Abandonar a los hijos por no tener comida

De su primera noche en la calle, Gabriel Galinde, oriundo del Estado Vargas, solo recuerda el ardor del frío. Cuenta que se quedó a la deriva en el Paseo Macuto. Su estreno en la indigencia fue en una noche lluviosa. Y aunque tenía miedo, prefirió vagar entre la oscuridad antes de volver a su casa. Su madre lo corrió hasta sacarlo de su vida.
La razón fue la crisis económica. Como los Galinde, hay familias que, sin dinero y sumidas en el ahogo, toman la peor decisión: abandonar a sus hijos, echarlos, renunciar a la patria potestad o delegar su cuidado en otro. Algunos padres incluso se aprovechan de los menores para explotarlos: someterlos a las colas para comprar alimentos, obligarlos al bachaqueo para obtener unos pocos ingresos. La mayoría son niños y adolescentes provenientes de la periferia, buscan en la calle lo que no encuentran en casa, incluidas las comidas.
Como muchos jóvenes abandonados, con hogares abúlicos, Gabriel teme al hambre, a las palizas de su mamá y a los castigos de una crisis que condena a los más desprotegidos. Vive con la prohibición de alimentarse tres veces al día. La miseria mordió la convivencia. A Gabriel lo maltrataban por comerse lo que había en su residencia. Relata que es el menor de ocho hermanos, tiene cuatro meses en la calle y hace rato que se mudó a Caracas, donde deambula entre Sabana Grande y Chacao. Allí aprendió a fumar Cripy.

Un estudio presentado en diciembre por Cecodap indica que de 1.099 hogares consultados en los cinco municipios del Área Metropolitana, en 67% de los núcleos familiares no hay suficiente comida para todos sus miembros ni para todos los días. 61% de los encuestados considera que la alimentación no satisface el apetito. La situación es motivo de preocupación y enciende las alarmas en los sectores más golpeados por la pobreza. Cerca del 70% afronta situaciones arduas, lo cual deteriora la calidad de vida de los niños y adolescentes, enfatiza la investigación. «No hay comida suficiente para todos ni dinero suficiente para comprar útiles, uniformes, pagar el colegio. No consiguen los medicamentos cuando lo necesitan», concluye Cecodap en su informe.
El hambre es motivo de confrontación y disgrega a familias enteras, algunas de las cuales jamás vuelven a unirse. Es el caso de Gabriel Galinde, cuya madre repartió a sus siete hermanos entre familiares y conocidos. Y cuando ya le tocaba a él, el menor decidió procurarse “una vida mejor”. Una que le permite saborear los despojos de los negocios de la ciudad. Su salida del sector Nuevo Mundo, donde residía con su madre, no fue súbita, impetuosa. La inició cuando tenía 13 años como una táctica de supervivencia azuzada por su propia progenitora, quien lo animó a escudriñar la basura y a pedir. “Cuando faltaba la comida yo salía a la calle y pedía empanadas. Al principio mi mamá no sabía, pero cuando las cosas se pusieron mal, ella me daba permiso para rebuscarme. Luego lloraba, se arrepentía y me pedía que no lo siguiera haciendo”, cuenta el adolescente.

La viceministra de la Suprema Felicidad, Carolina Cestari, reconoció a Clímax problemas de malnutrición infantil, pero se los atribuyó a la guerra económica. A su juicio, la coyuntura no alcanza el 1% de esa población. Señala que los medios de comunicación se han valido del drama para desestabilizar al país. Asegura que el Instituto Autónomo Consejo Nacional de Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes (Idenna) dispone de 64 unidades de atención integral en Gran Caracas para atender a niños de alta vulnerabilidad social.
Un año, cuatro meses y tres días y medio
Jhonny Henriquez, otro menor de 15 años, comparte con decenas de jóvenes la calle como infortunio. Lo hace en Chacao con tres de sus ocho hermanos. Solo uno alcanza la mayoría de edad, los otros dos tienen 16 y 13. Jhonny repasa de memoria su lugar de origen. Lo hace como escrutando recuerdos tristes: apartamento 005, Bloque 15, del complejo habitacional Mata de Coco, en Ocumare del Tuy. “No teníamos nada para comer. Allá me jodía mi mamá, me echaba de la casa y me decía que no iba a mantener a un vago como yo”, cuenta. Pasó Navidad y año nuevo con su mamá, pero no encontró cabida allí. Se acostumbró a la miseria de las aceras. “Uno se acostumbra a dormir en el Metro. Hay días buenos, otros muy malos. Tienes todo y a la vez no tienes nada”, dice. Su cara roja, irritada, con sarpullido es el retrato de la miseria urbana.
Las cifras de Proadopción son elocuentes. Cada día, decena de mujeres contactan a la fundación para pedir asesoría sobre cómo colocar a sus hijos en una familia sustituta. Hasta hace dos años, cuenta su director, José Gregorio Fernández, apenas acompañaban entre 5 y 10 mujeres embarazadas por año, quienes recibían orientación para renunciar a la patria potestad de los recién nacidos. Afirma que en esa ocasión 80% de las madres, por dificultades económicas, terminaba quedándose con el bebé. “Se arrepentía. Hoy la situación es distinta, ahora nos están contactando madres abnegadas que tienen tres o más hijos y están embarazadas”. Las cifras preliminares de Proadopción en torno a 2016 indican que ese año más de 10 madres entregaron a sus hijos bajo la tutela del Idenna.

El portavoz de Proadopción rechaza la visión simplista. Pide no satanizar a las mujeres que entregan a sus hijos. Cuestiona que se hable de abandono. “No está ocurriendo de esa forma. Hay una situación económica desesperada. No hay negligencia sino circunstancias difíciles: las mujeres no consiguen anticonceptivas, no hay comida ni medicamentos. Y buscan una alternativa”, dice.
Leonardo Rodríguez, presidente de la Red de Casas Don Bosco, una institución sin fines de lucro que atiende a niños vulnerados por la violencia, advierte que en 2016 la pobreza cobró terreno entre las principales causas de la descomposición familiar. Expone que por la imposibilidad económica algunas familias han tenido que abandonar a sus hijos. Se trata de una realidad que reconfigura el panorama. «En los últimos 10 años la primera causa de abandono era el maltrato infantil, la explotación laboral y los conflictos asociados al consumo de droga», cuenta.

Como miembro de la Asamblea de Entidades de Atención, una coalición de 86 casa hogares, que nació para denunciar el desabastecimiento de alimentos, explica que la edad de los infantes abandonados pasó de 7 a 12 años, a 0 meses, 1 y 2 años. “Son niños sometidos por la pobreza. Provienen de familias acorraladas por las necesidades más básicas. No tienen un techo adecuado, viven hacinados, sin servicios o en refugios”.
Para atender el problema, que ha recrudecido desde 2016, la Red de Casas Don Bosco ha duplicado su esfuerzo en el Patio Abierto de la Casa de Sarría. Se trata de un lugar donde atienden entre 7 y 12 menores en situación calle por día. Allí pueden bañarse, comer, lavar su ropa y recrearse todas las tardes, de lunes a viernes. Pero la casa, a donde acuden Gabriel y Jhonny, no tiene capacidad para albergarlos.
El abandono de menores supone un drama social que liquida el ideal de familia y se presenta con rostro joven. Algunas madres, indica Rodríguez, apenas alcanzan los 20 años de edad y lidian contra el deber moral de la maternidad. Lo hacen en épocas aciagas. Como Margarita Durán, de Filas de Mariche. A sus 30 años, se le hace más difícil. Tiene seis hijos de cuatro hombres y solo tres menores comparten su techo. El mayor, de 16, pernocta en las tierras de nadie de la Universidad Central de Venezuela (UCV). Los otros dos están con una prima de su difunto esposo. Los días de Margarita, son amargos, ensombrecidos y transcurren entre el ir y venir a Santa Lucía, el lugar donde reside su madre, quien cada tanto le aparta una tinaja de maíz molido para preparar las arepas a sus pequeños. “Yo no lo corrí, Anderson, el mayor de mis hijos, se fue porque le pedí que trabajara, que me ayudara con sus hermanos, que no había nada para comer y no le gustaban los reclamos. Se fue, pero él consigue más que yo en la calle”, dice.

Niños en albergues
La escasez y el encarecimiento de los productos de primera necesidad han forzado a muchas madres a dar a sus hijos en adopción. Y la crisis acorrala los albergues de protección. De acuerdo con fuentes de la Red de Casas Don Bosco, en Venezuela cerca de 5.000 niños reciben crianza en entidades de atención, llamadas así en el artículo 181 de la Ley Orgánica para la Protección del Niño, Niña y Adolescente. Un promedio de 800 menores están en gran Caracas, indican cifras extraoficiales. Un estudio realizado en 2016 por Proadopción y el Centro de Investigación Social advierte que 44% de los infantes con medidas de abrigo pasa una larga permanencia en las casas. Uno de cada cinco infantes es menor de tres años; el 25% ha vivido dos o más en ellas y el 19% ha pasado más de ocho.

Las familias humildes que piden socorro a los albergues esperan que esas instituciones asuman la crianza mientras resuelven su situación económica. Para algunos expertos el abandono lleva a un desentrañamiento, que convierte a las madres en unas desconocidas. En momentos de peligro, coinciden, las casas hogares pueden ser una solución, pero el problema recrudece cuando los niños tienen larga permanencia, lo cual vulnera su derecho a ser reinsertado en una familia.
La abogada Lorys Oliveros asegura que si no se asume la maternidad con responsabilidad el Estado debe implementar políticas que ayuden a mitigar el problema. Señala que los CLAP no toman en cuenta los criterios de alimentación de los niños. “Hay casos en los que las madres ingresan sin cédula a maternidad, aportan datos falsos, dan a luz y se marchan recuperadas a la hora de visita. Es una situación que no se presentaba desde hace años”, afirma.]]>