ha abierto espacios en los medios. Pero al interior del país no me devuelvo. Si me voy, será del país”, reflexiona el comunicador social que perdió 30 kilos desde enero. Si no se han montado en un avión, los émulos de Bob Woodward y Carl Bernstein están reservando sus últimas calorías para investigar el próximo escándalo de un gobierno que probablemente no caerá ni con cien Watergates.

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