Crónica

Repatriación forzada por el hambre (Parte II de Historias de solidaridad)

Yolibeth Sandoval es colombiana. Llegó a Venezuela buscando prosperidad y no la encontró. Vivió siete años en Caracas y decidió regresar a su país. No encuentra alternativa. De no ser por el programa Alimenta la Solidaridad sus tres hijos no tendrían ni una comida diaria

FOTOGRAFÍAS: DAGNE COBO BUSCHBECK
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Yolibeth Sandoval se ha vuelto una errante. Lo es por culpa del hambre. Primero la búsqueda de un mejor futuro para su familia y luego al ver cómo las oportunidades que medianamente pudo conseguir se desmoronaban. Nació en Colombia. De Barranquilla se vino cuando su hijo mayor, que ahora tiene 7 años de edad tenía apenas dos meses de nacido. Ella tenía 17. Su esposo era vigilante y llegó a Venezuela buscando cazar algo de la bonanza petrolera, cuando el precio del barril coqueteaba con los 100 dólares. Luego se la trajo a ella. Menos de una década después la tortilla se volteó: Yolibeth se ha encontrado a sí misma llorando porque no tiene nada que darle de comer a sus hijos. Jhon, de 7 años, Zaira, de 6 años, y a Javier, de 2.

El de ella es un caso de repatriación. Decidió volver a su país, pero mientras lo consigue acalla el hambre de los niños gracias al programa Alimenta la Solidaridad, iniciativa de Roberto Patiño, fundador de Caracas Mi Convive.

Cada mediodía llega al comedor ubicado en la parte alta del barrio Las Casitas, en La Vega, con sus tres hijos y con su cuñado Joel Vásquez, de 10 años de edad. Llaman al portón con un golpe seco. En seguida, el encargado del comedor se acerca a la puerta, juega con el manojo de llaves y los recibe. Los hijos de Yolibeth entran corriendo y se abrazan a los voluntarios. Se sienten en casa. No puede ser de otra manera. Comenzaron a recibir la ayuda a finales de julio.

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“Nos avisó el sacerdote de la iglesia San Alberto Hurtado. Él me pidió los nombres de los niños y los anotó en una lista. Empezamos a venir el primer día”. Los hijos de Yolibeth solo hacen una comida. En la mañana, si pueden desayunan pan y café, y ella aprovecha la cena para darles lo que se ahorró en el almuerzo gracias al programa: arroz o pasta y alguna proteína. La mujer no trabaja. Siempre ha sido ama de casa. Vive en el rancho de su suegra. Son nueve en ese espacio. Su esposo era carretillero en un mercado y ahora trabaja en una pescadería. El hombre se redondea unos 20.000 bolívares a la semana, que no les alcanzan.

En agradecimiento por la comida, Yoli, como le dicen de cariño, limpia las mesas o barre el comedor. Nadie se lo pidió. Es su forma de retribuir. Lo hará hasta finales de octubre, cuando regresen todos a su país de origen. “Cuando llegamos a Venezuela esto estaba el triple de mejor. No como ahora”. Ya retiró a los niños del colegio y vendió sus pocas cosas: un escaparate, el televisor y los celulares. La venta de una vida de objetos no le sumó más de 150.000 bolívares, pero dice que con eso y con 100.000 pesos que le envió su mamá, que todavía vive en Colombia, les alcanzará para volver.

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Yoli baja la voz para decir que son indocumentados. Así que parte de ese dinero deberán usarlo para mojar la mano de los militares en La Raya, como se conoce a la frontera colombo-venezolana por el estado Zulia. La decisión es definitiva. Ella, su esposo y los niños se irán adelante. La suegra y el resto de los habitantes del rancho lo harán en enero. “Ya todo está negociado. El rancho y el carrito de chucherías de mi suegra. Allá no teníamos trabajo; pero por lo menos podíamos comprar comida, aquí aunque tengamos el dinero no hay comida, y si conseguimos no nos alcanza. Un kilo de arroz está en 2.500 bolívares. Lo mismo que una harina”.

Sacó cuentas y dice que pagando el viaje de todos todavía llegarán a Colombia con 80.000 pesos. “Con eso hacemos un mercado decente”.

Ella no sabe si volverá. No descarta hacerlo, así sea de visita. Sus hijos más pequeños son venezolanos y dice que vendrá a sacarles la cédula. Sobre Alimenta la Solidaridad dice estar agradecida. Insiste en que los días que el programa falta, por ser feriado por ejemplo, no tiene nada que dar de comer a sus hijos: “Le doy gracias a Dios por este programa y por habernos traído a estas personas”.

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